Cierta dureza en la sintaxis
(Texto completo publicado en 2008
por Selecciones de Amadeo Mandarino)
1
Cierta dureza en la sintaxis indicaba la poca versatilidad
de aquellos cadáveres; el betún cuarteado de las botas
y ese decir desligado del verbo; verbos auxiliares,
modos verbales elegantemente suspendidos, elididos,
en la sabia equitación de una vieja práctica.
¿De qué hablás, de qué hablás? Pero si fue ayer...
Fue ayer... Estabas frente al lago de ese río:
qué lejana esa costa, qué neblinosa y mañanera.
Lo tenías todo, no te habías arrastrado en la escoria
de las batallas perdidas antes de empezadas,
no andabas en el orín de estos muertos...
Lo comprendo, no era el Danubio, era el Paraná
que marea porque viene del cielo cerebral, pero aun así...
¿Se justifica la alegre inacción, el pensamiento venteado?
Abeja: la más pequeña de las aves, nace de la carne del buey.
Araña: gusano que se alimenta del aire. Calandria: la que
canta la enfermedad y puede curarla. Perdiz: ave embustera.
2
Es buena esta ciudad. Podrías amarla. Cuando
el tictac de la ortografía, el trabajo incesante en la inflexión,
te permite respirar, la mirás. Lo saben tus vecinos:
salís al balcón en paños menores y miras el perfil industrial
de la vereda de enfrente, orlado por fresnos secos,
el polvo aceitoso pegado a los flancos de la estrategia.
Mapas mohosos en los revoques de este mundo de tres lados.
Euclides derrotado.
El blanco mediterráneo,
al fin, con la historia que tan bien conoces; quiero decir,
los edificios de los 60 ahora antiguos, viran todos al pardo,
al color gastado de las mismas palabras, frases sobre frases
en los talleres mecánicos,
en la arquitectura demolida,
en los huecos zaguanes que dan a los fragmentos:
sonidos fantasmales. Sabemos adonde van los muertos,
pero ¿adónde van las voces?
Esta ciudad no deja de hacer ruido,
es el sonido
el que muele el pavimento.
3
Me dijiste la otra noche que las grandes cosmogonías
no tienen dioses creadores. Casi siempre el mundo
ha nacido de la propia destrucción de los primeros titanes.
Y esto es que las rocas son los huesos de un gigante
o que los hombres gotearon de sus venas abiertas
o que el mar y los ríos son lo que queda de su disolución.
En esta transformación de los grandiosos cadáveres
reina casi siempre una pandilla con la que conviene aliarse.
No entienden la plegaria. Hay que hablarles claro.
Sobre todo, nos ayudan o desgracian según sea
la simpatía espontánea que inspiramos en sus raras cabezas.
Y la tarde es un león embalsamado. Y los semáforos,
huesos de enormes crustáceos macerados.
Y Odín nos acompaña en estos campamentos oxidados.
Y Zeus mira de costado; el más obtuso y el más sabio.
4
La comadreja representa a quienes estuvieron deseosos
de la palabra divina, pero que nada hacen con ella
cuando la han recibido. Y crían en las orejas.
La comadreja representa a quienes quisieron la gracia
y la gracia les fue dada, para nada.
No te muevas si encontrás a la comadreja
en la escalera o en el asiento de un taxi.
Reptará su pensamiento hacia lugares hollados,
porque, segura de la gracia y la palabra,
no se le ocurre qué hacer sino vagar
por donde hubo ciudades que los ejércitos
aplastaron con botas y llenaron de condones.
Más bien continúa construyendo el merecimiento
para que descienda la luz blanca o celeste sobre vos,
cuando realmente te distraigas en tu trabajo de desollar,
carpir, doblar, aventar, guardar o sacudir.
Aunque andes descalzo por los muelles ásperos
de tu propio pensamiento, habrás de distraerte profundamente
para no recibir en vano la amistad del reino,
para no deambular con la comadreja
5
Es cierto que entre las aves medievales el árbol es libre.
Y aún hoy es libre entre la folletería de la abundancia.
Y es libre entre las piedras que suben y bajan a su alrededor.
Y libre entre las orlas de edificios que suben y bajan.
Y lo ves libre en los patios de los hospitales
y de los hospicios y tras los galpones y entre los techos.
A él va el gato. Astuto. Tenue. Y la musaraña va al árbol.
Y la hormiga. Y la tormenta y la luz que se esconde.
En el árbol hay trampas y gatos y botellas perdidas.
El árbol es amigo del bisel y de la penumbra.
Es más libre que el corsario.
El árbol
conserva la forma
tenuemente, sin rigidez.
Cada ciprés es un ciprés.
Y los miles de fresnos no son el fresno.
Si hubo dioses, amaron el árbol.
