Sandro Barella - La Nación - 20.7.2012
Comenzar por el final, tal parece ser la elección de Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949) al dar el título a sus poemas reunidos: Estación Finlandia . En la última sección del libro, un poema inédito lleva el mismo título, y si bien no es cifra, ya que baladí es cifrar una clave de lectura al cabo de cuarenta años de trabajo con la lengua, implica sí una dirección. Se impone, en todo caso, señalar ciertas condiciones que ubican la poesía de Aulicino en un territorio donde la política, la moral y la estética conforman un cuadro de dimensiones épicas, una cartografía donde transcurre la comedia humana. Pero no hay conclusión ni moraleja. El dedo de Lenin desde el camión blindado señala, como escribe el poeta, no el futuro "sino su hueco". Así la poesía de Aulicino -sobre todo a partir de La caída de los cuerpos (1983) y, en mayor medida, de Paisaje con autor (1988)- encuentra el suyo, un espacio en el que el lenguaje y sus reglas se someten a la violencia del puro existir, de la naturaleza, de lo que se acostumbra llamar la historia.
Como puede leerse en la Advertencia al comienzo del libro, se han excluido una plaqueta y un libro iniciales, de modo que Vuelo bajo (1974) es el inicio propiamente dicho del volumen. Este primer libro muestra algunos síntomas del poeta por venir: el desapego hacia la retórica sentimental, el laconismo en la resolución de los finales, la preocupación por no cristalizar el poema bajo la presión del significado. Otro tanto ocurre con Poeta antiguo (1980), del que cabe agregar un rasgo que iría a acentuarse en su obra posterior: la conversación que entabla el mundo objetivo como cosa dada y la percepción de él. El lugar que el poeta da a la luz es central. En muchos pasajes de su obra, la luz como elemento que narra las desavenencias entre lo aparente y lo real, o entre lo que se presenta como real y termina en engaño, conforma una fenomenología poética de la materia en movimiento. Los objetos, modificados y vueltos del revés por efecto del ojo que existe en relación con una mente, traducen a su vez la compleja red que el pensamiento establece con el lenguaje. En cierto modo esto se afirma en La caída de los cuerpos . Véase por ejemplo el poema "Sudores diurnos": "La fantasía propone jinetes blancos sobre una ladera seca./ La realidad propone una pared azulejada./ El cuadro propone un ganso degollado./ Todo es cierto./ Los argonautas mueren de neumonía/ en una sala de terapia intensiva/ pero hay serpientes marinas en sus sueños/ y ciruelas impresionistas sobre sus mesas de luz."
En adelante, emerge el poeta que, habiendo comenzado a publicar a mediados de los años setenta, sin dejarse arrastrar por la corriente dominante que en la poesía argentina representó la generación anterior, atravesó la marea neobarroca y su reflujo objetivista, aunque comparta elementos del objetivismo. En todo caso la poesía de Aulicino, si se quiere pensar no en términos de evolución sino de arduos caminos que un poeta se impone para encontrar la voz para un decir, fue cobrando espesor, densidad conceptual, y su prosodia se hizo eco; los versos acusan la torsión que les fue impuesta. Hombres en un restaurante (1994) y Almas en movimiento (1995), funcionan casi como un libro único.
Llegado a este punto, el poeta ha reafirmado una visión del mundo. Lo que se evidenciará en libros como La línea del coyote (1999), La nada (2003), o de manera extrema en Cierta dureza en la sintaxis (2008), es aquello que forma el núcleo de su obra. Aulicino ha entablado un diálogo con el tiempo desde la más cruda -y lúcida- conciencia de su época. Como un viajero en el tiempo, el poeta conversa con las ruinas de antiguas civilizaciones, las mismas que acusan la ruina del presente. Poemas como "Termópilas" ( La luz checoslovaca , 2003) funcionan como esbozos condensados de esa visión del mundo. Lo mismo que el inédito "El capital", donde se lee: "no debe dedicarse a la poesía/ si no está dispuesto a recibir en su centro mental/ el peso de la inflación de mercado/ y el repliegue táctico que imbrica/ guerras, la soledad de un hombre, las conjuras".
El paisaje industrial, la acumulación constante de desechos, basura, escombros, una civilización devenida puro detritus, son parte de un apocalipsis que Aulicino postula y que sucede de continuo. No son la escenografía de un drama burgués, como no es música de fondo el ruido del motor de un auto en una ruta. El poeta, metafísico como un stalker, atraviesa las capas de la cultura, derriba la pretendida erudición de las citas y guiños al lector, para ponerlo de frente a lo que ha visto en su viaje: "Y ahora nos excluyen las galerías de Occidente/ que el capital construye como deidad sin deus / y más allá de él".
