Publicado en 2018 por
Op.Cit. en soporte electrónico
Prólogo de Diego Colomba.
Diseño de tapa de Paula Albirzu.
Un canto físico
por Diego
Colomba
¿Qué sobrevive
de un nombre y un dato numérico exhibidos en estado de ruina? ¿Qué puede
hacerse con eso que aún irradia algún sentido? ¿Para el beneficio de quién?
Desde el principio, la ironía que pulsa en las páginas de Mar de Chukotka puede subrayar la sonoridad estrafalaria de un
nombre y la absurda precisión de unas coordenadas para dar cuenta de lo que
puede y no puede la poesía, pura potencia sin poder.
Así las cosas, Mar de Chukotka resulta una zona
geográfica cargada de referencias naturales, históricas y sociales y, al mismo
tiempo, una porosa zona imaginada por la literatura, la filosofía, el arte y
los sueños fallidos de los hombres comunes: en suma, un verdadero reservorio de
imágenes —una enciclopedia— que nutre cada uno de los poemas y cohesiona el
conjunto. Su estatuto ambiguo se debe entonces a la acción de comportamientos
enunciativos divergentes: mientras el yo de los poemas participa del juego de
identificaciones que propone cualquier imaginario, su dicción provoca
fricciones burlonas o grotescas —incluso pavorosas— que perturban el juego
analógico de las imágenes.
La poesía y el mal
A cada paso,
nos dice Mar de Chukotka, el mundo
descubre su blanco absoluto. Puede reconocerlo el sujeto poético en su propio
“fondo” (“donde ni siquiera nuestros instintos están escritos/ y sin embargo
fulgura en la consciencia”), en los objetos mundanos (un automóvil, una venda,
un jabón) o en las ensoñaciones marítimas de la literatura. Esa “blancura”
injuriosa patentiza la misma ausencia de sentido que sufre la escritura
poética.
Si “Dios es una
política” (del orden), alguien, recién levantado, puede reducir desde una
azotea la confusión fenoménica de las aves con la probable “cara de un dios”.
La libertad y la proliferación responden, por el contrario, al satanismo: “Por
donde el diablo anduvo/ diseminando la arena casi blanca”. Cuando todo reclama
un orden, la poesía —a diferencia de la religión— se articula precisamente
desarticulando. El malditismo de Mar de
Chukotka conecta con ese carácter proliferante y festivo de las imágenes
que se desentiende de la idea de Dios y del bien, para convocar lo que sobra de
cualquier orden.
El sujeto
entiende que existe en él una parte irreductible, una parte soberana que escapa
a los límites, a la necesidad: “Lo estrictamente humano es un vacío/ en donde
atruena el río”. Esa parte maldita corresponde al juego, el peligro y lo
aleatorio. Justamente es libertad lo que le falta a Dios, quien no puede
desobedecer el orden que él mismo es y garantiza. Desde la perspectiva humana,
sólo Satán es libre: “Por eso he preferido el demonio, / así sea un demonio
blanco en mares cálidos. / Como si hasta allí hubiese navegado el ártico y
nosotros detrás”. Ese impulso de libertad es contrario al Bien, que se apoya en
el interés común y la consideración del porvenir. Pero la poesía no puede
asumir la tarea de ordenar la necesidad colectiva sin volverse panfletaria, ni
la de dejarse guiar por una idea de futuro: la divina embriaguez, como el
impulso espontáneo de la infancia, se dan por completo en el presente. De este
modo, la poesía se desprende de las exigencias de la voluntad, para responder a
una sola exigencia íntima, que la vincula a lo que fascina: “Tipos cuyo único
vínculo con la nada es la nada (…) Son los mejores cazadores. Ven, a decenas de
metros/ y entre el follaje de la nada, lo construido en la nada, / lo que se
mueve en la nada con sangre y pelos. / Seres surgidos de la nada”.
El sujeto deja
de funcionar entonces como una garantía de estabilidad: es un cuerpo —y un
cuerpo es un mundo— que estalla en individuos más pequeños o se integra
alegremente a un individuo más amplio o superior: “El corte inglés, la ingle
inflamada, / son a la vez el interior y el exterior de un cuerpo/ que recorre
orbes entremezclados, / esferas que se disuelven unas en otras”. El poeta es un
cuerpo que distribuye gérmenes, “formas de vida” que entran en circulación con
otras. Un cuerpo que quiere crear por encima de sí resulta una fuerza
irreductible al organismo y su pensamiento, una fuerza irreductible a la
conciencia: “Una y otra vez nos fabricamos/ y el espíritu no es nunca el
nuestro.” En consecuencia, es el mundo el que se expresa en esta búsqueda
corporal y, en ese sentido, la poética de Aulicino resulta materialista. Su
poesía manifiesta a las claras su pretensión (dramática) de serle fiel a la
realidad de un mundo que, rico en impulsiones, desborda siempre “en su
diversidad/ política, escatológica, moribunda y vital” a la poesía. Las
constantes enumeraciones —un rasgo de estilo— la expresan con aire borgeano:
“Ante la belleza de la variedad, / su ofertar aquí esto, más allá lo otro, /
frutilla, ananá, kiwi, codorniz, plátano, vid, / la punta redonda del mástil en
la plaza”. De esa materia abundante (insignificante), nos sugiere Mar de Chukotka, está hecha la poesía.