O combatieron por el árbol,
pero nunca gobernaron el árbol y nunca lo dijeron.
6
No diste baptisterio a la paz interior, y por un plazo
de difícil mensura pagarás en piezas de a cinco.
Todo el tiempo, mientras ibas de la misa a la armería
se sucedieron las operaciones bursátiles y anduvo
todo a su debida máquina, arrojando aceite
por las juntas, dando a cima el verso;
se llenaron de aguas de drenaje
las cuencas marítimas; trepidó el garaje,
se liquidaron honorarios; tuvieron
su tiempo el nacimiento, el crematorio.
¿A qué la prisa? Usa sabiamente el tiempo del pago.
Coloca vientre de sapo sobre el hematoma.
Siéntate en tu lugar, cala tus gafas, di que el arte
estatuario es simple y canta la verdad de los otros.
Te reconocerán por el carmesí de tus acentos.
Porque has usado verde y rosa, tilo y cortadera
para decir tu labia aprendida en el silencio.
Eres el que, débil y cansino, en el escudo lleva la hercinia,
ave cuyo plumaje produce efectos de luz en la sombra.
Es de tus antepasados su poder
que ha juntado fulgor alrededor de lodazales,
el lugar del que extrajeron el punto asertivo.
Haz valer, desde ya, tu organizada ignorancia.
7
No te traiciones, no dejes de hacer lo que dijiste.
Allí está el camino que lleva a los oficios
aprendidos hace mucho; te agachabas y te saltaban;
se agachaban y saltabas sobre ellos.
Pasaste a gatas por entre las hendidas noches de luna.
Supuraste, sangraste por un corte ínfimo, sin dolor.
Aludiste al cóndor con el macabro juego de asociaciones.
Pero si era eso. Lanzarote el que aprendió a matar erinias.
Allá estaba la cordillera, y allá fuiste, entre viento y roca,
y cuando estabas perdido no supiste aprender nada.
Pero qué linda lejanía, aun cuando cada hora y tanto
pasaran un auto o dos, un camión petrolero.
8
Debería ser posible caminar por allá.
Pero encontrarías los edificios de un suburbio
y no el camino hacia los árboles y el rancho aquel,
hosco, bajo la arboleda tormentosa.
Aburridos, amarillos, grises, llovidos.
No encontrarías la tarde de verano
y los tordos, usurpadores de aquel nido.
La ciudad fue mal usada. Es usada.
En un mediodía de llovizna los edificios,
las persianas cuya pintura envejeció,
parecen resignados a su perplejidad.
Verte frente a un mar no virgen, sino desechado.
Como tordos en los nidos de otros, abandonados.
9
Fleta el barco, di las oraciones nonas, date al oleaje.
Los viste, los caminos son huellas polvorosas,
a qué negarse; navega sobre el mar que huele a fuel.
Ves que está lejano como siempre y oleoso:
conduce a la National Geographic, a los tomos
que recorriste con el esfuerzo de un grumete.
En un reumatismo que da sesgo a los gestos,
ora la túnica, ora la bota, navega y galopa
hacia los mundos artificiales sobre los que se yerguen
edificios de 300 a 400 nudos que expanden luces,
y también rejones, sobre desconocidas calas.
Hong Kong o lo que fuera; Sumatra.
Ve cómo amontonan en el negocio de pieles.
Los puertos atiborrados de contenedores rojos.
La hiperproducción de asuntos y chips,
el silencio de los aparatos, los dormidos programas.
Lavarropas en el sudeste asiático. Embalajes
entre los que se arrastran lagartijas; ligeros
latiguillos de los dioses del mar que insisten.
10
Te bastaba una ciudad coloreada por el guiño
de la tormenta, el recuerdo del abrojo,
de la flor de cardo que caía en el bochorno
como un solcito blanco, despreocupado.
Ahora intentás pactar.
Mirás a través del vidrio opaco del pensamiento
cómo flotan hebras del paraíso
de la verdad.
Bajo la lámpara difusa en la trastienda de un taller,
tendido en el catre quebrado, hacés cuentas,
utilizás números fríos, solo sentís
la noche pulida que respira en la playa de estacionamiento;
y sin embargo te preguntás cómo decir:
cómo decir con sintaxis de varias manos
lo que ha captado el cuadro, o lo que ha el cuadro
construido; si no es una, a la vez sencilla y compleja,
razón de Estado: todo lo que está allí es otra parte:
las telas de los sillones, el empapelado, el abandono
y la atención simultánea del personaje recostado.
Esplendor y crepúsculo en este cuadro del final
del diecinueve que por razones desconocidas
ocupa tu mente a las altas horas.
El lomo de un animal marítimo traza un arco fluido
en el lejano fondo de otro cuadro; hay papeles arrugados
en el piso de otro; hay sonidos en el pasillo de otro más.
