Santiago Sylvester - Revista Fénix, Córdoba, Argentina
En el recorrido de una obra ya larga (hablo de más de diez libros de poesía), se encuentran variantes en el rumbo, meandros y modificaciones: es lo que sucede con la de Jorge Aulicino; y en su caso se puede ver que tuvo una dirección clara en esa necesidad universal de procurarse una manera identificable: algo que ha conseguido hace ya tiempo.
En algún trabajo lo incluí entre los representantes de lo que se llama poesía de pensamiento, y ése es sin dudas el lugar genérico que le corresponde; sin embargo, la cuestión es de qué modo se incorpora a ese lugar, ya que lógicamente no todos lo hacen de la misma forma. Más bien sucede lo contrario: los poetas de esta modalidad no ponen el énfasis en repetir mecanismos “de escuela” sino en el hecho mismo de pensar: es casi su objetivo.
En este sentido, la reflexión central de Aulicino tiene su compromiso mayor con un punto de vista sobre el discurso, más que por ejemplo con una determinada temática. Lo que sobresale no es tanto el asunto (urbano, político, amoroso o religioso), sino esa otra cara de lo mismo: la construcción de un lenguaje que, siendo de reflexión, le permite disolver ideas, datos históricos, emociones, fórmulas de pensamiento, en una trama abierta, casi de mano suelta, que termina siendo en sí misma una opinión sobre las cosas.
Es notable cómo, a partir de una estética de constataciones, apoyada en una trama silogística, Aulicino trabajó su lenguaje con el mecanismo contrario: el de alguna ruptura, el que desconfía de lo estrictamente racional y termina en una confluencia: en un lenguaje apto para reflexionar y sacar conclusiones, pero a la vez intervenido por lo desconcertante, por lo que elude deliberadamente lo que podría ser interpretación unilineal. Podría decirse que, utilizando un sistema de pensamiento que nos llega desde el siglo de Pericles, avanza hacia una especie de dispersión; pero no lo hace para dispersarse sino como una forma de seguir pensando. Incluso elude muchas veces la temática fija, el asunto unitario del poema, aunque pueda inferirse nítidamente de qué habla.
Lo que consigue entonces es un discurso que no rompe la sintaxis, no crispa la ordenación de la frase, pero sí altera la semántica: abre el sentido a varios frentes, como si en cada caso tuviera mucho para decir. Y lo hace por un motivo fundamental que él mismo enuncia así: “No lo hago para burlarme de usted ni de su lógica / sencilla. Es por estos irresueltos asuntos de la mente”.
Revisando opiniones que aparecen en las contratapas de algunos de sus libros, puede verse que sus críticos encuentran el mismo descoloque. D. G. Helder intenta darle una explicación conciliando a González Tuñón con Girri para producir un nuevo autor: Aulicino; vale decir, percibe una mezcla de cosas aparentemente incompatibles o, al menos, de muy distintas procedencias. Javier Adúriz, a su vez, siente una corriente “de verso largo, inusitado” que lo sumerge en un magma que él mismo describe como “desde la imaginación histórica hasta la magia minimalista de un puchero”; es decir, reconoce una perplejidad parecida. Y ambos, en realidad, están hablando de lo mismo: de cómo se compone una expresión que sea apta para oscilar entre lo que se entiende y lo que no se entiende, entre un presente de hechos históricos y, a la vez, de cotidianeidad trivial, que esté atenta a la velocidad de los cambios, y que quepa en una prosodia útil más o menos para todo. Estamos hablando, entonces, de una herencia doble, que Aulicino ha sabido unificar: una, de procedencia mental, ordenada; y otra descentrada, deliberadamente incierta.
El logro es haber conseguido esa fusión. En este libro consolida lo que ya venía viniendo como material de arrastre en sus libros anteriores: un lenguaje maleable, permeable, que es riguroso, con la eficacia del conocimiento analítico, y que permite sin embargo hablar de muchas cosas a la vez. Sin olvidar que, como pedía Stevenson, hay estilo cuando en una página todas las palabras miran en una misma dirección.
En este libro, y en general en la obra de Aulicino, se puede revisar y paladear una trayectoria larga, compleja y valiosa: una de las que más justifica el friso de la poesía actual.
