Pablo E. Chacón - Ñ - 20 de noviembre de 2004.
Hay en la última colección de poemas de Jorge Aulicino un efecto que se sustrae inevitablemente a su persona. Sucede desde el principio, desde el primer verso: “No contabas los muertos entre aquellos cuyos perfiles de tormenta daban siempre el par”. Es una voz hipnótica, repetitiva, que va de la primera a la tercera persona o se ausenta, presente en síncopa de fin del mundo. Es una cuestión de silencios más que de palabras, la conciencia de una respiración sin sujeto. El poema despoja el momento, lo reduce a cosas que naturalmente es imposible percibir; redondea en forma de contrapeso una calma en completa inmovilidad, cada vector de fuerza se equilibra con otro, compone una pausa en la agitación de las identidades inquietas. Esto, por fuera de los contenidos.
La tendencia acaso es notoria desde "La línea del coyote" y "La luz checoslovaca". Se repite en esos libros y en éste una suerte de tesis: la vida es demasiado contemporánea, el poeta ya es póstumo; pero esas no son las razones que trastornadas, reciclan una estética de superficie que garantiza la paradoja: la existencia de los objetos y su estatuto ilusorio. En todo caso, la virtud de estas superficies (estos poemas-serie) consiste en filtrar la luz del río, imitar las corrientes de cielo abierto. La superficie que separa el interior del exterior sin pertenecer a uno ni a otro. Esto, por fuera del énfasis ateo, de los restos de una teología indestructible, antes que subjetiva, íntima.
La cosas espirituales: constituyen, y sustraen; no hay visiones, precisamente porque las cosas espirituales son irreversibles, avanzan hasta el final de la noche. En la oscuridad iluminada las veinticuatro horas, el recurso habitual es contar, narrar, describir. Se sustrae otra vez, dice hostias (¿es que no quitan las penas?). Al contrario, pareciera que es un error suponerle al sujeto un fondo atávico. El hombre tiene preocupaciones de subsistencia, preocupaciones familiares, ambición, neurosis. Se trata menos de un animismo que en unión con la naturaleza y sus fuerzas integradoras, estimuló potencias y transformaciones, porque ese sujeto evocador, no existe.
En realidad, ya no existe el sujeto, sólo sus síntomas.
“¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios, el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota, el que corta el teléfono con furia, el que llora? ¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras, las unió con electrodos, las puso a freír, gritó de placer al descubrir la fórmula, al ver las natas del hipotálamo, la explicación de la tos o del estornudo?” (“Cetrerías”).
Sin embargo, entrelíneas se lee: algo va a pasar. El tiempo, ahora es un activo empresarial. El presente es cada vez más difícil de encontrar. Pero el futuro insiste. Se adelanta. ¿Se tratará entonces de corregir la aceleración del tiempo, devolver la naturaleza a su estado natural, porque de negarse “cualquier sonido en la floja madrugada podría llevarnos a tu abismo certero. Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria, en el aire del búho que alejó el sufrimiento”?
Todo en este libro, acaso ya se dijo, discurre hacia dentro de un vasto silencio. Se puede decir que nadie está solo, pero pensar es un hecho solitario. La negación es una operación de alta complejidad, encierra una metafísica, posibilita su importancia general, es combate al detalle, es antiemoción, hostilidad de impresión: es estilo. Por esa razón, todo pensamiento sorprende, y quién está cargado con él deambula, silencioso con su máscara.-
© Clarín, Buenos Aires
***
LA LUZ CHECOSLOVACA, de Jorge Aulicino Libros de Tierra Firme. Libros LAS NOVEDADES DEL ANAQUEL SABATINO Por: Pablo Chacón (especial para ARGENPRESS.info) (9/10/2003).
En su último libro publicado, Aulicino pisa cada vez más firme un terreno poco hollado por la lírica local: aquel cruzado por los vientos de la política finisecular, la inercia religiosa, el gadget cotidiano, el humor más negro que amable y la reflexión que corona la mixtura con un golpe de dados, sin pretensiones asertivas o fundacionales. Al manejo de un lenguaje por momentos coloquial y por momentos épico, jamás abandonado a una metonimia pulsional desprovista de foco, atención, mesura, el autor de estos versos, acaso decepcionados, trasunta una ironía que no pide explicaciones y tampoco se queja. Es la época, parece escucharse, y las épocas no se miden en términos de declive.