Una vindicación de la oscuridad
Como se sugiere
desde el título y el epígrafe, el discurso razonable no puede explicar esa otra
cosa en la que se pierde el ser aislado y que sería incluso incomunicable sin
la poesía. Poco importa, entonces, cómo se represente esa otra cosa, a qué
imágenes se recurra estrictamente para hacerlo. A diferencia de las claras
formas analógicas del pensamiento y del arte, que suponen una ideología de lo
natural, el sentido poético para Aulicino no puede producirse sino dentro de
una cierta oscuridad: “Una parte del conocimiento/ es como el clima: se enuncia
en grados;/ la otra es sombra, decías”. Todo lo que enuncia la poesía surge,
como Ia luz, de un cono de sombra: “Y por tu parte probás la consistencia real
de una perfección. / Caravaggio quiso la luz de una dentellada en sus cuadros
oscuros;/ la luz en la oscuridad que se hace de golpe/ era la luz sin duda de
aquel raggazzo del Tevere”.
De ahí “la
dinámica de la sombra y la luz” que se propugna desde el libro: “un canto
físico, / y esto querríamos cantar, / no ya lo que el canto canta, / no su
significado sino/ su cadencia o candor o maldad”. Si la vida o la realidad es
menos un estado que algo que hay que hacer, no se trata de preguntar ni de
saber sino de sentir, por lo que toda hermenéutica o historicismo se vuelven
insuficientes: “El día será oscuro hasta el último día, / y los montes y los
jardines y la roca y las escolleras/ serán siempre falsas, siempre serán
coartadas”. Ese interés por las zonas intermedias, de penumbra y sombra, por
los huecos, los intersticios de las cosas, en las que resuena y en las que
habla un sentir más profundo que el de los sentimientos y el de Ia razón,
explica la fascinación de Aulicino por las ruinas: “¿Cómo no admiraría la
humanidad su propio crepúsculo? / Había llegado a la cima de la civilización/
el concepto no atenazaba sus sienes/ no existía aún la actualidad en el
atuendo, el mobiliario”. Pensar, de este modo, no consiste en interpretar sino
en transitar hacia un afuera absoluto de la historia, el lenguaje, el presente
y la ciudad.
Una ética (sin sujeto) de las ruinas y los
restos
La poesía se
ocupa de las cosas irrelevantes, los restos, las ruinas que la gran máquina
civilizatoria de la historia va dejando como estela: “La pirámide de las clases
sociales/ que apunta a la estrella del Norte, / el barro de las guerras que/ no
tienen nombre ni deseo, / el invierno sucio, el dicho tácito, / las calles
vacías, la sangre en la ermita.” Las ruinas son vacíos en el centro del
acontecer de la historia: lo que escapa a los hechos. Y son restos: lo que no
entra en el reparto de los saberes y las explicaciones, lo que no tiene dueño y
resulta inclasificable. Las ruinas son lo más vivo de la trama de la historia
porque sobreviven a su destrucción, una potencia que no puede agotarse por
mucho que se viva y se recree.
Las ruinas nos
sitúan en un límite entre lo vivo y lo muerto y por eso son sagradas: funcionan
como puertas de la percepción, desde las que se logra una mirada asimismo
ruinosa: “Es como si los latidos de ese faro rojo/ fueran los de una base
meteorológica/ en un desierto de hielo,/ pero es solo la vida aquí:/ una radio
trasmite el partido./ Entre sombras de viejos edificios, algunos nuevos,/
cortan el cielo nublado, la noche fría,/ como diamantes las balizas rojas”. Si
en el mundo prosaico de la actividad, los objetos reciben del futuro o del
pasado su sentido fundamental, las ruinas (ámbitos privados de tiempo) suponen
una relación actual de participación del sujeto en el objeto. La poesía es
fenómeno porque permite que una realidad absoluta (sin tiempo y sin ese centro
ordenador que es el Yo) se manifieste. En ese sentido, pude decirse que Mar de Chukotka propone un sentido
transcendente del más acá: “El cuervo ha de decirte: “Hay más”, / en tanto al
conocer las sombras/ las tuyas mismas conozcas. / Ahí verás que se mueve algo,
más pálido/ y sin embargo persistente. / El Ártico de vos, tu luz fantasma”.
