En el poema “Li Po”, sobre el final,
Aulicino recorre de ida y vuelta la ruta incesante que comunica las ilusiones
de un interior que percibe y su expresión en un orden al que se llama mundo. Fingió
una perenne borrachera y mezcló elixires, / jamás supo si estaba dentro o fuera
de sí, / en qué consistía la lírica. La biografía del poeta chino consigna
tanto su afección al vino como el consumo de elixires que habrían de procurarle
longevidad. La leyenda nos habla de su muerte por agua, cuando quiso abrazar el
reflejo de la Luna sobre la superficie del río Yangzi. Lo mismo que a Narciso, pero
sin la vanidad, el ardid tendido por la apariencia lo llevó al reino de las
sombras definitivas. En cuanto a la lírica, o en qué consiste, el interrogante
sigue abierto. Eso al menos propone desde hace casi cincuenta años Aulicino,
con una obra en cuyo centro fulge insistente una mirada descreída de las
apropiaciones que el ojo, la mente, el entendimiento, hacen de lo real, y en la
que el yo no oficia de llave del poema, antes, multiplica la disolución de las
formas, y no impide la oclusión del sentido.
"Li Po" es uno de los poemas de La
lírica, libro inédito incluido en esta edición de la Poesía reunida
de Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949). Desde Estación Finlandia -Poemas
reunidos, 1974-2011-, pasaron nueve años y ocho nuevos libros. En cada uno
de ellos el poeta repone motivos, paisajes, tonos, una cierta idea de la voz
presentes a lo largo de su obra; en torno a la enunciación en sus poemas, surge
la noción de préstamo. El ejercicio consiste en ocultarse deliberadamente
detrás de una máscara en procura de que el artificio se haga evidente: este
universo de voces que dicen sin parar Yo pero no/ encuentran ecos en sí mismos
ni en nada ni en nadie. Puro desplazamiento parece encarnar ese “yo”, tanto
dentro como fuera del poema, como si el mundo no ofreciera ya ninguna
posibilidad de decir, esta boca es mía. De ahí que la primera persona se asuma
con el mismo recelo que aquello que ve, un universo fraguado para acabar en
ruinas, dentro del cual caben el mal, lo bello, la metafísica de las costumbres
y la música dura del lenguaje, hecha en este caso a partir de un desapego
constante hacia las retóricas sentimentales, siempre alerta a no ceder a la
presión del significado.
El largo camino del poeta desde su primer
libro, Vuelo bajo (1974), hasta aquí, incluye veintitrés títulos que
atraviesan los diferentes momentos, períodos y estéticas que se dieron dentro
de la poesía argentina de las últimas décadas. Si bien en los 70 formó parte del
taller autogestionado Mario Jorge De Lellis, y en los 80 y 90 integró el
Consejo de Redacción del Diario de Poesía, Aulicino no pertenece de lleno a
ninguna corriente, por más que comparta con lo que se llamó objetivismo algunos
de los elementos que postula, del mismo modo que puedan encontrarse en sus
poemas las huellas de González Tuñón, Girri o Giannuzzi. En cualquier caso, su
poesía es la persistente afirmación de las tensiones entre el mundo físico, la
Historia y el devenir de las criaturas que completan el cuadro, un vasto friso
al que podemos llamar civilización, bajo amenaza constante de desintegración: Canta
una torcaza, algo, entre edificios urbanos, el humo/ sube en fríos nubarrones
entre estos palazzi que te recuerdan/ los amarillentos monobloques de la
República Democrática Alemana:/ un invierno fallido, una eternidad que no fue.
La caída de los cuerpos (1983), Paisaje con autor (1988), en los 80; Hombres en un restaurante (1994), Almas en movimiento (1995) y La línea del coyote (1999) en los 90; ya en este siglo, La luz checoslovaca (2003) Cierta dureza e la sintaxis (2008) o el reciente La lírica, son algunos de los puntos más altos en el conjunto de esta poesía. Jorge Aulicino, que a la par de su obra viene desarrollando un importante trabajo de traducción (recuérdese especialmente su versión de la Divina Comedia), cree con Benjamin que todo documento de cultura lo es también de barbarie, intuye en la acumulación una expresión acabada de la época: deshechos, basura, escombros, una civilización devenida puro detritus, acaso ya previsto por el dedo de Lenin desde el camión blindado al señalar no el futuro, “sino su hueco”. Si algo resta aun, en ausencia de nuevas épicas, es desmontar una y otra vez el mecanismo de la percepción y sus certezas, como lo hizo en el lejano "Sudores diurnos": La fantasía propone jinetes blancos sobre una ladera seca./ La realidad propone una pared azulejada./ El cuadro propone un ganso degollado./ Todo es cierto./ Los argonautas mueren de neumonía/ en una sala de terapia intensiva/ pero hay serpientes marinas en sus sueños/ y ciruelas impresionistas sobre sus mesas de luz.
Poesía reunida,Jorge Aulicino
Ediciones en Danza, 2020
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Foto: Hernán Rojas/Clarín
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