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La línea del coyote


(Texto completo.
Editado en 1999 por Ediciones del Dock)

















Libro primero/Confutatis

En la calle una sensación repentina de vértigo y grandeza,
¿la habrás probado, Wolfgang?
Todo este hálito que se alza desde bahías habitadas,
amaneceres tibios, ruidos de las selvas y las excavadoras.
Mire ese hombre en un bar desde una distancia neutra.
Ha comprendido entre un torbellino de frenadas,
de sirenas y gorjeos ásperos de motores
que se pueden olvidar las cuentas y el despertar dolido,
el retiro de la marea de las cosas, el instante histórico de la materia:
es eterno ahora; y teme.

¿Quién lo sabría? Así como cada hombre lleva su cáncer secreto,
cuando el delirio de la sabiduría lo absorbe, nadie se entera.
Wolfgang, a menudo asaltado por el vértigo, sin embargo
habría hecho relámpagos sosegados de violines, una coartada.
El hombre en el bar ha pagado su momento a solas con el espíritu.
Lo recuerdo: siempre hablaba de Roma. En particular,
de un café llamado Pérgamo. No hizo mención
a nada del café. Y describió sin nombrar
un camino de la luz hacia ciertas tazas
que parecían abandonadas en una mesa,
los restos de café duros en el fondo,
el borde de una de ellas cascado.

Hablo de otro. Otro hombre, otro café, la Puerta del Sol.
Y yo hablo de otro Pérgamo, un museo, en Berlín del Este,
con ciudades reconstruidas en salas artificiales.
totalmente refractario al sol. Un palacio adusto sin ventanas.
De todos modos hablamos de cosas que se parecen.
Hablamos de uomi chiusi. De figuras en cuyo interior
el mundo se abre como una fruta. Figuras.
Hombres en posición ausente.
Hay otro mundo en los mundos. De eso se habla.

¿Qué mano parece haber arrojado esto y todo?
Me refiero a las huellas de la excavadora bajo la lluvia
miradas al pasar frente a una ventana.
Imprima el Requiem sobre ellas. De esto hablo.

No hay nada que no suba hacia una planicie violenta
cuando el espíritu anda entre las cosas.
Las cosas muertas, las que fueron, las que parecen
haber quedado a medio hacer
-huellas de la excavadora, el resto duro de un café-,
es ese haber vivido que puede decirse en un acento soberano.
Sin embargo, Pérgamo, dijo él. O Mozart.
¿No hay también un espíritu desasido entre las cosas?
Un algo de muerte melancólica. Las pesas, el metro,
el ridículo cairel, los jarrones con llanto,
la Dama de Eliot que escuchaba a Chopin, tan íntimo.
¿No cree la sustancia de las cosas sea el abandono de un dios?
La basura industrial, los grandes depósitos, el centro
de cualquier ciudad de noche,
¿no lo llevan a ese fondo de raspaduras y cráneos molidos?
De huecos hollinados, de paciencia.
-Una mujer lo amaba de verdad. Fue un impacto el amor
como las primeras luces, el ruido indistinto, la confusión del plasma.

(En el monobloque, de noche, bajo una lamparita de baja potencia,
aferrado por extraña pasión a una uruguayita a la que no entendió,
escribió cuanto pudo en el reverso de los tickets,
en las portadillas de libros sobre dietas.
Exiliado, amante de la sombra de un exilio mayor,
tuvo siempre más que callar que algo que decir.
Cómo decir lo que no se sabe. Cómo decir las frutillas,
el plato del gato, la autonomía del marco de un cuadro malo.
Sonata para violín y piano en el traqueteado casete.
La noche disolvía la torre obtusa del monobloque.
Otra cosa es con guitarra, decía el payador. Otra cosa
es otra cosa. Pero es con guitarra. Y en tanto
sonara la sonata se permitía solamente escribir
la lista del supermercado, de una artificialidad
y una elementalidad profundas: yerba, carne, mayonesa
A los pajonales, a los totorales, deseaba volver.
Era la última en apagarse la bombita. Cuadro amarillo la ventana.
El rostro reflejado contra el vidrio abismal.
No los reconocería sin embargo. No porque estuviesen
ahogados en petróleo o sobre ellos las casas frívolas de fin de semana.
No los reconocería porque nunca los supo. Porque jamás los vio.
Y los ama por aquello, y escribe tras los tickets
algunos párrafos confusos sobre la materia).

Borravino el núcleo, espigado el sonido, de la materia final.
De este hombre en el bar la Puerta del Sol deberían traslucirse indicios.
No hablo del de Pérgamo, pero no hay tales esquirlas
en el rostro del tipo del bar.
El sonido amortiguado de una plancha de piedra que se hundiera.
Su total oclusión lo hace sospechoso.
Perfecto extraño. Criminal auténtico.
Nuestros sistemas de medición son discutibles.
Las cejas, contracciones de los músculos en la cara,
el modo de llamar al mozo.
Podría, en su torbellino de toberas, en su desequilibrio momentáneo,
cancelar las señales, un cielo que se nublara de nubes invisibles,
lluvia que no se viera, mundo estrictamente incomunicado
del espíritu en él.

