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Comentario / Conversaciones imaginarias

Miguel Angel Petrecca - Revista Ñ - 9.10.2010


En la línea de la metaficción, “Memoria de Garbeld” construye, con humor, el pensamiento de un personaje ficticio.



Lector fervoroso del Sartor Resartus de Thomas Carlyle, en donde este autor escocés escribió la biografía de un filósofo imaginario y resumió, a través del comentario de sus libros imaginarios, una imaginaria filosofía de la ropa, Borges postuló en el prólogo a alguno de sus volúmenes de cuentos que era mejor, antes que dedicarse a explayar una idea en vastos volúmenes de quinientas páginas, simular la existencia de esos libros y ofrecer un resumen o un comentario de los mismos. Memoria de Garbeld, del poeta, traductor y periodista Jorge Aulicino, bien puede leerse como inserto dentro de esta línea de metaficción, a la cual aporta una cuota saludable de parodia.
El libro está compuesto por una sucesión de breves extractos de diferentes libros de un escritor imaginario, Gustav Who. Cada uno de estos libros se encuentra dedicado a registrar las palabras y reflexiones de Garbeld, un “orientalista, literato, historiador militar, diplomático y probablemente espía de la Corona británica”, especie de maestro oral a lo Sócrates o Macedonio Fernández con el gusto por la paradoja y el retruécano propio de un maestro zen o un sabio taoísta. Sus disquisiciones, presentadas casi siempre en forma de un diálogo entre Garbeld y el discípulo, Gustav Who, o entre Garbeld y diferentes personajes (un barman, un chofer, un lord inglés), abarcan un espectro más bien amplio de temas: desde la contracultura y el arte, la vanguardia y la poesía, hasta la guerra y los automóviles, el deporte, el suicidio y los Sims, recorriendo siempre una delgadísima frontera entre lo serio y lo cómico, que obliga al lector a una lectura detenida, y lo hace oscilar entre la carcajada y la reflexión.

El humor que constituye uno de las dos caras de esta escritura aparece, ya de entrada, en los títulos de los libros de los que supuestamente han sido extraídos los fragmentos (con nombres como “Garbeld destemplado” o “Viñetas madrileñas narradas por Garbeld”), editados asimismo en una serie de lugares tan desopilantemente diversos como Osaka, La Joya o Rocallosas, Taipei o Chillán. Se muestra, también, en el absurdo de ciertos encuentros, personajes o escenas, en las reacciones por momentos exasperadas del irritable Garbeld, así como en sus intrincados y paradójicos razonamientos y respuestas.

Se trata, no obstante, de una risa que, como se dijo antes, se encuentra unida de manera indisociable al pensamiento. Postulando la equivalencia o identidad de los contrarios, su carácter intercambiable, Garbeld, que en un de los diálogos del libro se declara un “inmovilista”, promueve una perspectiva relativista que está asentada sobre el derrumbe de los grandes relatos históricos. Como concluye en uno de los fragmentos, paradójicamente titulado “Garbeld toma posición”: “no somos sujetos de ningún destino”. Desaparecida la idea de destino lo único que queda en pie, entonces, para empezar de vuelta, es la modesta sabiduría de la risa.

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