ALEJANDRO ELISSAGARAY: - ¿ No le parece que en esa década comienza a devaluarse el sentido del lenguaje?
JORGE AULICINO:- A mi me parece que en los noventa hay una reescritura de toda la tradición realista y coloquialista de los sesenta. En otros términos, digamos que tamizada por un conjunto de otras lecturas y experiencias, se percibe la influencia de la cultura norteamericana y del realismo. Se gira hacia un punto parecido al de los sesenta, digamos, en otras condiciones y con otras características. Por otro lado, la virtualidad y la sintaxis del inglés condicionan el lenguaje. No hablo de retorno, pero sí de reelaboración de una poesía que ahora es una nueva naturalidad, más abarcadora, más cósmica, más literaria. Lo que marca el ritmo y el pulso de la poesía de los noventa es el lenguaje fragmentado, el lenguaje de lo que pasa en la calle, del presente y no del pasado. Y el lenguaje de las computadoras personales y del mundo anglosajón, que es el de la industria del espectáculo y la economía financiera.
SILVIA BEATRIZ AMARANTE: - ¿Qué rescata de ese período?
JA: - El acontecimiento principal de los noventa fue la aparición de los dos números de la revista 18 Whiskys. El grupo que les dio origen fue el más influyente en los últimos quince años. Allí hay una reelaboración de los sesenta, una poesía con referencia al paisaje urbano, pero sin la tibieza confesional, la emotividad, de los sesenta; más bien dura. Y también una poesía de observación, de reflexión, de descripción, y una variante más imaginativa, épica, fragmentaria, impulsada por el cosmopolitismo: el producto híbrido de la cultura entendida en términos clásicos y de la cultura pop y las nuevas tecnologías. Todos ellos han hecho al mismo tiempo sus reescrituras de la poesía que leyeron. Por eso, hasta aquí, se puede hablar de un código común. Cuando ellos o nosotros nombramos un autor, sabemos de qué hablamos. No sé cómo sigue la historia. El mundo de los poetas de los noventa es pop; el de los sesenta, era popular.
AE: - La poesía de las últimas décadas suele ser cuestionada por la fragilidad y pobreza de la construcción verbal, los períodos inconexos y un vocabulario demasiado vago. ¿Está de acuerdo con esta posición?
JA: - Antes que nada, aclaro que mis conocimientos llegan a la producción de los noventa, son menos amplios los de la década del dos mil, generación que no conozco muy bien. Así como hay en la poesía de los setenta un rescate de la literatura, en los noventa pareciera que en algún punto volviéramos a estar como en los sesenta, con demasiado coloquialismo y demasiada inmediatez . Esto es distinto de mi experiencia en el Taller “Mario Jorge De Lellis”, cuando proclamábamos la vuelta de la literatura, lo que en mí implicó una lectura profunda de los poetas clásicos españoles, de los italianos, los norteamericanos, los ingleses y los franceses. Si en algún momento estuve en el coloquialismo fue porque me cayó encima. Esa vuelta a la literatura significó una apertura de ciento ochenta grados en mi concepción general.
SBA: - ¿Sobre qué bases considera que se puede volver a la literatura?
JA: - Para volver a la literatura, o más bien quedarse en ella, no hay que descuidar el lenguaje, sobre todo el propio, el castellano. Las influencias de otras lenguas y de los autores que las representan son también importantes. No podemos ni debemos descartarlas. Pero lo que sucedió en los noventa fue el monopolio de una sola lengua extranjera: la lengua inglesa, la lengua coloquial universal, la lengua asimismo del negocio y de la comunicación. Se operó poéticamente sobre ella para “incomunicar” en cierto sentido. Para hacer más árida esa lengua franca con fines literarios. Por otro lado, si pensamos en las lecturas de entonces, vemos que, en un cálculo generoso, de cien autores extranjeros se leían noventa de habla inglesa y diez del resto: franceses muy poco, italianos menos. Es un cálculo general. También hubo autores que se movieron de otro modo, con los mismos o con diferentes elementos.
AE: - El abandono del francés, la lengua preferida de Victoria Ocampo, fue un hecho significativamente penoso de esos años.
JA: - El abandono del francés es un abandono cultural. En una época Francia era el polo de radiación de la cultura y acá se hablaba francés porque había que entender el idioma de la cultura global que en ese momento era la francesa. Pero había una dicotomía: la cultura, hasta los sesenta, venía de París, pero la economía mundial no la manejaba Francia. Las cosas circulaban por distintos caminos. Hoy todo camina por el mismo lado y entonces la pregunta sobre la identidad cambia de significado. ¿Basta con oponerle a la globalización el habla local? ¿Cuál es el habla local?
SBA: - En las primeras décadas del siglo veinte respirábamos, vivíamos, hablábamos, nos educábamos en francés. Hoy pareciera ocurrir algo similar con el inglés.
JA: - Personalmente, siempre me resistí a aprender inglés. Podría justificar mi resistencia natural en términos ideológicos, pero la verdad es que sería un hipócrita si hiciera eso. Pienso que el inglés tiene una presencia tan poderosa que mi resistencia a hablar en inglés no tiene sentido, ningún sentido que no sea otro que mi incapacidad para reeducar una parte del cerebro. Es verdad que para mi trabajo personal no necesito saber más de lo que sé de inglés. Ahora está claro que eso a mí me dificulta cuando viajo al exterior porque soy uno de los pocos que no puede hablar el inglés con nadie.