(Ahora estamos frente a frente. Sin bibliotecas ni productos residuales.
Vine aquí para enfrentarte cara a cara, dijo el hombre del monobloque.
Pero no había abandonado los contrapesos en absoluto.
Su pasado entre los esteros. Las sorprendentes lomas.
El inapropiado mugido en la tarde que siempre fue última.
Y además, el celo, o lo que fuera que lo unía a la uruguaya.
La materia todavía más incomprensible de sus cremas humectantes).

Empeñarse en que un hombre tiene el secreto:
¿cuál es el tuyo?
Empeñarse en que está entre nosotros
viviendo un vértigo inabordable.
Este hombre del bar Puerta del Sol es solo un tipo.
Una figura en la tarde infectada.
Anónimo completamente. Esa sería la trampa.
En cuyo caso tampoco la comprendería.
Ni núcleo ni avistajes en su hueca profundidad.
El mal mugiendo en tu barriga. Restos del fruto mal digerido.
Uno solo y no todos mordieron allí.
De uno la costilla se hizo mujer.
No tenemos nada que hacer en estos sitios.
Aquí no está aquello.
Y lo que pongas aquí irá en tu contra.
La materia ni dios saben.
A eso se debe el silencio perfecto de todo.

(Hace diez años paga el alquiler y escribe.
Lo que escribe es el pus de una batalla que libra solo.
Nunca la placa radiográfica de la noche dice algo.
No acepta el combate. Es la misma.
Me voy a ir, se dijo. Como una protesta que pudiera abrir la grieta.
Cada noche lo dijo. Y escribió en un ticket el sorprendente resultado.
Otro apunte sobre la respiración de ella y una lata de atún sobre la mesa.
Era -comprobó- como si toda la filosofía lo rodeara. La biblioteca entera.
La multiplicación de las preguntas. El Kaiser. Un ejército.
Millones de suelas gastadas en propósitos más o menos magnos.
Y la sonata lo hacía al fin llorar sobre una lista precaria abismal).

¿Cómo, si es lo mismo Pérgamo o la Puerta, estaríamos vivos?
El hombre de extraña precisión en el relato
o el que es la mera figura del hombre.

Un juego intolerable en que el mar nos desafía
y nos tira a la playa como obenques vencidos.
Una polución insostenible de propuestas desoídas.
Moriríamos de una desesperación abyecta, congelada.
A nadie podríamos decirle que lo que no sabemos atormenta.
¿Qué es aquello que no sabe Pérgamo?
¿Qué es lo que la Puerta del Sol niega con rencor?

(Dicho de algún modo, reflexionó. En billetes sin interés.
En confusas frases. En el agitado olor de ella traducido
a ese código que nadie entenderá. Dicho así.
En el vivir aquí, en el monobloque.
En la existencia de abstractas viviendas industriales.
En la inexistencia de totorales y bandurrias.
En cualquier cosa donde haya rebotado el sello.
Está dicho).

Aunque te suene a resignación, olor de tumbas,
este es el filo de la vida.
Nada creciendo de bahías sin sueño.
Nada entrevisto por algunos gigantes prematuros.
Bardas en el Neuquén, zanjas secas, pozos de petróleo,
el veneno que riega las semillas de futuros monstruos.
Todo es tu abecedario. Y nada lo es.
Elegís siempre.
El documento se escribe con todo lo que puedas.
Y que polvo de cal que quede afuera
o las centurias que queden afuera
no obsedan lo que tu espíritu ilumina.

(La uruguaya duerme sobre la colcha de telar.
Huesitos de pájaro, pecas sobre los pechos,
el ronquido intransferible.
No me voy, repite él en silencio).


Libro segundo/Hacia el mal

La muerte de Satanás fue una tragedia
Para la imaginación. Una negación
Capital lo destruyó en su morada
Y, con él, muchos fenómenos celestes.

Wallace Stevens

...en un mundo que no aclara
y borra
de sus límites lo que a corazón desborda
.
Darío Rojo

Warner:
No veo más que un negro perro de agua;
puede ser una ilusión óptica de vos.

J.W.Goethe, Fausto

1.1
El peso del mal en cada gota
sobre las hojas de las enredaderas.
El pasto, el sábado, surcado por las huellas
de quien se postula como espíritu
sustentador de los árboles, el rocío.
Pero, y no es que este rocío esté contaminado
de hollines, restos, basura de combustión
que flota y con el agua mansa desciende sobre el pasto,
sino que el espacio con plantas
junto a las vías de un tren suburbano
es, básicamente, la herida,
y el espíritu sustentador no otra cosa
que lo que mantiene abierto este maná
del que nuestro mal se alimenta.
¿De qué se nutrirían nuestras raíces
si no de cualquier tajo de vegetación,
cualquier zumbido de panal en verano o lluvia
que no estuviese de verdad en los planes,
rotunda, absoluta, el golpe decisivo
del vacío natural en aquello que constituye
el día en el que navegamos sobre aguas inconscientes?