La pintura ha capturado o promueve un sinfín de cosas
cuya causa de ser no es ninguna. Qué trivialidad del arte.
Como si dijera: restos que te dejan frío, o aleatorias
circunstancias. No dicen nada, nada, los pasos en la noche.
Te bastaba una ciudad coloreada por el guiño de la tormenta.
Ahora intentás pactar. Pero no hay con qué quedarse.
Entregarás un alma que no le sirve a nadie.
11
El centurión silencioso en la batalla
quiere convencer a los campos que combate
por ampliar el radio de su entendimiento.
Un rayo lo ciega y piensa
que pelea en verdad por monedas.
Y que es más suyo el trigo de su tierra
que la victoria en los confines.
Puede alimentar su granja
entregando al César
el universo repetitivo: bárbaros y selvas.
12
Es un gran pintor Ezra, dijo el tío, sólo
que cuando el pincel está ya sin pintura
no vuelve a la paleta, lo aplica seco,
pincelada tras pincelada, seco como el río
de sus sueños, como la saturnal Castilla
que no era el planeta de sus antepasados.
De manera que no es un cuadro vacío
sino seco, sobre el que pinta todo aquello que brota
en el campo que es fantasma de su memoria, a
veces con secas pinceladas, a veces con el color
vivo de lo que ha sido vivo, ha tenido estatuto y códice.
… y el sistema de cultivo
se parecía a las leyes escritas por las que el hombre
se regía: cortaba las espadañas, cegaba al que no veía,
arrojaba a la zanja el estiércol de la palabra vana.
13
Cuando las persianas están bajas, usted no está.
Cuando las persianas están levantadas, está.
No, no se guíe por esto. A veces dejo las persianas
abiertas con la esperanza de que una tormenta
deje un charco en el estar. A veces cierro
las persianas porque se me de la gana.
No lo hago para burlarme de usted ni de su lógica
sencilla. Es por estos irresueltos asuntos de la mente.
Porque pienso a veces que la luz que toman las ventanas,
de noche o de día debe concentrarse, hacerse cada vez más
densa, crear un campo gravitatorio en el que yo no pueda
entrar, sino a costa de perder resistencia, contemporaneidad.
14
Era cacería del merodeador y ocaso de la filosofía.
Qué corno (inglés) sonaba entre los silos.
Los paisanos salían en la calesa con escopetas de caza.
Turbio, el poniente, hacía piedras oscuras y
cielos de cigüeña, mas no interesaban en el cielo
despeñaderos de lejanas épicas a los alabarderos
criollos en busca del bandido de pobre filo, ladrón
de tejas y bandolero de lavadero de lana.
Mi palabra en vano incoaba a Platón en la galería.
Era su amor el camino del guindo solitario,
larga trocha, pedregal y vuelo de tero. Aun así
hablaba diciéndole: los cipreses no son sino
longilíneos señaladores en el libro de Dios, que,
como no ignora usted, no hemos leído por las nuestras:
apenas si sus ojos, los de usted, los de tantas,
han permitido que veamos la esterilidad de sus páginas,
y, de un modo u otro, al fin y al cabo, cantáramos
precisamente los cipreses como notas exactas.
¿Entiende? ¡Lo han arruinado todo!
¡Nos han hecho platónicos!
Y ella sonreía, estrictamente en su función,
en ese escenario de ejército y gesta degradados.
15
¡Ah, orante! ¿Qué rezos? El jilguero abandonó su trono
en el árbol de trozadas ramas. Fondo de paredones
y de claraboyas industriales, donde, lo ves, también
perduran escorzos de tejados y plantas antiguas.
Todo lo que existía antes de tu nacimiento era
arcano: asimismo esas plantas, quinotos, nísperos,
el panal que escande los iluminados alejandrinos.
Recordarás a la abuela si silencio de peñas
invade esta furia que no produce nada. Malas
noches, muchos cigarrillos, tontas discusiones
sobre la trivialidad y la patria.
También la patria, Borges, carajo. El puente,
el olor de otros rellanos, de pasillos; oscura
tozudez de los días, taciturna decisión de Borbones,
de primeros ministros, de Corte y bodegón.
Días de lejía y gato acurrucado. Sinrazón de proseguir.
Pues están, fugitivos, días aplazados: mantener
la construcción del pasado, lo que debe hacerse;
el nivel de embutidos, café con coñac, el gesto.
16
Si pudiera, sería lo último que haría:
pararme en el secadero de los sueños,
admirar lo que el mundo dejó junto al embarcadero,
lo que nos dio, lo verdadero.
Si pudiera sería lo último.
Despojado incluso de tu mirada.
Mirando lo que fuera que el mundo
hubiera depositado allí.
Pero lo último que haremos, ni eso
está en nuestras manos
y tal vez no esté en el corazón del mundo
la decisión de nada, ni el carozo.
