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Texto completo / Un poeta griego huye de Londres

Un poeta griego huye de Londres

(Texto completo publicado en 2018
por Griselda García Editora)


El poeta extranjero ensaya el idioma local 
para hablar de su maestra

Tú, que me diste el regocijo
de mis últimas horas en torno
al antiguo río de muselina,
que me amaste como a un vencejo
cuando vuela en picada hacia la
campiña de Macedonia;
mejor dicho, no vuela,
sino que cae
irremediablemente,
su pequeño cuerpo que resiste
mil atmósferas
se estrellará en una piedra,
en el capó de un auto alemán
o en la superficie de un charco.


El poeta griego huye de Londres

Como a los ingleses, 
me gustaban los viejos perfumes,
los empapelados y la ropa usada,
pero mi jardín interior decadente 
se deshojó cuando las escuadras 
clavaron sus bombas en los barrios 
obreros o en Holland Park.
Desde las colinas vi la niebla oscura
pegada a las ondas del Támesis, 
a los canales y a los setos. 
Me dije:
¿cómo la especie logra ensamblar
la pesadilla en lo concreto?
¿Cómo es que ama las trompas 
de los bombarderos, las bombas, 
lo mismo que la cereza material, 
la pelambre del ganado caprino,
la canaleta oxidada, 
el musgo de la Navidad?


La prostituta eslava escribe su epitafio

No fui yo la que narré mi cuerpo 
sino el tonto galán que me compraba helados
y me supuso vestida con el manto de la Virgen
en el pueblo estólido donde nací.
También lo narraron otros amantes que se lavaban
el prepucio cuando de mi candidez hice negocio.
Viví expoliándolos hasta una edad avanzada 
para mi época y mi oficio,
y morí sin demasiado esfuerzo, salvo
la maldita tos seca.  ¡Bendita decadencia! 
¡Olor de perfumes y exudaciones en los pasillos! 
¡Lejana Alaska en la mirada 
del recién llegado al puerto!
Floté en la cicatriz remota de su cara, 
cambiante como las nubes,
que desprendía humo ácido.
Nubes de mi alma, desgarradas en los abedules. 
    Y me movía
en una complicidad con la muerte
que nunca pensé que podría yo tener
mientras rodaban calle abajo carros en la madrugada,
y eran rojos, amarillos, naranja los rayos de la aurora
que esperaba toda la noche, entre vino 
con canela y viejos cuya sangre apenas latía,
pero aún reían, hasta cantaban,
tosían también, se agitaban como bebés
entre las sábanas.


Un poeta ruso medita frente a un viejo lavarropas
en el XVIII arrondissement de Paris

Conservás tu poder intacto, aunque amarillea
tu pintura y el óxido ha cometido ataques notables en tu carcaza
bajo la que habrá charcos empozados de hace ¿cuánto?
¿Siglos?
Traquetea todo el piso de madera dura y vieja
y se oye tu poder centrífugo en toda esta casa,
preparada para habitar malamente
y adoptar como estética costras de sal que el clima deja 
                                                                               en la cornisas.
Tu poder está casi intacto,
apenas una tos cada tanto 
entre las ruedas feroces en las que galopa el Apocalipsis.
Y es como el trueno tu voz que solo tiene una nota.
Y es gris como el cielo eterno del Norte o
como las lluvias del Canal o como los bosques desnudos
tu promesa de paraíso recuperado.


En su exilio en europeo un intelectual chino
desiste de entender la Gran Guerra

Fui amable con los grandes abanicos, me hinqué ante 
la grulla y el tirano, porque todo en el mundo debía ser.
Un plan es un plan, y si no conocemos las entretelas
y son tétricos los días resonantes de tambores,
callar sin orar, mirar el horizonte o la zarza
que contienen la verdad en la misma proporción es la única chance.
Pero renuncio a tal gracia. Desespero.
Nada de lo ocurrido me es ajeno 
     y sin embargo
todo es inadmisible para la metafísica oriental
y la occidental y aun para quien niega a Dios.
Ahora escucho voces en el sistema de ventilación,
vuelan pájaros de papel en la noche de pizarra
y una lagartija en el alféizar parece extática.