1.2
Aquellos que se acariciaban bruscamente
sobre la mesa del recreo junto al Río.
Habían llegado en una vieja moto,
era fácil confundirlos con el mal.
Pero no eran el mal por lo que aparentaban
con las camperas raídas y el amor a la nafta
en combustión y a los ruidos profundos de la máquina.
Si atravesaron toda la provincia en moto,
cualquiera hubiese apostado
que no se habían extasiado
ni intentado hacerlo con el vuelo de las garzas
a las orillas de la ruta,
ni con la vida del pantano,
ni con el movimiento del pasto bajo el viento.

Del mismo modo, tampoco los arroyos químicos
los inquietaron o mortificaron,
ni la basura en el bosque,
ni los neumáticos junto a los arroyos.
Esos ángeles insensibles partieron la naturaleza
por el asfalto. Fueron perfectamente equilibrados
sustentándose en su propia velocidad
y en la vida de sus cuerpos.
Y con lo que no habla no hablaron.

1.3
Tememos las ciudades, grandes escorpiones,
o inesperadas amebas gigantescas en la pampa.
Desciende el pájaro negro desde el árbol
y el chico en el parque se asusta y se fascina.
El pájaro sin duda le habló girando a veces su cabeza
hacia lo profundo del parque,
se diría desde lejos le indicaba cuánto de promesa
de bosque tenía la fronda ahí,
pero también en ese punto empezaba una fábula tenebrosa
de chicos y brujas, migas de pan y ogros (se sabe).
No hay salida, ¿no lo ven? Por todas partes
el miedo, el horror, el éxtasis, hicieron sonar
sus aturdidoras matracas. También nosotros
fuimos arrojados desde los cortinados del bien.
Y ahora nos excluyen las galerías de Occidente
que el capital construye como deidad sin deus
y más allá de él.
No fornicarás madre ni padre ni agustina hermana.
Darás al César.
Pero si leíste los libros, si leíste todos esos libros,
vago, fantasioso, inútil, en ese maldito cuarto en desorden
sin dedicarte a trabajar, si los leíste
leíste el único libro y no comprenderás.
La suma, la resta, la división, los logaritmos,
las fuerzas de la historia considerada como mecánica
de los cuerpos en el tiempo y ante la muerte
y todo aquello que pueda deducirse de esta palabra,
tienen por regla la inclusión.

2.1
(Me gustaría que entraras esta noche al cuarto de los biombos.
No podría dejar nada al César.
No podría dejar nada de este cuerpo desnudo al César.
Todo el cuerpo, hasta el último centímetro de piel.
es para que esta noche lo tomes en el cuarto.
Extendido blanco, junto a la ventana; te irías
de otro modo o nada tendría de vos si te fueras
sin haber tomado todo el cuerpo entre los biombos).

2.2
Así si el mal es lo que daña o perturba,
lo que sangra y escapa, lo que no puedo tomar
ni comprender y confundo.
Así si el mal es lo que no me contiene ni contengo,
entonces la belleza, entonces la belleza
es como el árbol encantado del mal, el hijo de la vida.
Si no hubiesen destruido hombres en esto,
y de algún modo también algo en cierto punto
del tejido del todo objetivo, entonces lo tendría
como el dolor de un lance,
una cruzada por la calavera personal,
por el pájaro que obsede desde el bosque,
el agua entre las manos, la arena
o el fetiche que de todo esto se haga.
Pero, por Dios, golpearon fuerte
en alguna zona fuera de nosotros.
Y ahora somos la playa que desdeña el libro
porque las escrituras fallaron en un punto.

2.3
Un planteo simple, según creo:
por haber expulsado a Satán y dar al César,
algo violó la ley del cálculo.
Hicieron de todo formas y dejaron el desierto,
los cardos, la taiga o el bosque,
las siluetas de los árboles
y los despeñaderos
librados a una imposible beatitud.

3.1
El viejo rezongaba,
sus costumbres eran insufribles.
Animadas por una lógica sencilla,
escapaban sin embargo al entendimiento.
Todo en el viejo era imposible
porque habíase hecho sujeto sin oración.

Salido del mercado, no era signo que pudiera leerse.
Y esto de orinar en el fondo entre las plantas
que se pasaba cuidando inútilmente el día entero,
o el rezongo como una respiración del cuerpo,
lo tornaron destituido como el verde,
las fotos que tomó -¿para qué?- a lo largo
de setenta y ocho años
y la jarra de un vino que nada alborotaba en él.
Distinto al ocio, el tiempo del viejo,
entre un árbol arruinado y los tomates,
el crepúsculo de la fe, el triunfo
de una razón que se alimenta de sí.