La poesía
manifiesta Ia vida de quien padece su propia trascendencia. Propone, por eso,
una ética sin sujeto: menos un código de reglas de comportamiento que un modo
de ser y de apropiarse de la vida en su rica variedad (lo otro, lo sombrío y
abismal donde se esconde lo que se vivió y lo que no llegó a ser pero aún
sobrevive), para el que trascender es sinónimo de transitar y crear: “Esto en
la égloga sea incluido: mirás el cuello/ de una camisa en una vieja foto y
entendés que, donde/ cayese la luz, el espacio atemporal inundaba todo/ y flotaban
todos los sentidos abandonados a su sola inteligencia”.
Materialista y
metafísica a la vez, la poesía de Aulicino resuena como un oscuro canto de vida
y esperanza.
*
69°41′19″N 171°27′19″O
En el fondo del cuadro
en una foto oscura y otoñal,
la luz y la verja entre los árboles.
No te entusiasmes con una imagen que involucre
el abandono del mundo,
como parece ser. Cansate primero de las retahílas,
de la ambigüedad romántica. Decí palabra por palabra.
No esas:
"Yo, aquí, en estos baños sucios de escrituras...
Que vuele o no un pájaro afuera,
¿qué importancia podría tener?"
Sabés que aunque la ciudad diluya las certezas
el pájaro vuela,
y un pájaro oscuro en la gravedad de un hueco
en un baño o entre las ramas
tiene profundidad de historia aquí o en el Ganges,
o entre los mohicanos y los chippewa,
a los que llega con el claror de una ensenada.
*
[Morse]
Juan Ramón Jiménez, ya no miras a la cara,
el jardín, las fresas, el sol
son tu mundo: habichuelas frescas
en la mesa pulida de la cocina.
Mas tu canon es tu indumentaria.
El traje, la corbata, la barba recortada.
-Todo esto ha estallado en este mundo.
El corte inglés, la ingle inflamada,
son a la vez el interior y el exterior de un cuerpo
que recorre orbes entremezclados,
esferas que se disuelven unas en otras,
calles en las que el crimen no es ya turbio ni enigmático.
La fractura, expuesta.
El locus violento, claro.
La moda, diversas epifanías sonoras
en las que se oyen a la vez
la Lacrimosa del Réquiem, un bolero agonizante,
repiqueteos indescifrables, un tam-tam,
pasos perdidos y algo que gotea
en un gran lugar vacío:
un baño, un mundo abandonado-.
*
Dios es una política.
Los pájaros hacen ruido cerca de la ventana,
vuelan sobre el cemento que clarea.
No das imagen a esos sonidos, pero sabés, allá fuera,
en alguna parte los techos se confunden,
no se sabe dónde empieza o termina la propiedad,
y los pájaros cotorrean, chistan, arrullan,
caminan sobre vigas y cornisas,
vuelan sobre el cemento que clarea.
La cara, pálida de sueño, débil de deseo,
que asomara ahora a una terraza fresca
sería la cara de un dios.
*
[Mito I: Golem]
Si no fuera por la proyección incesante
de imágenes en los lienzos, en paredes,
en versos, en citas, en danzas y pantallas,
se diría que esta ciudad está condenada a la ceniza.
Pero en tanto haya telón de aire o río
sobre los cuales dibujar arcanas revelaciones
-formas caucásicas o asiáticas
de un deseo inhumano de lo humano-,
no será solo humus, restos aventados,
campamentos llevados por la arena.
Una y otra vez nos fabricamos
y el espíritu no es nunca el nuestro.
*
¿Cómo no admiraría la humanidad su propio crepúsculo?
Había llegado a la cima de la civilización
el concepto no atenazaba sus sienes
no existía aún la actualidad en el atuendo, el mobiliario.
Esto en la égloga sea incluido: mirás el cuello
de una camisa en una vieja foto y entendés que, donde
cayese la luz, el espacio atemporal inundaba todo
y flotaban todos los sentidos abandonados a su sola inteligencia.
¿Cómo serían oídos los jilgueros en los patios?
Nadie concebiría el trabajo invertido en la oscura chistera.
Ningún indicio de movimiento representaba otra cosa
que no fuera la dinámica de la sombra y la luz,
como en una lentísima máquina transparente.
*
[Gozzano]
Diste en nombrar algo, pero en realidad
un código se había desprendido,
solitario, de todo objeto,
flotaba por sí mismo,
se bastaba,
entre postigos de madera
en un patio amancillado
y entrañable, para siempre viejo.
Nada ocurría en realidad.
*
El tiempo en que volvían los hombres
con los dedos cristalizados
que luego caían en pedazos
cubiertos de congelada sangre de foca
también era una cima,
las apariencias rodaban
como cojinetes en aquel sistema visual.
Aun el dolor fue obliterado
por paisajes en los que se atareaban
elementos apenas móviles.
La más absoluta cercanía con las cosas,
algo como una fusión,
les otorgaba
la lejanía de la luz y del hielo.
*
[Amundsen]
Sacudís el cuerpo, presto a otros menesteres,
pero en verdad, ¿adónde vas?
No importa dónde ni cuál es el apuro.