17
No pinten poesía
en las paredes,
no hagan poesía
en los papeles.
El dueño del bar
no hace reverencias
de criado.
Sabe que la cortesía
no llena su caja.
Cree en la poesía.
Tratos nerviosos
en la proximidad o en la lejanía,
la Bolsa o la estadística
deciden su negocio.
18
Cementerio de la Chacarita de los Colegiales.
Entre las tumbas hay grupos de personas.
Desentierran. De lejos son como buscadores de almejas
en el borde baboso del mar.
Uno sostiene la bolsa de plástico y el otro la llena de huesos.
Y es como el fin de las batallas.
Cuando caminan los vivos entre muertos.
Reconociendo, rematando.
19
Aun cuando había guerra de extermino,
Bertolt estaba seguro.
Si resultaba el cálculo, la dictadura del Partido
acabaría con el fruto agusanado de la hora.
Por eso no se paraba a mirar los abedules.
Tenía con los árboles una comunión indiferente.
Las ciudades le habían dado el sentido.
Se sentía cómodo entre pistolas y otomanas,
civilización y vanguardia,
parques y abrigos, clavos y nevisca.
En el baúl llevaba pipas y máscaras.
Sabía de qué se trataba.
20
La etimología responde a la contemplatio.
Pues debe haber un rastro que una el espíritu con la cosa.
He hallado los cuadernos de observaciones del maestre.
Anotaba según el nombre que los nativos daban.
De manera que descubría en el comercio de trueque
un modo de a la vez reconocer sus acuerdos secretos
y de instilarles respeto por la zoología europea.
Y sus derivados: la botánica, las onomatopeyas,
la anáfora, las formaciones de la Copa del Mundo.
21
El núcleo proletario, integrado por tejedores
y pequeños burgueses, razas inferiores
de índole industrial y comercial, pacifistas
mujeriles para, digamos, el Kaiser,
también se hizo cargo de las armas
y aprendió a manejarlas virilmente.
Así que cuando Stalin mandó dispararle un tiro
en la nuca a Zinoviev, sus oficiales y suboficiales
tenían un trato austero con las culatas.
Sus ejércitos y tiradores podían plantarse con solvencia
ante las tropas de alemanes y esgrimistas de raza.
Como una estirpe ante otra.
21
Es indiferente que con alegría campesina
los rojos dispararan el “órgano de Stalin”.
La cuestión de que un obrero de base
haya diseñado el mejor fusil de las futuras guerras
es también un hecho menor.
Cuando se paraban frente a la mesa de arena
o cuando manejaban el plomo y el abastecimiento
en el terreno de las operaciones,
los generales del Partido eran eficientes y célebres.
22
Si he de morir, que calce los zapatos de tu abuelo.
No vi mejor diseño en mucho tiempo. Finos y lúgubres.
Los tenés bajo la mesa de vidrio del living
con otros remanentes, como cajas, pinceles chinos.
También tenés un cuchillo de artillero.
Pero esto no ha terminado.
Porque me gustaría enjugar con la manga
el vapor pegado al vidrio, mirar la calle antes de salir,
con el gesto de un personaje de Dickens
que se mueve en una ciudad poderosa.
“Yo mismo estoy de capa caída en este momento,
pero puedo invitarlo con un plato de comida”.
23
Los esclavos huían por las estepas acribilladas
con el quizás y la vida, aunque en despojos.
Sintieron el pánico ante los Panzer
y el olor de la sangre.
En un segundo ponían en la balanza
la duda en el triunfo final
y el estar en el hospital canalizados y oyendo
los quejidos de los camaradas
y la voz del comisario político, una certeza.
O muertos, carroña indiferente a la victoria.
Así, retrocedieron, pero no entregaron sus ciudades.
La aldea sí, la égloga, Esenin, el fuego y la piara.
Su origen y sus madres. No el Kremlin.
No las pútridas cañerías de Stalingrado.
Resistieron como ratas, con el culo expuesto a sus generales
y el disparo de los propios que seguía a los desertores.
Avanzaron con el invierno entre cadáveres y trazadoras.
Y entre dientes decían que la huída es vaguedad.
El que escapa de verdad deja su cuerpo
a los cuervos y al juicio del Partido.
24
Durante las noches no fuiste acechado.
Estabas entre la suma restricción de los forzados.
Cada uno de los que dormían en sus departamentos
veía sombras o fuego en sueños o despertaba
mirando sus manos, su cuerpo, como vos,
iluminados por la lamparita tenue, el sudor amarillo.
25
Lo que condenan a tu alrededor es la muerte joven.
Con malicia has preguntado si a la muerte o al que muere.
¿Es honorable llegar a viejo y hartarse de comida?
¿No es honorable fumar y enfermarse de gripe española?