3.2
La religión engendra monstruos.
Antes de necesitar lo que el bien propone
hizo falta lanzarnos a los grandes desiertos.
Extraviados, habríamos de querer así el bien.
Pero de este modo, la totalidad se hizo pedazos.
Los nombres y los infinitos vuelos,
las infinitas ondas, los matices,
la leña y el árbol, el olor y el picante,
el azul o el pizarra, el cuervo y la alimaña,
no comulgarían entre sí ni con el zorro.
El canto de la nieve, los ejércitos,
todo aquello era una irremediable pérdida.
Aun encerrados en las casas o en los altos feriados,
en la magnífica cima o en la pena,
algo incompleto diríase acechaba.

3.3
Prosperó el imbécil, hablando al animal,
que era el fugitivo, negada su potencia, el mérito
de andar sin desvelo, de crear de sí mismo el gozo.
Confundidos los tantos, la inteligencia así surgida
era manca.
No hubo exclusión: Dios se fue.
De modo que las últimas semillas son del ángel
desbancado.

4.1
Y el dolor cuando te hablo
y el dolor cuando no estás:
la eterna conversación de la amante,
esta vez, interceptada por el vuelo de las gallaretas.
Ella se calló en la ventana.
El vacío en el teléfono
fue una decepción abismal para él.
¿Por qué, se dijo ella, habría de sentir este tirón,
esto como de músculo exigido?
La visión de la bandada no le produjo paz:
sintió de pronto que dejaba de sentir.
En tu vida ordinaria, en tu estricta vida ordinaria
estaría el tao (el potencial puesto por su cuenta).
No hay mensaje en la bandada, dijo.
Que no hay promesa en la bandada ni dolor, repitió.
El abismo para el amante en el teléfono gimió.

4.2
Hablamos demasiado con Dios.
Entre las muchas decepciones,
entre las ocupaciones,
en las mañanas sin color,
hablamos con Dios.
En el discurso del negocio,
en el discurso del amor,
hablamos mucho con Dios.

Un booguie-booguie, una guitarra latina,
una salsa de tomate, hablan con Dios.

5.1
Ríela la luz del velero en el agua entre islas.
Toda esta previsible belleza, repitió.
El trago fuerte, el cigarrillo ligth.
¿Ustedes vieron la villa bajo la autopista?
Aquí, al llegar al puerto, preguntó.
Toda esa gente que lo rodeaba no tenía respuesta.
No tenía una respuesta moral. Y siguió fumando.
Los cigarrillos en la oscuridad trazaron el círculo.
No lo levantaron en toda la noche.
El ritual se cumplía una vez más.
No hubo historias ni recuerdos de mujeres
-sus vientres abrazados, su humedad entre las piernas.
Afuera del círculo quedó Satán: las mujeres, las villas.

5.2
Ahora bien, este es el viento seco.
Mirando cada mañana el viento seco.
Acompañado de las plantas sin ansiedad.
Mirando cada mañana el viento.
Ahí donde el viento golpea.
Ahí está aquello de nosotros que es nada.
Donde no hay pensamiento. Donde las ramas
se inclinan hacia el viento.

6.1
Y he de hacer del amor una simple y curiosa
necesidad.
Esto dijo.
En la puerta del hipermercado y mientras
se ocupaba de algunos paquetes,
frente a la avenida de ocho carriles
que se desliza naturalmente entre bajos edificios,
todo sostenido por la telaraña del sol,
un día perfecto, pero sin reparar en eso,
mientras su atención estaba en las bolsas
de plástico, las latas, la verdura,
y sin embargo tampoco era atención, dijo, sin conversar,
"el amor, una curiosa y simple necesidad".
Ahora, por dios, que conserve esas sílabas,
que nadie altere el ritmo, el color y la respiración
de esas sílabas,
que no despierte en ella la tempestad de la pasión
o la razón.
Que ojalá no recuerde.
Que no embolse el dogma o la moral eso que dijo
en las rápidas redes de las células profundas.

6.2
¿Esperar qué nervio, qué acción,
qué sistema?
¿Esperar cómo? ¿Hacer qué?

Aun en la basura, aun señor en la basura,
aun en la más profunda basura,
saltará tal vez la cuerda de este piano.
Romperá de otro modo la tormenta también
contra las rocas del mar.
Indigentes, no deseosos ya,
no trastornados por el mal,
de esta manera, no viento, no señor,
no anhelantes comparaciones,
no búsqueda, no sacrificio.
No comodidad ni su opuesto
ni círculo sagrado.

6.3
Y todo eso, y todo eso, dijo,
también se parece a un himno.
El Pastor no podía ser engañado.
Hablan al animal porque perdieron a dios
y todo sucede porque perdieron a dios.
Y aun cuando fuera dios quien nos perdió,
solamente se puede ir hacia El.
Dijo.

Cuando negás a dios, te acercás a dios.
Cuando destruís a dios,
vas a dios por el mal, porque de dios
son todos los caminos.
Aun de dios son los restos nauseabundos
que ponés en la tierra: basura, químicos, gases,
todo deviene de tu destrucción de dios.
Es el mal el cadáver de dios.
Los basurales, los restos de dios en vos.