© Santiago Sylvester
Cierta dureza en la sintaxis, de Jorge Aulicino. Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires, 2008
En el recorrido de una obra ya larga (hablo de más de diez libros de poesía), se encuentran variantes en el rumbo, meandros y modificaciones: es lo que sucede con la de Jorge Aulicino; y en su caso se puede ver que tuvo una dirección clara en esa necesidad universal de procurarse una manera identificable: algo que ha conseguido hace ya tiempo.
En algún trabajo lo incluí entre los representantes de lo que se llama poesía de pensamiento, y ése es sin dudas el lugar genérico que le corresponde; sin embargo, la cuestión es de qué modo se incorpora a ese lugar, ya que lógicamente no todos lo hacen de la misma forma. Más bien sucede lo contrario: los poetas de esta modalidad no ponen el énfasis en repetir mecanismos “de escuela” sino en el hecho mismo de pensar: es casi su objetivo.
En este sentido, la reflexión central de Aulicino tiene su compromiso mayor con un punto de vista sobre el discurso, más que por ejemplo con una determinada temática. Lo que sobresale no es tanto el asunto (urbano, político, amoroso o religioso), sino esa otra cara de lo mismo: la construcción de un lenguaje que, siendo de reflexión, le permite disolver ideas, datos históricos, emociones, fórmulas de pensamiento, en una trama abierta, casi de mano suelta, que termina siendo en sí misma una opinión sobre las cosas.
Es notable cómo, a partir de una estética de constataciones, apoyada en una trama silogística, Aulicino trabajó su lenguaje con el mecanismo contrario: el de alguna ruptura, el que desconfía de lo estrictamente racional y termina en una confluencia: en un lenguaje apto para reflexionar y sacar conclusiones, pero a la vez intervenido por lo desconcertante, por lo que elude deliberadamente lo que podría ser interpretación unilineal. Podría decirse que, utilizando un sistema de pensamiento que nos llega desde el siglo de Pericles, avanza hacia una especie de dispersión; pero no lo hace para dispersarse sino como una forma de seguir pensando. Incluso elude muchas veces la temática fija, el asunto unitario del poema, aunque pueda inferirse nítidamente de qué habla.
Lo que consigue entonces es un discurso que no rompe la sintaxis, no crispa la ordenación de la frase, pero sí altera la semántica: abre el sentido a varios frentes, como si en cada caso tuviera mucho para decir. Y lo hace por un motivo fundamental que él mismo enuncia así: “No lo hago para burlarme de usted ni de su lógica / sencilla. Es por estos irresueltos asuntos de la mente”.
Revisando opiniones que aparecen en las contratapas de algunos de sus libros, puede verse que sus críticos encuentran el mismo descoloque. D. G. Helder intenta darle una explicación conciliando a González Tuñón con Girri para producir un nuevo autor: Aulicino; vale decir, percibe una mezcla de cosas aparentemente incompatibles o, al menos, de muy distintas procedencias. Javier Adúriz, a su vez, siente una corriente “de verso largo, inusitado” que lo sumerge en un magma que él mismo describe como “desde la imaginación histórica hasta la magia minimalista de un puchero”; es decir, reconoce una perplejidad parecida. Y ambos, en realidad, están hablando de lo mismo: de cómo se compone una expresión que sea apta para oscilar entre lo que se entiende y lo que no se entiende, entre un presente de hechos históricos y, a la vez, de cotidianeidad trivial, que esté atenta a la velocidad de los cambios, y que quepa en una prosodia útil más o menos para todo. Estamos hablando, entonces, de una herencia doble, que Aulicino ha sabido unificar: una, de procedencia mental, ordenada; y otra descentrada, deliberadamente incierta.
El logro es haber conseguido esa fusión. En este libro consolida lo que ya venía viniendo como material de arrastre en sus libros anteriores: un lenguaje maleable, permeable, que es riguroso, con la eficacia del conocimiento analítico, y que permite sin embargo hablar de muchas cosas a la vez. Sin olvidar que, como pedía Stevenson, hay estilo cuando en una página todas las palabras miran en una misma dirección.
En este libro, y en general en la obra de Aulicino, se puede revisar y paladear una trayectoria larga, compleja y valiosa: una de las que más justifica el friso de la poesía actual.
© Santiago Sylvester
Cierta dureza en la sintaxis, de Jorge Aulicino. Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires, 2008
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