A mis setenta años seguiré haciendo muecas.
Pues las palabras son equívocas
cuando el anochecer se levanta.
26
Sí, es pertinente sentarse con el saco puesto.
Primero en el living amplio en el que se habla,
aún con cierto embarazo, de la noticia del día
(en el campo literario, pues de esto se trata,
es noticia el desplante de una viuda).
Después en el antiguo comedor se discute a fondo
el estado real del imperio; si declina,
si todavía la fuerza lo asiste.
Con el café, nuevamente en el living,
se comentan poemarios y citas recién adquiridas.
Seguimos con el saco puesto, las piernas cruzadas.
La calidad del vino se menciona de paso
y el anfitrión, como se debe, agradece ligeramente.
Tres de los comensales sabían manejar los cubiertos.
El cuarto, lo hacía con aceptable habilidad,
excepto cuando lo turbaba la idea de que era
el único con relaciones en la CIA y, tal vez,
el único que conocía a fondo la batalla de Stalingrado.
El quinto, adinerado, hundía el cuchillo en la presa
con el ahínco de las chabolas y los campamentos.
Si tienes fuerzas por detrás de los sitiadores,
resiste, pues la victoria será tuya. No puedes,
dijo Saladino, iniciar un sitio con fuerzas a tu espaldas.
El cerrojo se cerró sobre Von Paulus.
Es producto de esta civilización el cultivo de la vid,
aquel tapado de armiño y la forma de recordarte.
27
El chirrido de una jauría debió decirles de la noche
más dobleces que los círculos concéntricos de los sistemas visibles.
Pues no era signo el cielo estrellado, sino la pura plenitud.
En cambio, el lejano ladrido penetrante fue la mezcla
de un metal impalpable deducido en el infierno.
Con las mismas nociones se pertrecharon los nómades,
y el asedio de chacal de sus cimeras
reducía las variables a esta monotemática cuestión:
la inteligencia no dará cuenta de los significados
sino de las plantas viciosas trepadas a los últimos farallones.
Dicho de otro modo, el planeta es sencillo,
plano; la piel extendida de un cadáver o el vellocino
en cuyo envés se escribió el mapa de la Quimera.
Lo ven cuando observan desde las altas islas de un feriado.
Con el faltante vinieron los malos sueños
y el quizá seguro detrás de cualquier puerta.
Había signos en las miradas de los depósitos
y en el modo en que caían en el mar los restos desde los trinquetes.
Basura de intelecto.
Incluso, las frías invasiones, el invierno en las correderas.
28
Puso el pie entre el caniche y una mujer
para bajar el escalón hacia la calle
cuando pasó ante sus ojos ese rostro joven desfigurado
por un lampazo de rápidas galaxias.
Suele hablarse de las pinturas fáciles con gramática compleja.
A este Bacon que se interpuso entre el perro trivial
y la imagen de la vacua vereda de enfrente
nada es posible agregar.
En los ojos no había desesperación
y la mandíbula se iba hacia el Oriente
mientras pasaba oteando el mundo de los otros
aquella figura concebida con apuro por el dolor indiferente
--vencido por las sociales cuestiones de una Cartago
en llamas, abrumado por la clásica escultura
de un Prometeo entregado a los buitres, conmovido
por la furia de los pobres, el pintor estaba ausente.
Solo Bacon pudo haber dicho: ella está en el orden
de los planetas que os abandonan.
29
Un sonido convierte a la ciudad en maderamen
Así es como resiste el bien los ataques del desierto.
En las dunas se inclina ante un hoyo provisorio
quien sabe que el viento es su padre madre
y su legítimo hermano.
Cuando huye la ciudad como una nave
en su lugar resisten los acantilados
de los antiguos muertos provisorios.
Pero una vez más mira al nómada rodeado
del halcón y el hipogrifo, de parcas y racimos.
Este es el que ahora hablará y preguntará los motivos
por los que incesantemente construyen y demuelen
troyas, babilonias, tebas, establos y mercados
--tu propio fantasma se sentará a tu mesa otra vez; insistirá:
no escribas.
30
Soy el escriba del Partido y de los documentos desclasificados.
Escuchad los que no han podido hablar.
Con sangre de mongoles, de ucranios y de eslavos suicidas
se alzaron las columnas de humo del triunfo vuestro.
De los campos de la horda salió el acero que permite
la victoria de los burgers, el relativismo y el ocio.
Antes del día D estuvieron los días Z del Frente Oriental.
Allá se amasó en sangre y pantanos nevados este día hueco.
Con un viva Stalin en la boca se iban los muertos.
Habéis visto películas de la sangre y el miedo
pero poco supisteis del Frente Oriental.
Antes que la carnicería del Canal estuvieron
los millones de muertos del Frente Oriental.