Lo que importa es por donde:
si al costado del camino se precipitará un glaciar,
si caerán indios muertos,
volarán negros pájaros,
crecerán bosques dorados era tras era.
Aunque no puedas tocarlos.
*
No se repite la frontera,
necesariamente debe renovarse o no sería,
y aunque hay quien prefiere la arboleda, y aun la pérgola,
para establecer su límite, su inenarrable horizonte,
la frontera se corre, deja en las costas
de Chukotka herrajes, autos oxidados,
asientos reventados,
manchas oscuras en la piedra.
Va hacia el norte.
Y se siente otra vez, más allá de ella,
en los hielos, ya no en los exóticos tapices
ni en las silenciosas puntas de las lanzas,
la calma voluptuosa de los dioses.
El Polo como el muslo de la diosa.
*
[Mito II: Moloch]
La pirámide de las clases sociales
que apunta a la estrella del Norte,
el barro de las guerras que
no tienen nombre ni deseo,
el invierno sucio, el dicho tácito,
las calles vacías, la sangre en la ermita;
o el vaho en una ventanilla,
árboles cuyas formas no alcanzamos,
excusados llenos de revistas:
¿dónde impera la bestia de nuestro desamor?
Nos sacrificamos, pero no está satisfecha.
No sabe dónde deslizar sus sombras,
cuál es su reino.
*
…Tendrías la experiencia de la nada allá,
dice para alentarte el decidido beduino.
Para quien conoce los caminos del desierto
no existe la nada en verdad, digo.
Nada fueron las guerras, nada la sangre allá,
el bereber me dice; los ojos se perdían en
una blanca mancha entre las dunas para
los hombres de Ricardo o de Montgomery,
y aleteaba apenas un segundo el buitre,
pues el verdadero banquete de sangre
se lo daba la arena.
Anoto en la bitácora: el hielo es eternidad, la nada es arena.
Y me siento idiota de inmediato.
Él guiña los ojos ante una inalcanzable cifra, como diciendo:
todo es como si no hubiese sucedido.
O es todo como si estuviese ocurriendo.
*
[Dite]
El mal del mundo no es Satán.
Lo maneja con una inteligencia humana
aprendida en el Cielo, pero no es él.
Deberíamos inquirir sobre sus desafíos,
pero también sobre sus charlas con Dios
en el metrobús, en ese cafecito con sillas
plegables bajo un toldo, donde esta mañana
lloraba una enfermera.
*
… Este descender
sin énfasis particular
ni poniendo en el descenso
un especial contenido:
pasos hacia el sótano;
pasos hacia cierta zona pantanosa
cuando un Támesis se retira;
hacia la caverna de tu desconsuelo
pues uno ha venido a vivir y sabe que larga o corta
la vida no parece justa ni mucha.
Pero también sabe uno que las sombras
son un cuervo, un guía que repite
tus sonidos pero que pareciera
ver más agudamente que vos.
El cuervo ha de decirte: “Hay más”,
en tanto al conocer las sombras
las tuyas mismas conozcas.
Ahí verás que se mueve algo, más pálido
y sin embargo persistente.
El Ártico de vos, tu luz fantasma.
*
[Dante]
Purgatorio, Canto XXVII
Subí sin dudar hacia la llama vítrea, subí
aun con temblor y tu desconfianza, con tu empeño
en preservar la integridad de un cuerpo
al que le sos completamente ajeno y te es ajeno.
El borde de tu hábito no arde, el pelo
no se caerá, reza en su idioma áspero el bardo atrás
y encamina su mentón decidido -pues no sabe rezar-,
delante, el túrbido maestro que ha sido tu linterna.
Sabés que no te quemará la llama, pero te empacás.
Porque el espejo hiere al abrirse,
porque para llegar a los "atisbos de eternidad"
se debe pasar por el silencioso estrangulamiento de la víctima
en el callejón, la angustia de una sala quirúrgica,
una batalla, una noche en vela bajo una luz amarilla.
*
… Y lo que sucede es el hielo
como si nunca sucediera,
el hielo,
tu página en blanco.
Son siluetas, tu escritura,
bordadas momentáneamente en hielo.
Momentáneamente,
porque lo que sucede
es el hielo.
*
[Mito III: Diva]
El espectáculo: obra de todos los demonios,
porque es la infinita selva repetida.
El énfasis sobre el énfasis.
La luz urdida sobre sí misma.
Pasadas luminosas de telar.
Una vez y otra.
Como luces veloces más allá de la banquina.
Y en el centro un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.
El muslo repentino de Artemisa.
*
…Y aun eso: "respiramos y dejamos de respirar" *
no es sino una admirable mezquita
o una base antártica del futuro con todos
sus ventanales encendidos;
porque las palabras son esa heroica construcción;
porque aun para decir que somos solo carne de venado
necesitamos palabras,
necesitás palabras para renunciar a lo vivo,
para internarte en el hielo,
para no ser, igualmente, necesitás palabras.
Para decir el aura de las palabras
que nos engrandece de nosotros
necesitamos palabras.