Un poeta nórdico evoca a Friedrich 
Hölderlin en un hotel alemán

Esa nieve cenicienta sobre
los techos y al costado del camino que vemos con aburrida frecuencia
podría ser tu fantasma, 
y de hecho es mi pensamiento.
Aquí los siglos se acumulan como armas capturadas 
y herrumbradas junto a un altar de pino.
Todo en vos tenía un aura eterna,
sin historia propiamente. Era todo
                                            sturm und drang,
y un rábano por cena.
Desde entonces para nosotros no hay otro mundo
que el de las cosas que junto a los caminos 
     se hacen oscuras, 
marca de locura
que nos hace vacilar sobre la racionalidad 
del desayuno en un hotel internacional.
Es todo funcional, 
casi trivial: 
la máquina de café, el taxi que vendrá en un momento.


Romanza del viejo a quien solo 
visita el delivery en Lodz

¿Qué sería de mi vida si esta noche
no sonara el llamador del portero eléctrico
y no oyera una voz que dijese "delivery"?
Y detrás de ella el rumor ya casi apagado de la calle,
y más allá intuyese mi mente 
el temblor de unos árboles desplumados
o se engañaran mis oídos
creyendo oír las voces de los albañiles,
ya muertos, 
que alzaron esta ciudad,
riendo o maldiciendo
bajo el sol,
y creyera oír, asimismo, el traqueteo de la maquinaria
en los abandonados galpones de la industria textil.
Porque todo eso escucho en la voz que dice delivery
aunque cuando baje solo vea a una niña con casco de ciclista
o los ojos brillantes de un motociclista
ensombrecidos por el casco que no se quita
     como si fuera un antiguo soldado del Reich.


Iván Serguevich Turguénev se asombra de la
intrincada cultura europea

Aquí están tan en contacto el piano
y el árbol, los crepúsculos y los 
viejos souvenirs de bronce que, comparado con esto,
la epifanía en mis bosques y charcos 
es cebolla y pan. Siervos y nobles 
pasaban frente a ello sin otra conmoción
que el latido de su sangre, la que palpita 
en las viejas catedrales,
las cúpulas, los árboles y los caminos
y los disuelve, así como este solitario en la 
taberna, al este -creo- de París, mueve su tableta
efervescente en el agua de un vaso
después de la borrachera,
mientras miro las vetas de la madera en mi mesa
sobre la que he esparcido sin quererlo algo de sal.


Un formalista ruso lee a Rubén Darío

     cuando quiero llorar no lloro

He visto cómo del marco nacen reflejos que hieren
el sentido final;
he visto cómo la estructura llamada básica se
convierte en el contenido de la forma;
cómo la ventana es el todo y la nada;
el flanco de una mujer, el absoluto.
Sobre mi mente volaron a menudo el yin y el yang 
interrelacionados en conflicto, alejándose
como cuervos oscuros de sí mismos
acercándose silenciosos como anémonas.
En el fondo del acuario el pez muerto
me produce una piedad que me hace sentir falso
y desata mi llanto, aunque no quiera y me repito:
"no es por el pez que lloro,
no es por él, no es por
el pez".
Y no sé por qué lloro.


El doctor Watson anota un ejemplar de
Estudio en escarlata

¿Qué tiene que ver un aneurisma en la aorta
con la ejecución matemática de una venganza?
O más precisamente con el rayo de sol
que cayó sobre las grupas del ganado
en un pueblo puritano de América.
El detalle trivial no interesaba a Holmes.
Sólo datos, si podían relacionarse,
como mi herida en Afganistán y mi apostura
que incuestionablemente, para su punto de vista,
daban por resultado un médico militar. 
Supe de la existencia real del crimen 
cuando sentí en la palma de mi mano
el corazón del asesino, que retumbaba
como un motor en un sótano decrépito.
Aquello se llamaba aneurisma,
y el hecho de que hubiera precipitado tres muertes
apenas era relevante para Sherlock. Un motivo lateral
que aceleró la venganza.
Dejó de ser relevante para mí, en cambio, 
que me haya encaminado al bar Criterion
en un estado de ánimo solitario: bendije el encuentro
que me reveló la máquina inclemente,
confusamente escondida,
del Mal en la caja toráxica del mundo.