Honor, camaradas de estiércol,
a los muertos del Frente Oriental.
Cada bocado y risa y zumbido de autopista
se lo debéis a los camaradas del Frente Oriental.
31
Hablo de los tiempos del conquistador y de los veranos perdidos.
Pueden creer que esto es poco para oda, porque necesito el okay
de un lenguaje fluido.
Comieron cuero y ratas para fundar almacenes y curtiembres.
Engendraron para traer revoluciones de pacotilla.
Y sin embargo, ejércitos.
32
Ningún eldorado. Sólo las olas y la baba de los muertos.
Ningún latido de plata ni de oro. Sólo monedas opacas.
Ah, sí, imposible de creer. Meses de navegación oleosa,
no por un sueño, pues aquellos cráneos no soñaban.
Buscaban la lavada claridad de las cosas.
Rezaban al cañón y morían en los pastos.
¿Lo veis? El pájaro volando en círculos sobre la loma.
Imposible llamar a eso collado. Aquí, sin cesar,
y en cada minuto, cambian las palabras.
Al norte, llamarán aquestas “cuchillas”
y, al pájaro, garza mora o gallareta.
33
Alzaga, que sería almacenero, el boticario Arriola,
el herrero de Cádiz, el lector de sentencias,
el alabardero que fue mozo de cuadra,
el gitano devenido artillero,
el cazador de liebres hecho capitán,
el fontanero cubierto de armaduras,
el que portaba cinco o más muertes a navaja.
el sacristán, el que arropaba perros.
¿Arte aquí? ¿A quién le cuadra?
Ni gloria ni imperio.
A crear chabolas y aldeas en damero.
Humo de velas y olor de grasa.
Y sin embargo, ejércitos.
34
Bien, fue vuestra hora, lo digo en nombre de los míos.
Ellos vinieron después con olor a cuerpo.
Lo digo por mi abuela contemplando la nevada de 1918,
por Lucania y los trojes de Castilla la vieja.
Habéis esparcido la gangrena y el trigo, de carambola
llenasteis de vacas un desierto.
Padres de cabeza de ajo:
toda esta navegación por un huerto.
Un continente en el que cagar y sembrar.
Lo hicisteis por las razones de Castilla y Aragón,
que se reducen a manteca y atavíos.
Pero fue vuestra la hora.
Y sin embargo, ejércitos.
35
Esta tierra no es la tierra de mis muertos.
Ellos lo fueron bajo las botas de sicarios.
Cayeron bajo la alambrada cuando los tártaros.
Vendedores de autos usados y comedores de crustáceos
son ahora la estirpe que me ofrecéis elegir.
Decid: ¿cómo unos conspiradores de botica
me han dado ardor y recuerdo de arado?
-y sin embargo, ejércitos-
El coselete, el peto, el espaldar,
rápido ennegrecen, y un campo de duros y sofaifas
presiona sobre los conjurados.
Pedradas, módico clamoreo, cuestión de cabildo y corte.
Y más tarde,
ejércitos.
Ahí tenéis por fin el dorado y el azul. La cabeza cetrina
se ha iluminado frente a las armas de un auténtico genio.
Ahora, si me lo permitís, el himno.
Románticos han desenterrado Grecia.
Por fin, ejércitos.
A lomo de mula bajo la grandeza del cóndor funebrero.
36
La luz grisácea los acompañó y no ignoraron
que vendría, con las armas y el pendón,
el descubrimiento.
Un sabio se inclinó sobre el paisaje.
Esto, musitó, no se llama América.
Esto se llama el río, el perro empiojado.
Esto se llama arreo y luces gordas.
Esto se llama la pampa, el galopito,
el corral, el vino áspero, la tuna.
Esto se llama entubamiento.
El agua del arroyo cae en la cloaca pulposa.
Aquí nací. Allá estaba la fábrica amarilla.
Aquí el árbol aquel, y allá la laguna.
Tuve una anguila en una bolsa.
Tuve un rancho. Balas de avión de 1955.
Las lluvias del sudeste a veces inclinadas.
Entonces las claraboyas se pusieron negras.
En el suburbio un chevrolet pausado
respiraba de tarde en tarde, acatarrado.
Y un tipo salía de la sombra
con sonrisa de muerto.
37
Permitidme: no olvidé nada.
Pero nada recuerdo.
El crepúsculo recuerdo.
Las casas con letrinas.
Hilos delgados de araña o de sótano o pintura
o de luz de clavos o de la palabra nieto
o de rosales grises o de árboles cariados.
O de gotas pesadas o de sol en un alfeizar
o de gallinas o de un halcón de campo;
hilos de cosas y sustancias
y de últimas horas en invierno
tejieron algo más que recuerdo:
tendones en el movimiento casual,
pulmones en los que suenan las palabras.