Y es cierto que podríamos quedarnos con el aura
sin intentar decir. Cerrar el postigo,
dormir esta noche.
* Jorge Teillier
*
[Dr. Freud]
Con algo dicho a medias tenía que ver mi memoria
pero cómo era algo dicho a medias se me olvidó,
aunque dejó en mí una profunda huella
de neumáticos que en el barro frenan.
La superficial capa consciente, delgadísima,
un océano contiene
bajo el cual hay ancestros, huesos y ballenas,
petróleo, casas de madera,
garras, fantasmas que salen de la tierra,
y un blanco absoluto en el fondo
donde ni siquiera nuestros instintos están escritos
y sin embargo fulgura en la consciencia.
*
Ante la belleza de la variedad,
su ofertar aquí esto, más allá lo otro,
frutilla, ananá, kiwi, codorniz, plátano, vid,
la punta redonda del mástil en la plaza
promueve el Polo y su adusto signo liso,
aunque deja presentir grietas, quizá espuma
en el microscopio, plancton,
pequeñas formas de vida, el blanco
de una dentadura nueva,
en su banco la sonrisa de los ancianos
que olvida la muerte,
por el simple acercarse y hacer contacto
del gato callejero.
*
[Una pipa africana]
Oscura pero tórrida,
sin dejo de la luz meridiana,
hecha de un material llamado meerschaum
que significa espuma de mar
extraído lejos de la costa
a golpe de pico, ahora negro y marrón,
trabajo humano condesado:
a la vez industria y lejanía,
labrada luego por artesanos que dibujaron ciempiés,
hojas de banano o helechos
en un sueño oscuro poblado de retumbes.
Una que es como se muestra:
objeto y apariencia.
*
Camina la materia
antes que la energía en cada uno.
Una especie de estado intermedio
entre lo sólido y el gas.
Lo estrictamente humano es un vacío
en donde atruena el río.
Un río de montaña que será río de llanura.
Y será silencioso, inmanente, casi imposible. Y no mar.
*
[Agamenón]
Como la sal, se disuelve mi paladar
hecho a los vinos; mi mano, mi espada,
la voz con que doblegué a Aquiles.
Floto entre barcos vacíos,
los corales o algas, las desembocaduras
de las cloacas troyanas.
El mar no es azul, es aceitoso,
lascivo como una lengua:
en mi pecho sé que no pude, que no quise, no sabré.
Siempre un regusto de impotencia.
Una ciudad sitiada para siempre.
Un vuelo zumbante de flechas.
¿Qué me importa Aquiles, su esclava que tenía los ojos de Palas?
Fui bendito y no era puro. Los dioses me dieron
la espada y la verga. Fui amargo, insatisfecho.
Águilas en los collados, muertos en las dunas.
Una ciudad finalmente saqueada, sus intestinos dispersos.
Aun así.
Aun así, nada; o el malestar, o el escenario
completamente sordo, como mis tímpanos
donde la sangre es el único sonido.
*
… Como el piloto que lleva la bitácora,
posiciones según el cuadrante
-el esquema matemático, el tip
del viaje, por no llamarle ya mito,
que nos cansa- anotás,
y el tiempo habla por vos:
templado, cálido, lluvioso, fresco.
Sabés que las notas te ubican en cierto mar,
con una cadencia que asimismo sos;
no podés alejarte al fin de la emoción:
climas sin colores ni costas,
climas al fin donde las olas hablan.
Capturé hoy una isla de guano.
El enemigo prepara artillería en el archipiélago.
Vengan los cañones, resisto con bajas ingentes;
buen humor nocturno a la hora del rancho.
*
[Mito IV: Bailar con el diablo]
Una parte del conocimiento
es como el clima: se enuncia en grados;
la otra es sombra, decías.
El sistemático propósito de
saber qué detrás de cada máscara late o hay,
o qué al menos se pronuncia,
es loable, pues
desde cierto ángulo una cosa
es Londres, otra es el hielo,
otra es el placentero mar
de techos, la bahía rocosa,
el pino, la ventana abierta
al bosque, el gusto del dentífrico
en lo hondo de la boca,
el baño bautismal, la áspera
toalla, el disparo que hoy
tampoco haremos,
los goznes aceitados,
las vetas de la madera,
el tilo, el olor del tabaco,
las plantas que cuelgan
de una ventana, el calor
o el frío, la parca notificación,
el cuerpo, las mañas.
Pero todas ellas componen
un canto desleído, variable, sombrío,
con vetas de innumerables estrellas,
un canto físico,
y esto querríamos cantar,
no ya lo que el canto canta,
no su significado sino
su cadencia o candor o maldad.
*
El mundo se presenta cada día en su diversidad
política, escatológica, moribunda.