Desde París, un corresponsal criollo escribe al 
general Mitre

Ahora los figurines y las revistas
de moda imitan a los trabajadores que comen
su asado en el delta del Danubio, en la vieja
Dacia, los altos botines clavados en el barro,
las botamangas arremangadas, el pulgar
en un bolsillo del chaleco.
Ese paisaje los reconcilia con la lucha
de clases y andan por Viena y Estrasburgo,
se los ve en los salones de pintura,
vestidos de esta suerte, quizá
al modo también de un pintor holandés
que se fue a vivir al sur de aquí
para pintar rústicamente girasoles y cabañas.


Charles Dickens se detiene un momento 
en la calle Mill

Una caja de cartón, atrás de la pizzería, entretiene
mi desasosiego. Una caja inútil y por eso
quizá inocente, jocosa.
Pero la luz de arco eléctrico
la ilumina como en un campo industrial,
como en los alrededores de prisiones futuristas.
Aun así, el hombre de chaqué encontrará
fuerza en el verde desleído de la tela, 
manufacturada en Manchester. La fe en la fuerza no decae.

Ese alemán que pasaba el día en la biblioteca pública
leyendo libros de Adam Smith presentía un nuevo adviento
después de la tormenta. En Londres no hay huracanes.
Puede llover, en todo caso.
Yo veo cada puerta remachada con clavos de ataúd.
Y quizá sea bueno, al fin y al cabo: silencio
y piedad para este mundo tal como fue.


Filippo Tommaso Marinetti palidece 
ante la caída de Italia

Caro Giorgio de Chirico, reconocerás que al menos en un
punto tuve razón: la máquina haría al fin su trabajo.
Ahora que miro las montañas de nuevo, aún excitado
por el formidable derrumbe de la Línea Maginot, que
simbolizaba la vieja Europa, percibo que no podíamos, 
no debíamos estar a la altura de las exigencias de la hora, 
este austríaco rodeado de ingenieros mecánicos, poleas, 
cohetes y máquinas blindadas, así como de
capataces de mecánicas fábricas de muerte, 
de lanzas y calaveras rodeado;
un pobre loco que sin embargo condujo
nuestra inteligencia hasta que se cumplió el veredicto
que hace mucho te dije: se borraría a sí mismo
el hombre, y con él la naturaleza,
al punto de hacerse el mundo abstracto, lleno de rugidos
     y silbidos.
Desde esta terraza italiana amarronada por el agua,
miro el lago, aquella vela, nuestras cumbres.
El aire penetra por mis poros, hay unas gotas
     sobre el dorso de mi mano,
todo estará aún, después de que yo muera, 
ahora, en un momento, en un soplo, llevado por mi corazón  
traicionero
      a toda velocidad a través 
de un mundo mecánico de afiches en blanco y negro 
y sangre
hacia donde las olas reales se movían apenas como agua en un cántaro
por la rotación de los días.
                                                                                                            Bellagio, 1944