6.4
(Y cuando dormís conmigo en el cuarto de los biombos,
y cuando dormís aunque no me hayas tomado,
siento que nada puedo pensar
y el pensamiento se quiebra en tu cuerpo.
Tampoco puedo decir que siento,
porque eso sucede nada más:
el pensamiento se quiebra en tu cuerpo
cuando dormís,
en el cuarto de los biombos).

7.1
Las ciudades como cangrejos blancos en la pampa
el miedo a los gatos o a los pájaros oscuros,
el caserón con rosas, lo perdido,
el rocío en el pasto, el tajo
de árboles entre los edificios,
¿no es lo dado a los sentidos aun del hombre neutral,
el buzo?
La pregunta cae como moneda sobre un plato.
En el sonido, la respuesta es mejor que en el sentido.
Molusco blanco, pampa, casa, rocío,
árboles, tajo,
buzo.
Y todavía en la palabra con légamo de fondo,
basura, grasa, balazo, gritería nocturna,
chapas, violación, infierno, son redimidos.
El mal es el hecho, todo hecho.
Un acto, cualquier acto, un paso,
ajustarse el reloj.
¿Qué pondrías en el cuarto de los chicos?
¿Qué pondrías que no tuvieras que arrepentirte después?
Un retrato de Kafka o un gato de peluche
podrían provocar desastres semejantes.

7.2
La única posibilidad yace en Sodoma.
ahí murió.
Y sin embargo continuamos huyendo de Sodoma.
Y volviendo a Sodoma y a Babel y a Kiev.
Nos sumergiéramos por fin en el mal.
La acción fuera de verdad, dijo fumando.
Mientras tanto, estamos quietos
y todo a nuestro alrededor se va.

7.3
Vamos a ver qué pasa, de todos modos dice.
Y si no fuera el vamos a ver, ¿dónde,
digo yo, estaríamos, piloto sobre el Sahara,
esquimal, enemigo de la aurora boreal?
En las conversaciones, en realidad,
entran las mujeres, la maldita humedad,
y alguien querría hacer algo por las villas.

También está el que levanta un trébol,
el que no trepida al pasar frente a los tachos
llenos de vejigas malolientes del mercado
o los restos de pizza sobre al pasto.
Tu vida ordinaria, tu verdadera vida ordinaria.
Ni la acción es no acción ni es acción la no acción ahí.
Quién no fumó sentado en la cama sin saber por qué.
Pero vos sabés, vamos a ver qué pasa.
Como quien nunca sabe cómo irá el negocio
que mantiene hace años.

8.1
Golpeando el pico de agua,
reparando, juntando las hojas secas,
quemando hojas y basura,
enhebrando las hojas sin cantar,
él era el canto.
Y en el trabajo la paz de los caminos
y la acción del mal.
Y en el descanso la intención, el sepulcro.
No vamos hacia él ni regresamos de él, dijo,
volviendo su cara en un gesto que, al comenzar,
pareció siniestro.

8.2
Dejaras de embromar, dijo, todo fue un error
de la primera molécula, todo un error,
el pasto que parece extasiarte, el rocío, vos,
las guerras de liberación, Moisés, tu cuarto,
ella quería reproducirse igual a sí misma
pero algo falló, un lamentable error de la química
confirma la Biblia, escribe un evangelio negativo;
la biología, un desarrollo equivocado.
Te vas una vez más por las ramas, dijo.
Asombra, dije, la perfección del error.

8.3
Nadie trasmite un gramo de sabiduría. No hay
un solo gramo de sabiduría en ningún lado.
La revelación, si así debe llamarse,
es estas gotas de agua que vierte la manguera,
el pico roto, o cualquier otro objeto
que no diga nada, nada en absoluto:
el peor aburrimiento, el vacío más rico.

Y cada uno sabrá su cielo verdadero,
y cada uno la ansiedad que lo lleva
al mal.
Ahora parten los barcos.
Allá parten los barcos y ahí no estás vos,
ni dios.

8.4
La estructura de la primera célula
contenía el círculo y
cada círculo que abrió contenía
el círculo,
y si todos los círculos se cerraran
sobre el primero,
se repetiría el error,
caminaría el camino inverso,
de círculo en círculo,
sosteniéndose en un maravilloso tejido negro,
en la seda de sus sueños revertidos,
el error.
No quieras matar el mal ni el bien desees,
los cañaverales y las corrientes rápidas
y la garza y el barro
no tienen leyes distintas a tu impulso,
pero carecen de drama, de ardor y de pecado.
Tu inteligencia que gira en el pantano del poniente,
ante sí misma bella,
debería valer el precio que pongas por el último gusano.