Si solo fuera el presentarse, sellaríamos
las ventanas: el mundo en su diversidad
política, escatológica, moribunda y vital,
sin embargo (sin embargo alguno),
urge en el vaso, en la intimidad
del baño, la cuchara doblada a fuerza
de roer el helado endurecido en la heladera,
la ceniza, los ocultos dramas de arañas, polillas,
moscas y pelambre; la tierra en los vidrios
haciendo una veladura.
El velamen también de unas hojas.
El jabón, blanco y mojado,
untuoso, pero blanco,
matices de la nieve con cadencia
de montañas y océanos,
oscilaciones de brújulas en los bolsillos,
detonaciones de morteros que se confunden
con una orquesta barata.
El mundo aquí, en la esquina, llenando
el espacio de mínimos sistemas
cuando doblamos, distraídos,
hacia inciertas y comunes cosas.
*
… Cargado de tanta voluntad, de tanto
amor a la sustancia eterna,
y de tanta sangre y sed
y hambre y bártulos necesarios:
cintos, botones, prótesis...
La sabiduría, el hábito,
la costumbre, que es religiosa
-religiosamente raspo cuero seco,
religiosamente bajo al atardecer-,
es quebrada por la necesidad,
la enemiga diabólica,
el botín izquierdo del par:
a medida que se alejan los hielos
de la costa en pleno invierno,
los osos blancos,
que no pueden llegar a los santuarios de las focas,
pasean por la aldea,
saquean los contenedores de basura.
Oh cadencia quebrada por la salinización,
la quema de combustibles,
el paseo junto a los cercos, bajo el calor
leve en la puesta de sol,
perturbado por pensamientos
que son callejones:
el oso polar es el espectro que los ronda.
*
[Mito V: La ciudad eterna]
Bering
Bering
tu nombre es una campana que repica en un alto
campanile
en una Roma diurna, blanca, imperial,
y se propaga en su magma de calles ocres,
en su extranjería, en sus soldados que hacen crujir
las violentas sandalias por la Via del Corso.
*
En La Habana el infierno es el paraíso
y uno camina como arrastrando unas garras
en el fondo del mar y se refugia en las arcadas de
las despintadas recovas donde un olor dulzón carcome.
Desnudo frente al mar turquesa,
siente la sal tallando ciudades viejas y laberintos
entre el manglar y entre las venas.
No hay saludo posible,
una oscuridad densa puebla los ojos y los rincones.
Un disparo no es nada en La Habana,
el sexo es olor,
el clima pudre todo,
la langosta en la trasparencia de la pecera
como una pregunta agita ligeramente las anténulas,
pero su ojo, redondo y desprovisto de todo mal, no mira: vio.
Estamos a dos escalones del paraíso,
y los pies se nos queman.
No sabemos cómo llegó aquí la destilación, el traje de lino,
el cigarro, la corbata, el sombrero liviano, Europa.
La sal socavó conspiraciones, hubo muertos, hay sombras
y gemidos y deseos detrás de las ventanas. Y edificios torre
frente al mar, y restos de la gran guerra fría,
la guerra de los espías.
*
[Mito VI: Jack]
¿Qué era lo que más allá del río en aquel valle
te señalaba Jack
cuando atravesaba China y Mongolia en todas las direcciones?
Era un punto en el laberinto de pagodas y magnolias,
allá, donde se alzaba una columna de humo.
Una golondrina atravesaba la columna, y volvía
a hacerlo, decidida, imbuida de un propósito que
a Jack lo fascinaba.
A mí en cambio me atraía el panorama general
como una honda hondonada que no tiene fin,
que, como todo, atrae sin descanso, brilla sin embargo,
concreta y fantástica al mismo tiempo.
"Cosa" son todas las cosas. Todo, incluso aquella carretera
y aquel cielo y aquel campo lavado en el que de pronto
hubo una explosión naranja,
todo, como este valle afelpado,
es soberbio, fabuloso, como dormir junto a la ventana,
cerca de la lluvia
que cae sobre lo oscuro y lo gastado.
*
[Mito VII: El hielo]
Sólo mi mano tendida hacía ti, doctor Frankenstein,
cuero pálido, un pedazo de papiro sin musgo ni río,
mi mano, una torpe posibilidad, una tormenta apagada,
bruma ocre o un gallo muerto en la grisura de un invierno, en el barro.
Expiraste en los camarotes de Walton y exististe, si exististe,
en lugares así, sentinas, corredores, túneles, el ático, los techos
a los que subiste a buscar el rayo. No tu sonrisa respetada,
tus amables gestos, tu labia. Un fantasma fuiste
y fuiste nada, y me hiciste de pedazos, como son todos los hombres,
de ciudades al garete, de la Atlántida, de un naufragio,
de alcantarillas y ratas, me hiciste como Robinson su casa,
con restos, con el azar de los pedazos.
Te traje hasta el polo con un reguero de sangre, crucé Europa, la vi hundirse,
para que vieras que si Dios ríe en algún lado, ríe aquí, como lo vio London,
en el inmenso hielo, donde las figuras desparecen, donde la bruma hace probable
que tú seas una sombra y yo la sombra de una sombra. Y nunca nadie
haya sido nada, sino gotas sobre una hoja, sino ojos vistos en el mar.