El conde Vlad medita entre las ruinas 
de un bombardeo

Un joven inglés, Harker, lanzó sobre mí
la infamia de que caminaba sobre las paredes
como una lagartija y era el amo de las ratas.
No tuve que ver con ratas y sólo moví lobos y tormentas
pero no contra el decrépito Imperio que agoniza,
severamente erguido entre sus ruinas.
Antes de que Londres se llenara de afganos y de indios
taladré esa madriguera con hambre de otra cosa.
Terminé confundido con los zombis grotescos
     que devoran cerebros.
Pues soy el que viví un solo amor
y construí en la eternidad la casa de mi verano.
He sido, lo saben, un exiliado 
     de sótanos Industriales 
y de vuestros bastones con mango de hueso.
Me odiaron porque amé el rojo crepúsculo
que circulaba por la venas de un cuerpo irrepetible.
Ustedes, que hicieron correr sangre como agua servida
desde el Báltico al Mediterráneo
en la peor guerra que la humanidad haya visto.
Que jamás amaron el líquido rubí, sus palpitaciones,
el pulso de un cuello suave,
el horizonte inflamado de cruces y de lanzas.
¿Cómo habrían de amar la miel de Cristo?
El bramido debajo de la capa.
La tormenta que llegará y limará las rocas,
     las casitas que delimitan 
las playas grises de Whitby
y el alto cementerio sin héroes ni bandidos.


Lord Byron se duerme en el subte
a Wimbledon

Si el vecino de abajo
me oye en el baño cuando canto o murmuro para mí,
debe imaginar una vida hecha de pedazos
y sonidos dispersos,
como efectivamente es la mía.
Y así son estas imágenes recortadas nítidamente
ante mi vista pero que sobreviven instantes:
el tatuaje de una espada y una rosa, una
mujer que se sienta con las piernas separadas,
una gorra roja, 
unas manos que rompen un envase
de plástico y obtienen un sándwich de pollo,
una cabeza con auriculares, 
un turbante percudido,
un adolescente de mirada bovina,
dos lunares, uñas que emergen en un par de sandalias,
un kimono.
¡Ah eternas ciénagas de Missolonghi! ¡Campamento* de rufianes
y gritones de taberna,
tan inútiles,
pequeños y patriotas!
Has sido, para mí, un buen sepulcro.
Esta ciudad tiene solo mi esqueleto vacío:
mi corazón se secó entre los bárbaros.
The land of honourable death, finalmente.
Y mi cuerpo en este vagón que lleva a los confines,
igual que un catafalco.

* George Gordon, sexto lord de Byron y una de las figuras más notorias del romanticismo inglés, murió en 1824 en la ciudad de Missolonghi, a la que había llevado dinero de un comité pro-financiamiento de la causa griega contra los turcos. El aire malsano de los pantanos circundantes lo derribó en poco tiempo y vio frustrado, por la incompetencia y la corrupción de sus adeptos, el intento de formar un regimiento de artillería que asaltara Lepanto. 


Una ex catequista se lamenta en un pub de Coventry

No es incongruente que esté ahora sentada
en un alto banquito redondo frente a un mostrador
atestado de botellas que contienen líquidos de distintos colores:
azul incluso, o verde, entre los fantasmas y las ruinas
                                                 del bombardeo masivo de 1940.
Veo en esas botellas el siglo venidero
y el resultado de que los hombres se hayan alejado cada vez más de Dios.
Esta tierra será sin duda más agradable por eso,
una sombra se habrá perdido entre las sombras:
la Sombra terrible y amorosa del Señor,
que tanto cuestionaba nuestros pasos.
No bailará tampoco el demonio entre ruinas, como ahora,
patrón del fuego y la tierra. O bailará, pero lejos de las 
                                                                                      grandes ciudades
financieras, portuarias, comerciales o
industriales, como esta, donde la clase alta
y la clase media y la clase obrera, si la hubiera,
no me escucharon cuando predicaba de puerta en puerta.
Me he entregado a la bebida 
y a la dulce prostitución
porque todo está perdido
y ya no existe el turismo verdadero.
Nada es extraño, todo es presente y la guerra está lejos de casa.
A veces, y solo a veces, arde en nuestras ventanas.
Pero son estallidos dispersos, pesadillas, vaguedad.
Y yo soy como los ruidos confusos en un teléfono con baja señal.