9.1
Ella regresó a la casa por la autopista,
con la carga del mercado.
No volvió a rezar en el teléfono.
Con los años sabría que la herida
atacaría cíclicamente.
Como ordenados ejércitos robot,
como buenas e insensatas guerrillas.
Esa noche y otras sopló el viento
y las hojas cantaron antes de morir
la vieja incomprensible canción.
Pero ella era, de todos modos, otra.
¿Dónde fue a parar entonces la energía
que la había animado y dónde
la energía de todos iría
si pudiesen mirar por la ventana
el mundo ralear en su inmensidad,
achicarse el ansia?
Esta era una pregunta inmerecida
para su descanso atento,
para la vigilia sin armas.
¿Había hecho lo que quiso el universo,
qué ley?
Escuchó al viejo que podría haberle dicho:
no prestes conformidad,
no prestes conformidad a los vestidos del diablo.
Cuando dejes de hablar con dios,
también él dejará su nido.

9.2
Las ventanas de un cuarto dejo abiertas en invierno
y las del otro, cerradas, calefaccionando uno,
el otro en los vientos que manan del abandonado
corazón de la ciudad.
Quise, quiero, todas esas plomerías, los galpones
en las grietas de cuyos pisos crecen cardos
y otras duras plantas. El viento se diría
viene de ellas. Y cuanto más frío el viento
más parece el aliento vivo de todo,
el aliento inverso, la majestad del corazón,
potencia, potencia,
cuando cesa la batalla por los bordes.

9.3
De este modo no sabrás quién te amó.
Ni el primero ni el último serás
que se excluya de la batalla y sin embargo
¿dónde está lo que de ellos pueda aprenderse?
Veamos cómo podrías hacer dieta del corazón.
Si no es por eso que tus dedos saben el sitio
del velador y el instinto te guía como a funámbulo
por sobre todos los hilos que permiten el día.

Se dice: no comer de ese plato,
y ¿cómo salvaríamos al condenado?
¿Cómo sabríamos que el peor de nosotros no debe morir?
¿Cómo lo rescataríamos de todos modos del pus que somos?
Porque de esto se trata cuando decimos,
en un gesto conmovedor para los planetas:
que quede aislado pero viva el que mató hijos de hombre.
No es fácil salirse de la horrible paradoja
a la que nos trajo el Hijo. Funciona como instinto,
tal como si un dispositivo ciego rearmara la fuga
en un nuevo diorama.

9.4
Supongamos un carnaval de santos,
una feria de divinidades,
un feriado universal de la ética.
Es entonces posible que lo dañado en tus cristales,
la impertinencia del sol, el dolor de ciertas figuras
a las que llamás paisajes, disminuya.
Hablarás al animal de manera tal
que se entenderán sin registro
y los movimientos de lagartijas de las galaxias
huyendo de sí mismas no entregarán sentido.
Buda no escribió, ni Cristo,
y ese fue el mensaje, el medio.
Pero es que quise poner en relación
el mundo abismal de los reptiles
con el de los severos halcones
y el placer que de allí deviene no cede.
Amurallado, lanza bengalas sobre su exterminio
como una incesante Troya.

9.5
Durmiendo en las noches de invierno, tu casa
bajo los planetas y los gases de las ciudades;
durmiendo en las noches de las ciudades,
tu pensamiento es una muela de herrumbrado molino.
Ninguno de tus semejantes sabe si va contra sí.
El fin no es concebible,
ni siquiera en los ejércitos en lucha.

Y de todas maneras parece
que el metabolismo de su pensamiento
envenenara su alimento cada vez más.
Qué otra cosa que verlos ahogarse en rapiña e inocencia.

9.6
Camina el viento y habrá ruido en los pasillos.
Las hojas de todas maneras se vuelven
hacia aquellos principios, la madriguera,
el mandril, la tajante profundidad de la espesura.

Aliado del mal, amigo de las sabandijas, solo
de este modo gozarás de algo que se sabe cósmico
y podría decirse en aires enredados en cierta medida
-nada más que en cierta medida-.
Te sabrás por fin libre de cancelar tus pactos,
rebajar tu óbolo, deleitarte en el cuerpo,
la herida cerrando con picazón gozosa.
Esperando en el bien, en el mal prosperando.


Libro tercero/La línea del coyote

Unos pájaros.
Y a mí ya nada me importa! Dios sea para siempre alabado.

Ricardo Molinari

Una cajita de madera blanda y esmaltes chinos
en el cuarto en el que por fin te hubieses acabado.
Mas no te acabaste ni te hundís, el bauprés sombrío.
Despertás obligado a reunir los aceros del agua
y el filo del vidrio en el paso rasante del aire,
molido el corazón y en la molienda el canto;
no termina la transmisión
y toda la noche en la taiga el zorro hoza
entre las caries de la tierra.
Retumbará el tráfico en el pasaje tras el hospital.
Llovió. Granizó en plena mañana de trabajo.
Discovery en colores en la penumbra, el zorro,
o el canto de los peces atrapados en el coral.
Necesario es que todos nos entendamos.
Pero ahí están los muertos de un irremisible
cáncer, construidos cada mañana en tu diario
que también es en color.