AE: -Si tenemos en cuenta que su poética y muchos de sus puntos de vista tienen una evidente influencia de autores de habla inglesa,¿lo suyo no constituiría una absoluta contradicción?
JA: -Vamos a aclarar este punto: estoy influido por algunos autores de habla inglesa. Pero me ocurre algo distinto de lo que les ha ocurrido a escritores como Jorge Luis Borges o Alberto Girri, que tenían una relación muy intensa con toda la lengua inglesa. Aunque a los autores de habla inglesa que me interesan he tratado de leerlos en su idioma, no tengo una relación importante, fundamental, con la literatura de habla inglesa, no estoy marcado por la literatura de habla inglesa como estos maestros que mencionábamos. Lo que a mí me sirvió del descubrimiento de algunos autores ingleses y norteamericanos, y la lectura trabajosa en su propio idioma, es ponerle una especie de marco de contención a ciertas tendencias naturales del idioma castellano. Eso es todo. No es que toda la literatura inglesa me interese, o toda la literatura italiana me interese, sino que hay tres, cuatro o cinco autores de lengua inglesa y otros tantos de lengua italiana que a mí me aportaron mucho.
SBA: - En cuanto al italiano, ¿Dante Alighieri y Pavese, por citar dos autores de épocas distintas?
JA: -Ambos me interesan muchísimo, por razones bien distintas. Con Pavese siento una proximidad más vital, tal vez por la cercanía cronológica y por la naturaleza de su discurso poético. La obra de Dante no sé si me interesa porque es italiana, me interesa porque la escribió Dante, porque es una obra gigantesca y de alguna manera está en ella todo lo que uno quiere que esté.
AE: - ¡Está el Mundo!
JA: - Está el mundo que uno quiere que esté… podría haber sido escrita en ruso, no me interesaría en qué idioma estuviera escrita. A mi me parece que el idioma es instrumental. Esto lo digo y parece una tontería, pero se ha recargado un poco místicamente la cuestión del idioma. En un reciente reportaje, Gonzalo Rojas opina que “el poeta es palabra, está hecho de palabra”. Todo esto se ha manoseado mucho, especialmente a mediados del siglo pasado. Realmente, creo que se trata de una exageración mística que intenta fundar un trascendentalismo de la lengua. Yo pienso que con las palabras se busca siempre otra cosa. Se busca el significado, que son las ideas. No es todo pura palabra. Hay un mundo que vemos, un mundo que creemos existe, y ese es el objeto de la poesía.
SBA: - Entonces, ¿cuál es la verdadera búsqueda de la poesía?
JA: - Es cierto que el trabajo fundamental esta en la lengua y que justamente ése es el campo de trabajo y el instrumento, pero uno, cuando escribe un poema, no aspira a lograr la comunión con la palabra o a modificar la palabra o que a través de las mutaciones de la palabra se modifique su vida o la vida de los demás. Más bien se aspira a crear un objeto real, que va más allá de que esté hecho de palabras o de sustancia orgánica. Esto es, me parece, la búsqueda de la poesía y de la literatura y del arte en general. Se trata de crear objetos con funcionamiento propio... como el mundo, a imitación del mundo que vemos, y que nunca vemos por completo. Algo que sea autónomo, enigmático y material como ese mundo.
AE: - Como decía Vicente Huidobro... “como la naturaleza hace un árbol”
JA: - En efecto, pero que no sea una analogía del árbol, que sea un objeto distinto de los otros objetos. Eso es todo. Entonces uno lo hace en chino y otro en gaélico, pero lo que hace más allá de todo, es un artefacto. Relaciono esta idea con que en el habla, en el poema y en la novela, y en toda la forma de la literatura, hay una transmisión de información y de ideas. Eso es parte del asunto, una parte que tuvo un peso muy importante en la literatura primitiva, cuando la narración, la información y el mito eran indistinguibles en un mismo objeto de lenguaje.
SBA: - Estamos refiriéndonos a la épica.
JA: - Claro, en la épica el objeto era narrar, transmitir, y fijar en el tiempo determinados hechos sin pararse a demostrarlos. Me parece que ahora eso sigue teniendo una función en toda la poesía y no acuerdo con aquellos poetas místicos que reniegan de que la transmisión de información es un objeto de la poesía. La información constituye la poesía. Todo tipo de información. En conjunto, la información del poema es real en él, y es mito, en el sentido de verdad no comprobada. Fíjense que la ciencia moderna incorporó, o más bien adosó, a la idea de verdad, la de comprobación o demostración. Evidencia, en términos de la ciencia actual, es una palabra que significa algo bien distinto a lo que significaba en la antigüedad. En la antigüedad, la evidencia se sostenía en el poema, que era asimismo narración. No requería demostración.
AE: - ¿Aunque la épica haya dejado de existir?
JA: - Aunque no haya una épica, porque de todos modos el elemento narrativo, informativo, existe, como en la épica antigua, que era un relato, una crónica de periódico, en cierto modo. Creo que hoy tiene mayor peso otro elemento, el elemento estético en sí mismo, esa pretensión fáustica de crear cosas que conmuevan desde el punto de vista de la belleza, pero el otro elemento también está. Esta es mi visión del lenguaje. No lo concibo como un sujeto en sí mismo... el lenguaje conduce a cosas de la mente, a objetos reales que la mente ha visto. Informa sobre una situación urbana, por ejemplo, que en realidad es una quimera, como las que habitaban los cantos épicos.
Silvia Beatriz Amarante y Alejandro Elissagaray, Intersticios, conversaciones con Jorge Aulicino, Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2010
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