Confesión de Ed Thatch, Barbanegra

Presentí la revolución 
y sus fastos
antes de ceñirme cada pistola sobre la casaca púrpura
y encender los fuegos de San Juan
de mi cabeza.
Era el final de una larga travesía, llena de sirenas
y bombazos
asaltos en alta mar y muertos en los manglares
cañoneos a ciudades fortificadas
y extravíos en la selva,
mulatas de pupilas brillantes,
el tabaco del trance,
la oscuridad que nos portaba a todos como los huracanes
sobre esos océanos de luz.
Debían hacer lo que hicieron: despedazarme antes
de que las colonias cayeran,
clavar mi cabeza como trofeo de una nueva aurora 
sobre territorios de piedra,
a los que llevarán máquinas. Mas no ustedes:
ellos,
hijos expulsados,
nunca regresados, chicos perdidos en la isla de Pan,
chiflados, reformistas, horda de puritanos y masones.
¿Qué es esa mancha negra sobre el mar, Vane *?

* Charles Vane (1680-1721), pirata a quien se hizo fama de inusualmente cruel, defendió con audacia el abandonado puerto de Nassau en el que había prosperado una “república” de piratas. Pudo escapar del asedio inglés hundiendo varios barcos. No logró convencer a Ed Thatch, -entonces instalado como pirata y traficante en las colonias de Norteamérica- de recuperar la plaza. Lo intentó solo y terminó capturado y ahorcado.


Un inglés cosmopolita se asombra en
los Museos Capitolinos

No sé si eras un dios o un patricio entregado
al vino y el clavo de olor, Marforio. Tu imagen 
en el Palazzo dei Conservatori
es incierta. Tal vez representaste el Tíber
tal vez el mismísimo Oceano,
al que la posteridad condenó a sostener 
papeles de protesta, proclamas, epigramas... 
Al fin y al cabo, es el destino de los grandes ríos
el arrastrar voces hacia donde se pierde todo.
Mas, verás, cerca de ti, estatua, hay pies, manos,
cabezas, todas encontradas en la excavaciones 
en ciudades que fueron tapándose unas a otras,
y un pie, por ejemplo - ¿de un dios, de un mortal que casi 
fue divino? - mide cuatro pies, al menos, de alto
-incluyendo un fragmento de tobillo-; de suerte 
que toda tu civilización fue acaso de cíclopes, 
y contempló el desmembramiento con menos aprensión 
que actualmente. ¿Restos fueron, pies y manos, 
de las matanzas del Coliseo? Qué sé yo, Marforio. 
Mi mundo se compone de fragmentos que un visitante 
llegado de otro planeta no sabría recomponer:
la selva amazónica preservada
y reservas naturales;
mares estragados por el petróleo,
pedazos de templos que fueron arrasados
en el Medio Oriente y el Asia,
leopardos en libertad,
ciudades compartimentadas -salas de tortura 
subterráneas cercanas a restaurantes, 
gimnasios baratos parecidos a tus baños romanos, 
oficinas con poltronas y reflejos
de cristal y de ámbar-,
y el eco, si no del Coliseo, 
de idiotas en la cancha.


Leonardo de Pisa, Fibonacci,
padece un ligero trastorno estomacal

¿Cuántos no se quedarán aún extasiados por las dársenas?
Sin embargo el río que se tendía hacia occidente se retrae,
la marejada es insultante, las piedras
de las escolleras están más carcomidas por la 
     petroquímica que por la sal.
Con todo, ah la estúpida especie indoeuropea,
diferenciada ya por razas y por clases 
buscará la diferencia por sexos,
incluso tal vez por edades por defectos de la piel
o por las nubes en el fondo de los ojos.
Y luego creerán recuperar el orden sagrado
al leer en una enciclopedia digital 
sobre mi secuencia matemática, que se repite,
dicen, en tallos florales, peristilos, cáscaras de moluscos,
genealogía del macho de la colmena,
la flor de la alcachofa, la
forma de las galaxias.
Qué idiotas, querida. Tus secuencias, 
     que son muchas, 
me interesan más que ese dios pagano,
la máxima alquimia a la que puede aspirar un siglo
de eunucos, fanáticos, vividores, escoria.