Esto es de todos modos importante. Nunca
desde la farmacia la empleada vio
una cortina de piedra blanca sobre la avenida,
en el ángulo favorable de una demolición,
sobre los carteles, el tráfico. Los neumáticos
sin duda arrancaban del pavimento el agua
en forma de la corona de una iguana.
El relato de la empleada en la mirada,
de todos modos, el repiqueteo diabólico
de las piedras en el vidrio y en la marquesina.
De todos modos, si ha logrado narrarlo
y quien no lo vio goza este relato al paso
en la farmacia, todavía un mecanismo
que no se termina de conocer funciona.
Y empieza con las sirenas en la mañana
y pájaros que anidan probablemente en los
techos cercanos, cuando trinos en la tormenta
llenan tu patio.

Todo se había tapado y sigue funcionando.
Rezuma agua la tierra junto al tocón de árbol urbano.
Gases de cámaras subterráneas, el vuelo
de botellas de plástico sobre torrentes pardos.
Acuarelas en movimiento, tintas del sueño.
la casa que protege todavía, la rutina
cumpliéndose en la sudestada, el Río avanzando
sobre los zanjones, el árbol de hojas moradas
arrebatado por un viento de troneras, la manta.
Recuerde esta mañana, y trate de recordar la que vendrá.
el tinto óleo de la calma en la habitación,
el vuelo personal de cada papel,
quien pretenda leer el humor y el sueño de un dios,
quien busque el leer para sí /alimentando celdillas interiores,
quien lea para el ciclo de los pensamientos imantados,
quien lea para la calma de los procesos químicos,
quien lea para el registro de hotel de los mundos sepultados.

Lo saben, es inutilidad
la forja natural de los materiales,
contra esto luchan con tenacidad inigualable.
Histéricos siguen los rastros de las iguanas,
filman el aluvión inverso de alas en las llanuras de las cigüeñas
imitan la lección del zorro sin aprenderla en profundidad
-prueban redecillas de conceptos con las patas tibias.
Las bahías las calas las redadas naturales
no siguen una proposición endiablada
y aún así, la caza, el escamoteo, la trampa, el acecho
entre los pinos silbantes, el diestro tomajauc.
Nada del vivir la ganga, en la línea del coyote,
rondas en busca del descuido en el ciclo de los grandes pájaros,
payaso oportunista que simula instinto en un aullido gitano.

Tiempo, mediodía estancado entre relentes,
pero un viento sorpresivo donde hubo chubascos nocturnos
y jinetes en el patio.

Qué dirá la sinuosa filosofía,
topografía de un sueño regular,
la mirada en destinos inmediatos,
el oído duro, el desprecio
por las amalgamas irregulares,
la desaparición repentina de una ciudad
no cambia el derrotero.
Todos, sin saberlo, han leído los grandes tomos.
Ponen en marcha el auto y lo aceleran con suavidad o rencor,
justificados los sentimientos, los que sean,
y la necesidad de hacer lo que se haga,
súbditos antes que narcisistas de la causa perdida,
el hoyo fascinado en la cabeza y ninguna salida:
la puerta en fin envuelta en la niebla.

Libro cuarto/Ciénaga

1
El agua en la cacerola en la pileta, en la que flotan
palitos de yerba.
El agua verde.

2
Deberían ocurrir algunos hechos en las nubes,
rápidamente, como lo indica su color,
pero en cambio se restan minutos a un viaje
que podría sumirnos en tales o cuáles esencias.
Se entenderá que hablamos del siglo en el ocaso,
con sus manillas exangües entre los objetos
demasiado distintos de los deseos, demasiado lejos.
Manos cariadas, transparentes, en napas de agua floja
Nada se aprisiona, medimos el salto,
asombra en el techo la desviación de un tubo
y una comba en la pared del pasillo que no estaba.
Al volver al bunker, la sombra es otra, hoy
luminosa, ayer más verde, diversa y pesada.

3
Aun con sus cabezas ampulosas de poca movilidad
tienen ojos reptantes.
Es como si no perdieran la costumbre.
Las operaciones que les restan, los caminitos
del mal entre los dedos que les restan.
Velozmente pero con exceso de ferocidad
para tan corta dimensión piensan antes de morir
en los relámpagos de sus sangres
que ya no abrirán caminos a la acumulación
o deberán abrir sendas para la acumulación
en la montaña impenetrable, de poco usufructo,
de los días que siguen llegando, postal tras postal.

4
En verdad perdidos para toda ferocidad eficiente,
reclaman que el lugar fue construido, y les pertenece,
por el trabajo en la unción, por los filamentos familiares
de la explotación capitalista, por el ribete de empeño
personal que han invertido en las mañanas y en las tardes.

Pero se ha hecho volátil el lugar para ellos.
La abstracción guía sus esfuerzos por un mapa.
Colocan y retiran la capitalización de la sangre
con impulsos electrónicos y órdenes telefónicas.
Se encuentran más ásperos en la medida
en que huyen a rincones con acacias o tilos
de los que vuelven enfrascados en la conducción
del auto, las voces de su conciencia abriéndose
a relatos de herreros, de duros muchachos
de los galpones, aun de pistoleros amorales.
Pero no esto: ni siquiera la chance de comprender
el estupor de las carreteras con sus luces rápidas.
Luces que suponen bordes. Bordes y más allá
campos abstractos o viviendas abstractas o edificaciones
fabriles y supermercados con su orden distante.