38
Soy el que aprendió gramática
para leer las etiquetas de los frascos.
Yodo, árnica, azogue, benceno.
Un hombre de cincuenta y tantos al sol.
La muerte era nuestra profesión;
la decisión, el libro dócil.
Supieron aquella tradición:
almuerzos en el Almirantazgo,
mensajes de Bombay,
el trazado de la batalla sobre el mantel.
La sobremesa sin migas ni máculas.
Miré en los arrugados rostros de los generales rojos
y la revelación sobrevino y regresó a sus fueros.
Tronó la frontera como una tormenta.
Lejos. Lejos de sus decisiones.
Lejos de los labios tensos y de las medallas.
Y de la helada sintaxis de la pólvora.
Penetró su insistencia la arquitectura de Dios.
Pero no salieron indemnes de allí.
La situación los hizo para sí mismos incomprensibles.
Ganaron la guerra y perdieron las ciudades.
Se cubrió de pústulas el contorno de la conquista.
Autos detenidos frente al Estado Mayor.
Las gaviotas suspendidas sobre el río congelado.
El ordenanza comiendo a hurtadillas el sándwich de paté.
39
Ha perdido la flor de la mirada y su hacienda.
Cholo de ojos ingenuos y chaleco de alpaca
apoyado en su bastón, comprende su desamparo.
La deriva de las cosas lo trajo al barrio.
Mueve entre sus dedos llaves ennegrecidas
“He sido príncipe del carrascal.
Removí tierra y guano, mis cuentas
bancarias alimentan polillas. Llegué
en un Packard azul a las puertas de Lima.
Sonaron cuernos y bailé en la enramada.
Miré mis zapatos amarillos: no obran milagro.
Perplejo en el garaje espero en vano.”
De su simpleza sale rodeado de luz untosa, digno.
Pero en momento alguno tuvo un sueño,
un final, un objetivo, un soplo, una trascendencia.
40
Enfundados en criterios infalibles,
los tanquistas, los fusileros, los sin grietas,
en realidad peleaban por la imaginación,
devenir del piélago de ambiciones machacadas
en el entrenamiento, jugo, sustancia
que hacía una cuestión concreta
de todo aquello que se llamaba Algo:
si existe el concepto de Patria, hay Patria;
si existe el concepto de Dios, hay Dios.
41
Los mataron y mataron.
Deben saber que el que pierde la vida,
pierde cualquier cosa vacía,
desde todo punto de vista amada,
mantenida con fuego de ramas
y con negruras rebañadas
de utensilios de caza.
Pierde el estar, la terminal nerviosa
en la que se enciende lo que quiere
encenderse: el filo de una visera,
ribetes de un sillón, una estridente risa,
el trabajo de unas raíces en el fondo de la vereda.
42
Sí, el pensamiento es el centro del infierno.
Rey en una ciudad de color de bronce,
con costras de basura en las calles.
Multitud y tránsito de chatarra, urinarios podridos,
cementerios removidos, aullidos de despeñados.
“Soy el iluminado por la luz de las llagas
y mi energía proviene de la ciudad asfixiada
y de los estertores entre sábanas que nadie cambia”.
“Me han ungido el Partido, el Derecho Civil
y la voluntad de Baal, que destroza a los caídos”.
“La organización en torno el versículo primero”.
43
¿Cómo mantener el dominio del mar?
Lleno al fin de negros y mercaderes,
por siglos barrenado, navegado, instilado de sangre.
Sin embargo, aún carcome las ideas de poder
junto con los desperdicios y los naufragios.
Mi reino ha caído en una isla de excrementos.
He plantado mi torreón y cubrí la espada
con matas secas, con plumas y vísceras.
Con eficacia, construí un observatorio.
Vigilo los movimientos cíclicos en un radio de 20 estadios.
44
Ordenes del Servicio Secreto de la Corona:
ceder dos palmos, un topo, cuatro maravedíes.
Retroceder en orden hasta el Libro Cuarto.
Armar el pináculo de la gloria.
Aguardar el chaparrón. Cubrirse de lapas.
En el fango hasta la cintura probar la resistencia imperial.
Dar al romanticismo la cerca de cañas
y los caminos que llevan a los nidos y las habichuelas.
No será dicho el día. No habrá señales.
No abandonen el terreno, la zona del dolor.
45
Resumen Quinto: volvimos al río por cangrejos.
Sopas de noche y friegas por la mañana.
Dominio absoluto de la autopista.
Dos baterías sobre el puente y provisiones de boca.
Venta de mobiliario y equipo gastronómico.
Deserciones intelectuales sin consecuencias.
“He tenido un día satisfactorio. Controlo cierta región.
Duermo con una certeza. Me despierto a las nueve.
Tengo café y manteca.
Pero debo dar un paso más, Watson.