A medida que desaparecen, corroen la mayor religión
de la historia, 
la reemplazan por misterios
de orden científico, desanudadas 
conclusiones, disparates gnoseológicos. Amor
al vacío que repica en los números nunca
tuvieron.


Emilio Salgari descubre una 
inscripción en Cádiz

De los 265 tripulantes que al mando de Fernando Magallanes salieron de este puerto de Sanlúcar de Barrameda el día 20 de septiembre de 1.519 para dar, por primera vez, la vuelta al mundo, solamente volvieron a este mismo lugar de partida, en 6 de septiembre de 1.522, 
los 18 navegantes que se citan a continuación: 
Juan Sebastián Elcano, de Guetaria
Francisco Albo, de Axio
Miguel de Rodas, de Rodas
Juan de Acurio, de Bermeo
Martín de Yudicibus, de Saona
Hernando de Bustamante, de Mérida
Hans, de Agan
Diego Gallego, de Bayona del Myor (Galicia)
Nicolás de Nápoles, de Napol de Romania
Miguel Sánchez de Rodas, de Rodas
Francisco Rodríguez, de Sevilla
Juan Rodríguez, de Huelva
Antonio Hernández, de Huelva 
Juan de Arratia, de Bilbao
Juan de Santander, de Cueto
Vasco Gómez Gallego, de Bayona de Galicia
Juan de Zubileta, de Baracaldo, y
Antonio Lombardo (Pigafetta), natural de Bizancio, en Lombardía. “ *

                         Llevaron, además de sus huesos,
la lengua, la peor peste,
fuera de la violencia por la tierra, el cultivo y el oro.
Si uno lo mira ahora,
creo que no comprenderían, ni ahora mismo lo comprenden los 
     que habitan tales lejanías,
el inmenso y sonoro oceano

que retumba en el decir Santiago de Chile, El Callao, Buenos Aires, Portobelo, Medellín, Asunción, Zacatecas, La Habana, Guayaquil, Piura, El Rosario, Barranquillas, Santa Cruz de la Sierra, Iberá, el Neuquén, Maracaibo, Chuy, Cali, Cartago, Matagalpa, Veracruz, Cartagena, Paso del Rey, Duggan, Puerto Príncipe.

Una tierra resonante que explota de ciudades y matanzas
y en la que circulan las palabras siempre parecidas
como bandas de gorriones, loros o piratas
que intercambian estupor sin reclamar 
esos horizontes rojos
de lava, o azules de océanos,
ni las constelaciones oceánicas de las ciudades
en las altas noches,
ni sus cloacas o puertos, montes, calles, usinas, prostíbulos
todo lleno de grandor y candor,
para sí, para su intimidad, sus historias.
Absolutamente inconscientes del poder que tienen sus palabras
para los que miramos el mar en las antiguas pinturas.

* Cerámica conmemorativa en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1956


Simón Bolívar escribe a un secreto 
corresponsal europeo

Tardé en comprender a la resonante Europa,
donde las herraduras retumban sobre empedrados ancestrales
y en las calles de barro no se cocina un mundo esperanzado
sino llagas...
Cuando arrastraba el ala a la dama 
en París no supe ver que del tumulto de ejércitos,
alianzas hechas y deshechas, cañonazos 
en las colinas, muertos en los sembrados, 
fastos y rigodones, iba a surgir un continente plácido, 
satisfecho de sí, escrupuloso, al que llegan de nuevo
las hordas, desarmadas, bíblicas, orantes,
mientras este mundo mío en el que impera aún la selva
y el oro hecho trigo o petróleo
flota como un cetáceo en aguas pobladas 
de espectros con espadas.


Un pensador hegeliano se sienta a contemplar 

¿Cuál fue la reacción de occidente ante la caída?
Venid a ver la sangre por las calles.*
Saltad ríos y montes, uníos con la bestias acosadas,
convocad a la mangosta y al martín pescador,
haced girar en el aire el Martillo, incluso los grilletes:
liberad los sótanos, cread acero y montes de puñales,
levantad Sherwood y las cordilleras,
los colores en las acequias cuando cae el sol,
todo lo que fuisteis y lo que sois, o pensáis que sois.
Madres: madre Inglaterra, madre Rusia, madres sufrientes de Italia,
o personeros de Stalin, guerrilleros de estafetas y andenes,
partidos, iglesias y clases.