*
[Aristóteles]
Un cálculo infinitesimal es siempre un cálculo.
Destilado a través de una red capilar
de pensamiento, de alambiques dorados,
construye un pensamiento que es una ciudad.
Y la ciudad es pensamiento y cálculo:
una cuarta parte herreros y artesanos,
un octavo comerciantes,
dos cuartas partes magistrados y soldados;
muy poco, pero decisivo porcentaje
de filósofos y aedos, porque es este el alimento
del líquido amniótico que nos contendrá cívicamente
y en el que nos moveremos como peces.
Es, en efecto y de esta guisa, útero la ciudad.
Nunca así seremos extranjeros.
Tolle, legge. Cf. Política: muchacho,
con diez mil a lo sumo
el dispositivo del Estado funcionará
como un sistema de pesas y poleas.
Preveo, sí, el barro del Támesis, los cadáveres del Destripador,
-un destripador aristotélico, si cabe, un lector de Política-,
las favelas de Río de Janeiro, las Fábricas de Muerte del Reich,
los telares animistas del Sudeste Asiático, los decapitados
en la frontera de México… Para, stop.
En medio de ello, también Marx verá sus esferas,
su aparato delicado que se desarma
y arma sin perder aceite ni agua,
y es, aun de sangre manchado, ecuánime:
bitácora en el helado norte, en la caótica selva eslava.
¿No crees, hijo, que la aguja del divino pensar,
no la Pasión, cose con invisible rigor
y también con una fina lágrima de fe
estos hechos antojadizos, fuera de regla,
mantícoras y torbellinos y hachas de guerra
diseminados por seres infernales?
*
[Aspera ad astra: Sócrates]
Te costó sentarte por fin en el patio trasero
donde de la Vía Láctea solo ves unas astillas
y mayormente es gris el cielo,
octubre es el mes que preferías,
cuando los pájaros, los que sean,
se lanzan al patio como a un embudo y pelean
las cáscaras, las migas, las más chicas, alrededor
de tu silla. Sócrates, anciano, tu sabiduría
previó la vuelta completa, el blanco de una página
como el fin y el comienzo
en los que todo se escribe
y todo se borra
y se escribe y se borra todo de nuevo,
pero no la rueda a menudo trabada,
toda esta lentitud, la demorada
consumación,
la lejanía creciente de los astros
y ese sonido, ese crujiente travesaño.
*
[William Carlos Williams]
Soy el intelectual más prestigioso de la cuadra.
Querría tener un De Carlo 1960 para estacionarlo
frente al Hospital de Infecciosos, donde pudiera verlo
desde la ventana trasera de mi departamento,
los asientos atestados de libros y bolsas de suero.
El De Carlo es blanco como la ballena,
como mi heladera.
Todo flota
lejano y fascinante
en esta hermosa ciudad.
*
[Ahab]
¿Qué hiciste de tu vida, muchacho?
Me has seguido sin que te ofreciera nada
excepto un moneda clavada al mástil
y un rito. Sabías que la vida,
contrariamente a lo que afirman en las tabernas puritanas
no pasa la cuenta, no reclama:
todo está sujeto a las mareas de tu libre hacerte o destruirte.
Por eso he preferido el demonio,
así sea un demonio blanco en mares cálidos.
Como si hasta allí hubiese navegado el ártico y nosotros detrás.
Lo he dicho: percibí su blancura como una injuria,
como un muro detrás del cual puede no haber nada,
pero qué importa.
La nada que ocultaba no era el objetivo: el objeto era
el propio límite blanco.
Quise destruirlo con mi mano, yo que hubiese golpeado
el rostro de Dios si se interponía.
No el gozne, no la grieta: el golpe.
Y atado al arpón por el hilo de algún nervio,
soñé deshielos, despeñaderos, la catástrofe como política.
Mas no resultó, tú, el que se deja llamar Ismael,
estabas ahí para dar fe,
escriba del vacío de una testa
y de una cicatriz real,
desde la ceja a la femoral.
*
[De Imitatione Christi]
Bienaventurado aquel a quien la verdad por sí misma enseña,
no por figuras y voces trasmitida, sino así como es.
Lo público: un desgastado lustre marcial y recoleto,
largos pasillos vidriados con vidrio opaco,
las firmes vetas de capas de pintura superpuestas,
olor a cloro, ruda limpieza.
Es el antiguo edificio del parque Chacabuco bajo una neblina
casi lechosa alta,
en cuyos vestuarios suenan voces, gallos, pitos, carrasperas,
un acento bronco de vez en cuando
de las voces adolescentes.
Después, la pelota bien lanzada, el golpe
certero del bate: un dios exacto.
La enumeración era el discurso de los rapsodas,
nos dijo el buen profesor Mattarollo.
Pruébalo.
Enhebra tus cuentas.
Sólo unos días volverán del mar.