5
Ya ven. La acumulación, privada de honorabilidad.
El objeto con la aureola viscosa de un esfuerzo
alienado. El movimiento de hordas en el mapa,
chinos en el Down Manhattan, rusos en la Recova.
De los héroes todos se apoderan, señas
de los emperadores extraviadas en la inteligencia pura
de los negocios. Reconocimiento en las bolsas.
Cajas, composiciones en el paisaje, disueltas
las marcas de las espadas, las alhajas enterradas,
las piedras del camino romano cubiertas
por capas geológicas, plantaciones y tinglados.

6
A veces en la noche se siente de todos modos el rugido
a miles de kilómetros de profundidad
llegando a la superficie con una trepidación incesante.
¿Cuánto el cachalote puede permanecer sumergido?
Más abajo, más abajo de este improbable movimiento.
Más abajo, más abajo de las imágenes virtuales.

7
Hay hortiguerales firmes en mi cabeza.
Hay filas de árboles y cada detalle de sus cortezas.
¿Puede ser firme el terreno cuando el crepúsculo
está lleno de flecos inestables y abierto vacío?
En la cabeza todo parece labrado con pequeñas dagas,
con ferocidad de centurión, con ahínco de monarca.
En la cabeza las voces son ciertas aunque oscuras,
o tal vez ciertas por oscuras.
Inquietan los ruidos, la vacilación de ciertos golpes.
Pero no es así tu cara. El universo del inversor
recoge ecos como eructitos de dokes cerrados.
Su mundo real comprende las caras cercanas
que se abren en un sinfín de autopistas y colectores.
Y en ellas el blanco completo a veces se presenta:
la densidad completa o completo total,
el fin de la Araucaria y la consumación del número.

8
No los ven sobre México y Quito. La necesidad, el robo
están allí mezclados con el sol, las nubes tóxicas,
el aserrín y lo hechos que se suceden en los objetos
acabados. No los ven. Es una gasa sucia el aire.
Ellos son abstractos como el cosmos que miran.
Los grandes captores se han disgregado en las líneas
que trazaron sobre las pantallas de sus cerebros.

9
Olor a madera o la muerte rigen aún en cierto punto
desplazado. Y más desplazado cuando lo siguen.
como si el dominio del movimiento cerrara sobre ellos.
Al correr el límite, corren aquellos momentos de ser,
nunca los incluyen, el teorema abrumador los mantiene
en las zonas ampliadas por sus mecanismos. Bárbaros
cuya invasión no se consuma aunque ganen territorios.
El hombre del dolor y de los sentidos hace tiempo;
y el tiempo del hombre marcha con ellos
como una sombra globular ya jamás conquistable.

10
Alguien, incluso ellos, guardan el acceso a un puerto en desuso.
Allá las plantas crecían entre las piedras y junto a herrumbrados
faroles. Esto no es, en su recuerdo, un final. Es amplitud.
Allá se depositaba el universo como una lluvia de polen.
Allá el azafrán de la muerte, o la vida de mínimas moscas.
La corriente dura trasladando óxidos. La humedad penetrando
las maromas olvidadas, el jergón tirado detrás de la pared,
ladrillos a su vez cubiertos de musgo negro o verde.

11
¿Lo veían? La inmensa fiesta de miniaturas o de grandes escalas
en que las muertes y los días, la Tierra y los cosmos edificados
traficaban un tiempo de secretos circulatorios.
Entonces, una transpiración de las cosas subía hacia el aire
donde volvía a macerarse, de manera que la historia
era cruzada por canales, abierta por canales,
recorrida por canales de luz y de viento
permeable a la desolación, al sentimiento,
a la identidad difusa e imantada, al rumor de colibríes
que bajaban hasta el reverbero de las armas
y de las herramientas, y giraban
en torno al galpón cuyo alfabeto decía secretamente
la gloria del ganado, el dramático silencio.

12
Hora de la buena sombra. El cuerpo depositado
al fin en el telar de palo del acontecimiento.
La ventana abierta a lo que, de todos modos,
hay de real en los circuitos de allá afuera,
la ronda policíaca, el cartel de neón, papeles
barridos de las últimas metrópolis.
Hora de la respiración y de las mínimas reliquias.
De los signos buscados en la grieta.
Gotea de todos modos la canilla sonámbula.
En la gigantesca acumulación aletea el plumaje
de un pájaro fósil, se incendian vetas de carbón
para morir.

Comentarios

Jorge Aulicino dijo…
tetrabrik said...
el 1.2 lo leí hace ya varios años. llegó solo a mi mail. creo que como poema del día de poesía.com. de tanto releerlo lo aprendí de memoria. meses después encontré un libro suyo en la biblioteca de un amigo. aquí en costa rica.

4:28 AM
Jorge Aulicino dijo…
El anterior comentario es copia. Recuperado tras reorganización del blog

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