Todo está ahora olvidado.
La gran contradicción señera. El
filo de la Idea alcanzada. La historia a la vez propia y ajena.
La comprensión del Plan que nos involucra.

Los ríos se tiñen aún de rojo en guerras de baja intensidad.
Amanece sobre los techos como hace doscientos, mil años.
Todo está bien así. Todo, de distintos modos, es Roma 
y su eterno regreso.

* Pablo Neruda


Alguien en medio de la 
noche berlinesa

Duerme con el traje puesto
sobre el acolchado, una pistola
sobre la despojada mesa de luz.
La historia converge sobre él
y solo sabe que no podrá desentrañar
cuánto en él pertenece a la historia 
y cuánto a esa noche cualquiera. 
O cuánto es en él reflejo de antiguos bronces
y cuánto un cuarto vacío.
O máquinas dirigidas a la guerra,
y un hombre llamado Otto o Franz.
La única certeza está en los pliegues de la gran ciudad,
sobre todo en los baños públicos
y su insistente murmullo de agua atormentada.
Y en ciertos detalles de la mano de un hombre 
que empuña un viejo paraguas 
en el subte hacia Alexanderplatz.


Un comunista, exiliado en Estambul, medita
sobre el inminente futuro

                                                           A Pedro Ignacio Vicuña

De ningún modo creo que de Escila caeremos en un Caribdis, mas,
si no el caos, ¿qué otra cosa puede reemplazar esta
repetición de cosas? Mitos que nos forjan, cíclopes que se alzan
en forma de tiranos, revoluciones reducidas a cenizas...
Ah, pero lo que presiento acaso nos libere...
El preciso francotirador de Stalingrado, ciudad demolida a cañonazos,
cuyo nombre detesto, pero en la que se erige lo nuevo, el
fusil de la resistencia en alto.
En cuanto a mí... Acaso los sueños resuelvan 
nuestro problema y nuestra angustia.
Nos liberaremos de las formas.
Y otro arte entreveo, de figuras superpuestas en un orden
aplanado, enormes frisos sobre templos aztecas,
una creación, esto es, un caos de nacimiento,
como los confusos movimientos de una criatura recién parida.
Y desde allí, y desde allí... ¡nacerán de nuevo formas, universos!
¡Malditas, repetidas, incansables formas!


Un arquitecto vienés repara en los alcances
de la reciente guerra

Sobre esta mesa de mármol veo aún destellos de los bombardeos
y huelo pólvora, hollín, trapos quemados, sobre el café.
Todo lo invadió la guerra, los campos, las aldeas,
la ciudad, su entraña metódica, pacífica.
Se valió del telégrafo, del radio, del motor a explosión. 
Levantamos ahora monumentos a los monumentos caídos,
homenajes y edificios rápidos. Pero las torres de cristal se llenarán de luz.
En un futuro no muy lejano las veo parpadear sobre el horizonte.

Alguien nos condenó a comer carne animal.
Todas nuestras cosas son una maldición y un don.
La aliteración, el ascensor, 
los campos de Francia.


Alguien en el Puente de la Torre

Imaginemos una flor más grande que las de Van Gogh
-más absurda, si cabe, que la rueda de Londres-,
que con el borde de uno de su pétalos escriba en el cielo.
¿Qué escribiría el que pasa concentrado en su celular
el que pondrá una bomba con la que volarán diversas personas
que son y seguirían siendo indiferentes para mí, los arrecifes de la isla de Man 
y para el pobre aguinaldo de aquella mucama?
¿Qué escribirán?