Hay en la última colección de poemas de Jorge Aulicino un efecto que se sustrae inevitablemente a su persona. Sucede desde el principio, desde el primer verso: “No contabas los muertos entre aquellos cuyos perfiles de tormenta daban siempre el par”. Es una voz hipnótica, repetitiva, que va de la primera a la tercera persona o se ausenta, presente en síncopa de fin del mundo. Es una cuestión de silencios más que de palabras, la conciencia de una respiración sin sujeto. El poema despoja el momento, lo reduce a cosas que naturalmente es imposible percibir; redondea en forma de contrapeso una calma en completa inmovilidad, cada vector de fuerza se equilibra con otro, compone una pausa en la agitación de las identidades inquietas. Esto, por fuera de los contenidos.
La tendencia acaso es notoria desde "La línea del coyote" y "La luz checoslovaca". Se repite en esos libros y en éste una suerte de tesis: la vida es demasiado contemporánea, el poeta ya es póstumo; pero esas no son las razones que trastornadas, reciclan una estética de superficie que garantiza la paradoja: la existencia de los objetos y su estatuto ilusorio. En todo caso, la virtud de estas superficies (estos poemas-serie) consiste en filtrar la luz del río, imitar las corrientes de cielo abierto. La superficie que separa el interior del exterior sin pertenecer a uno ni a otro. Esto, por fuera del énfasis ateo, de los restos de una teología indestructible, antes que subjetiva, íntima.
La cosas espirituales: constituyen, y sustraen; no hay visiones, precisamente porque las cosas espirituales son irreversibles, avanzan hasta el final de la noche. En la oscuridad iluminada las veinticuatro horas, el recurso habitual es contar, narrar, describir. Se sustrae otra vez, dice hostias (¿es que no quitan las penas?). Al contrario, pareciera que es un error suponerle al sujeto un fondo atávico. El hombre tiene preocupaciones de subsistencia, preocupaciones familiares, ambición, neurosis. Se trata menos de un animismo que en unión con la naturaleza y sus fuerzas integradoras, estimuló potencias y transformaciones, porque ese sujeto evocador, no existe.
En realidad, ya no existe el sujeto, sólo sus síntomas.
“¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios, el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota, el que corta el teléfono con furia, el que llora? ¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras, las unió con electrodos, las puso a freír, gritó de placer al descubrir la fórmula, al ver las natas del hipotálamo, la explicación de la tos o del estornudo?” (“Cetrerías”).
Sin embargo, entrelíneas se lee: algo va a pasar. El tiempo, ahora es un activo empresarial. El presente es cada vez más difícil de encontrar. Pero el futuro insiste. Se adelanta. ¿Se tratará entonces de corregir la aceleración del tiempo, devolver la naturaleza a su estado natural, porque de negarse “cualquier sonido en la floja madrugada podría llevarnos a tu abismo certero. Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria, en el aire del búho que alejó el sufrimiento”?
Todo en este libro, acaso ya se dijo, discurre hacia dentro de un vasto silencio. Se puede decir que nadie está solo, pero pensar es un hecho solitario. La negación es una operación de alta complejidad, encierra una metafísica, posibilita su importancia general, es combate al detalle, es antiemoción, hostilidad de impresión: es estilo. Por esa razón, todo pensamiento sorprende, y quién está cargado con él deambula, silencioso con su máscara.-
© Clarín, Buenos Aires
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LA LUZ CHECOSLOVACA, de Jorge Aulicino Libros de Tierra Firme. Libros LAS NOVEDADES DEL ANAQUEL SABATINO Por: Pablo Chacón (especial para ARGENPRESS.info) (9/10/2003).
En su último libro publicado, Aulicino pisa cada vez más firme un terreno poco hollado por la lírica local: aquel cruzado por los vientos de la política finisecular, la inercia religiosa, el gadget cotidiano, el humor más negro que amable y la reflexión que corona la mixtura con un golpe de dados, sin pretensiones asertivas o fundacionales. Al manejo de un lenguaje por momentos coloquial y por momentos épico, jamás abandonado a una metonimia pulsional desprovista de foco, atención, mesura, el autor de estos versos, acaso decepcionados, trasunta una ironía que no pide explicaciones y tampoco se queja. Es la época, parece escucharse, y las épocas no se miden en términos de declive.
© ARGENPRESS
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