Es innecesario, totalmente presuntuoso.
Encuentro un desajuste entre la vida y lo vivo.
Debería ser capaz de fumar y andar en bata
en esta cima de la propiedad, de la construcción.
No hay, fíjese, ruidos en el desván
y en Londres los diagramas están activos.
La guerra ha sido siempre auxiliar para nosotros.
La frenología nos ofrece un prospecto suficiente”.
46
“Evitad a la prensa. En el gas de las tormentas
escribid.
“Marciales, honrosos, venid a por la paga
con vuestro cráneo en la mano.
“No sois nada, nadie.
“Debéis no serlo.
“Esta es la voz del estadio inundado.
“Aquí alzáis el trofeo, fantasmas,
y la porcelana de vuestros dientes,
la ajustada sincronización de vuestros organismos,
esa repetida maravilla,
fue un don que debía extinguirse.
“Lo usasteis en el amartillar de los máuser
y en el ágil desplazamiento por zanjas
y campos roturados por los morteros.
“Esta es, aunque no parezca, la gloria del soldado.
“No la ebanistería de los ministerios
ni las salvas entre lápidas y vuelo de tordos.”
Esas luces allá, detrás del humo aquel,
¿son la ciudad?
¿Éste es el Velódromo, aquél
el tanque de gas;
éste, el distribuidor de la autopista?
47
Resumen Sexto: Catedrático en la mesa de cocina,
frente al pingüe regalo de una ventana y el fresco.
Más tarde, en la calle, detenido por el semáforo
mira el árbol de corteza oscura que se abisma en su color.
En tal profundidad suenan lanzas,
la pampa se mueve hacia Carhué.
Y no es todo, hay tropas con mantos cenicientos
bajo nevisca en los pantanos de un reino bárbaro.
Y no es todo.
Este reino fue comadreja y voladera.
La balanza del buhonero y el remington.
Ese árbol, devorado en un segundo por el olvido,
no fue plantado aquí, creció entre grietas y abadías,
solitario, en peñascos y apartado del bosque junto a un camino.
Pero en este y en otros tiempos.
Y hoy alguien se detuvo ante él.
Expuso haber leído que tal vez estamos presos en un nudo de tiempo.
¿Y cómo lo sabrá si ha perdido ese árbol?
48
Las trabajosas migraciones, no el malón.
El horizonte, de pastos infestado.
Los que llegaron solos, ilegales.
Sus huesos blanqueando en los pantanos
o los ojos con que miran desde los rellanos
de edificios públicos.
Así, el imperio fue minado.
No por la incursión de la horda:
por su propio fulgor
que atrajo desterrados,
sombras desde los osarios
creados por las centurias en terrenos bárbaros.
Bajo las arcadas, entre las achuras del circo
el nubarrón de sueño y pesadilla
se alzó hasta las estatuas y el Senado.
Roma, Washington, la central Europa
cayeron, caen, mueren entre heces y pocilgas.
Aun así, las cosas. Paredes de rojo calamar.
La esquina y las persianas que se levantan
y caen con regularidad mecánica.
Los días del calendario, la tarde del sábado.
La música que se oye en el traspatio.
Tipos con herramientas en los techos.
Mantenimiento, partes meteorológicos, zapatos.
La hora del gato; la hora del mono;
medianoche: la hora de la rata.
49
Ah la torre de los albigenses en el barranco del despeñadero.
De ella parten aún tiros de gracia que no hallarán destino.
Rodeada de desiertos pintados o corredores humosos, el gris
domina su semblante en el que a veces destella una esmeralda.
Saluda al entregar el diario fragante, las hojas
que se marchitarán en el baño:
la ofrenda del vendedor de periódicos
como la verdad y su rápida disolución.
50
Poderoso es el designio. Cada vez que se atisbe la verdad
se multiplicarán los floreros, las candelas, las fiestas,
la relatividad del confort o de las penurias sufridas
por la familia, la estirpe, la raza, el partido.
Atila, en su Porsche, recorre la ciudad que insiste en aniquilarse.
Ha salido indemne de los quejidos del vencido y del remordimiento.
El estado de eterna destrucción es su certeza. No hay fin.
Nunca morirán del todo los otros, ni él, ni sus cortejos.
Ha leído los signos en el mismo fondo de tormenta,
siglo tras siglo y masacre tras masacre.
Se ha retirado, impotente y colérico, pues
nada en la historia dependió de su poder sangriento.
La máquina hubiese funcionado de todos modos.
El auto se pierde en la niebla ojerosa de la autopista.
Su gesta son escenas de una película mal copiada.
Su rostro decae en el bien escaso, se inflama en la sombra.
Y no es suyo, es el del asesino en el diario, el del tunante,
el del florista o el del héroe circunstancial del balompié.
© Jorge Aulicino
Comentarios