Johann Christian Friedrich Hölderlin mira, 
él también, las aguas sangrientas

Si no hubiera una cierta alegría en el disolverse del mundo
como la de una buena guitarra que hace brillantes fragmentos
     de sus cuerdas y de su música,
ninguna pregunta sería coherente en sí misma.
¿Puede haber poesía en Alemania?
Este pájaro o zorzal que eleva su trino en la breve colina
responde por mí, si uno es propenso
a darle a la realidad valor simbólico,
como el agrio poeta francés.
Mas no es mi caso, y de esta suerte alemán o francés
son adjetivos sueltos en el espacio,
como -y haré una analogía-
las briznas del cardo.
En nuestra pasión debían habitar los dioses.
Pero no hubo pasión sino científica matanza.
Irracional positivismo, odio frío.
Qué tonta respuesta a los ecos profundos del valle y
a la entonación del crepúsculo por Odín.
Vivir un solo día, eso basta. Pero vivir. *

* Hölderlin.

---
© Jorge Aulicino

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(Texto completo. Publicado en 1995 por Libros de Tierra Firme) Sabe Júpiter que no es posible ni verosímil que la material corporal, la cual es combinable, divisible, manejable, contráctil, formable, móvil y consistente bajo el dominio imperio y virtud del alma, sea aniquilable ni en punto alguno o átomo destruible... Giordano Bruno, “La expulsión de la bestia triunfante” 1. Habitaciones para turistas Química blanca En el alba rancia, en la mañana, en la luz que amansa, sin embargo llegan sonidos incongruentes, como rugidos, relinchos, quejidos, y se diría abajo hay campo, un roquedal, el mar, el patio de un cuartel. El hombre parido de la noche intranquila al día no se molesta en mirar por la ventana: encontrará, sabe, la calle, los árboles de siempre. Recita en voz baja, canta, se baña. Filtrados por las cañerías, los conductos de aire, sintetizados con otros más lejanos de trenes y gallinas, estos ruidos sonarán a qué en otros cuartos. Ha

Entrevista / La idiosincrasia del idioma

Martín Bentancor -  La Diaria, Uruguay  - 15 de septiembre de 2023 - Cuando joven, Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949) se formó como poeta –signifique esto lo que signifique– en el Taller Literario Mario Jorge de Lellis, espacio al que también asistían otros escritores en ciernes como Irene Gruss, Marcelo Cohen y Daniel Freidemberg. Cuando joven, también, se propuso entender lo que decían los poetas italianos en su propio idioma, iniciándose así su derrotero como traductor que, con los años, lo llevó a verter al español a Cesare Pavese, Eugenio Montale, Pier Paolo Pasolini y Luciano Erba, entre otros, además de publicar, en 2015, su impresionante versión en tres tomos de la Divina Comedia. Como periodista, durante décadas fue un animal de redacciones en agencias, revistas, diarios y suplementos, y en 2015 recibió el Premio Nacional de Poesía. Desde hace 17 años administra el blog Otra iglesia es imposible, que se actualiza a diario con poemas de autores que conforman una lista kilométr

Texto Completo / Cierta dureza en la sintaxis

Cierta dureza en la sintaxis (Texto completo publicado en 2008 por Selecciones de Amadeo Mandarino) 1 Cierta dureza en la sintaxis indicaba la poca versatilidad  de aquellos cadáveres; el betún cuarteado de las botas  y ese decir desligado del verbo; verbos auxiliares,  modos verbales elegantemente suspendidos, elididos,  en la sabia equitación de una vieja práctica. ¿De qué hablás, de qué hablás? Pero si fue ayer... Fue ayer... Estabas frente al lago de ese río:  qué lejana esa costa, qué neblinosa y mañanera.  Lo tenías todo, no te habías arrastrado en la escoria  de las batallas perdidas antes de empezadas, no andabas en el orín de estos muertos... Lo comprendo, no era el Danubio, era el Paraná que marea porque viene del cielo cerebral, pero aun así... ¿Se justifica la alegre inacción, el pensamiento venteado? Abeja: la más pequeña de las aves, nace de la carne del buey. Araña: gusano que se alimenta del aire. Calandria: la que  canta la enfermedad y puede curarla. Perdiz: ave embus