*
Dejás que la gata pruebe sus dientes en tus nudillos
y eso está bien, ella te dice cuánto puede calcular
la profundidad de la mordida,
en milímetros la extensión de su garras.
Y por tu parte probás la consistencia real de una perfección.
Caravaggio quiso la luz de una dentellada en sus cuadros oscuros;
la luz en la oscuridad que se hace de golpe
era la luz sin duda de aquel raggazzo del Tevere.
Las gatas te miran perdonando tu vida de gran gato sin garras
que camina por la casa.
Sus ojos entrecerrados dicen: para nosotras
la revelación no hace falta.
*
[Mito VIII: White Fang]
No hay susurros de noche, Scott, sino
crujidos no humanos: ni de hojas
ni de cáscaras de caracol aplastadas por las botas.
El que aúlla lejos, relámpago de tu sangre, albo,
es de luna, en verdad. Hueso, fulgor de estalactita.
Todo es paisaje nevado, nada, glaciares,
huellas de un perro.
*
[Mito IX: La Ruta de la Seda]
Por donde el diablo anduvo
diseminando la arena casi blanca,
las caravanas, con
la seda tejida por gusanos
que debía necesariamente
darle otra consistencia al paisaje.
Y el corazón se vestiría
y sería el vacío la latencia
en el indescifrable vestido,
cuya textura es imposible de pensar.
Era el deseo pasar sin ruido, como la seda,
por la adormecedora noche radiante.
Las caravanas sin embargo llevaban con ellas
la peste del valor, la especia como moneda;
el intercambio sembraba la arena
con la bosta de alelados camellos.
*
[Apollinaire]
Haya sido esa la parte más expuesta al fuego
o haya sido la más encendida por tus venas,
lo cierto es que la venda en la mitad de la frente
recordaba el perfil contundente aunque redondo
de la máquina de guerra prusiana
y de la máquina de las dinastías de descoloridos fastos,
sucesivas y simultáneas, confiadamente violentas.
Se diría que tu bota había pisado en las baldosas severas
y ornadas con discretos dorados
de mansiones hundidas en el norte marrón.
Razones no te faltaban para pensar
que eran de vidrio en movimiento los pisos de París
y que nadie estaba seguro sobre sus propios reflejos.
La civilización se animalizaba, mugía,
vos y tu venda blanca cortaban ese sonido
como una cuchilla de filo quirúrgico,
olvidado lírico, cielo de torres.
Tenemos que dejarte pasar, como a un panzer,
pues vivimos aún aquí y pelean en el cielo
los grandes saurios, Guillaume.
*
Tipos cuyo único vínculo con la nada es la nada.
Tipos que caminan a través de bosques de nada
y acampan en la nada. Caramañolas y palabras
agitan junto al fuego que ilumina desde la nada la nada.
Son los mejores cazadores. Ven, a decenas de metros
y entre el follaje de la nada, lo construido en la nada,
lo que se mueve en la nada con sangre y pelos.
Seres surgidos de la nada. Y no como ellos,
que solo atraviesan y cazan en la nada.
Es difícil imaginarlos junto a este río oscuro
que lame la costa parda y raspa el fondo
en busca de oro y leopardos hace tiempo enterrados.
*
[Juan José Saer]
El día será oscuro hasta el último día,
y los montes y los jardines y la roca y las escolleras
serán siempre falsas, siempre serán coartadas.
El tiempo será oscuro hasta el último día,
y para conocerlo basta un día,
la gata sentada al modo de los gatos, sobre sus cuatro patas,
entre papeles y tazas de café
acecha una inteligencia lejana,
como si la esperara. Pero el viento entre las plantas
atrae su vista hacia la ventana.
El día es una máquina cuyo óxido no lava el aceite
y la máquina escribirá,
hará trajes, destilará petróleo,
extraerá estaño y sílice:
todo, debajo de la virtualidad,
es máquina, los apuntes son sobre la máquina
cuyos fallos están previstos;
la máquina tal vez incluso mueve la sangre
de bosques y montañas.
Y si no es así, de nada vale cantar los bosques
porque no tienen ni promueven ni desean
ni los acercan palabras
ni trazos de pintura sobre la tela,
ni la máquina de una partitura.
No tienen intermediarios
y muchas veces no sabemos si traen el éxtasis o la imbecilidad
y caen, de todos modos, bajo la máquina.
No podés creer en la costa de California
ni en las cabañas ni en la Selva Negra
ni en la verdad de una ruta en la meseta patagónica:
todo es obra, querido, de la máquina.
Y la máquina también morirá porque el día será oscuro hasta el final.
*
Es como si los latidos de ese faro rojo
fueran los de una base meteorológica
en un desierto de hielo,
pero es solo la vida aquí:
una radio trasmite el partido.
Entre sombras de viejos edificios, algunos nuevos,
cortan el cielo nublado, la noche fría,
como diamantes las balizas rojas.
© Jorge Aulicino
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