ESTACIÓN FINLANDIA. POEMAS REUNIDOS (1974-2011)
Por Jorge Aulicino
Bajo la luna
489 páginas
Comenzar por el final, tal parece ser la elección de Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949) al dar el título a sus poemas reunidos: Estación Finlandia . En la última sección del libro, un poema inédito lleva el mismo título, y si bien no es cifra, ya que baladí es cifrar una clave de lectura al cabo de cuarenta años de trabajo con la lengua, implica sí una dirección. Se impone, en todo caso, señalar ciertas condiciones que ubican la poesía de Aulicino en un territorio donde la política, la moral y la estética conforman un cuadro de dimensiones épicas, una cartografía donde transcurre la comedia humana. Pero no hay conclusión ni moraleja. El dedo de Lenin desde el camión blindado señala, como escribe el poeta, no el futuro "sino su hueco". Así la poesía de Aulicino -sobre todo a partir de La caída de los cuerpos (1983) y, en mayor medida, de Paisaje con autor (1988)- encuentra el suyo, un espacio en el que el lenguaje y sus reglas se someten a la violencia del puro existir, de la naturaleza, de lo que se acostumbra llamar la historia.
Como puede leerse en la Advertencia al comienzo del libro, se han excluido una plaqueta y un libro iniciales, de modo que Vuelo bajo (1974) es el inicio propiamente dicho del volumen. Este primer libro muestra algunos síntomas del poeta por venir: el desapego hacia la retórica sentimental, el laconismo en la resolución de los finales, la preocupación por no cristalizar el poema bajo la presión del significado. Otro tanto ocurre con Poeta antiguo (1980), del que cabe agregar un rasgo que iría a acentuarse en su obra posterior: la conversación que entabla el mundo objetivo como cosa dada y la percepción de él. El lugar que el poeta da a la luz es central. En muchos pasajes de su obra, la luz como elemento que narra las desavenencias entre lo aparente y lo real, o entre lo que se presenta como real y termina en engaño, conforma una fenomenología poética de la materia en movimiento. Los objetos, modificados y vueltos del revés por efecto del ojo que existe en relación con una mente, traducen a su vez la compleja red que el pensamiento establece con el lenguaje. En cierto modo esto se afirma en La caída de los cuerpos . Véase por ejemplo el poema "Sudores diurnos": "La fantasía propone jinetes blancos sobre una ladera seca./ La realidad propone una pared azulejada./ El cuadro propone un ganso degollado./ Todo es cierto./ Los argonautas mueren de neumonía/ en una sala de terapia intensiva/ pero hay serpientes marinas en sus sueños/ y ciruelas impresionistas sobre sus mesas de luz."
En adelante, emerge el poeta que, habiendo comenzado a publicar a mediados de los años setenta, sin dejarse arrastrar por la corriente dominante que en la poesía argentina representó la generación anterior, atravesó la marea neobarroca y su reflujo objetivista, aunque comparta elementos del objetivismo. En todo caso la poesía de Aulicino, si se quiere pensar no en términos de evolución sino de arduos caminos que un poeta se impone para encontrar la voz para un decir, fue cobrando espesor, densidad conceptual, y su prosodia se hizo eco; los versos acusan la torsión que les fue impuesta. Hombres en un restaurante (1994) y Almas en movimiento (1995), funcionan casi como un libro único.
Llegado a este punto, el poeta ha reafirmado una visión del mundo. Lo que se evidenciará en libros como La línea del coyote (1999), La nada (2003), o de manera extrema en Cierta dureza en la sintaxis (2008), es aquello que forma el núcleo de su obra. Aulicino ha entablado un diálogo con el tiempo desde la más cruda -y lúcida- conciencia de su época. Como un viajero en el tiempo, el poeta conversa con las ruinas de antiguas civilizaciones, las mismas que acusan la ruina del presente. Poemas como "Termópilas" ( La luz checoslovaca , 2003) funcionan como esbozos condensados de esa visión del mundo. Lo mismo que el inédito "El capital", donde se lee: "no debe dedicarse a la poesía/ si no está dispuesto a recibir en su centro mental/ el peso de la inflación de mercado/ y el repliegue táctico que imbrica/ guerras, la soledad de un hombre, las conjuras".
El paisaje industrial, la acumulación constante de desechos, basura, escombros, una civilización devenida puro detritus, son parte de un apocalipsis que Aulicino postula y que sucede de continuo. No son la escenografía de un drama burgués, como no es música de fondo el ruido del motor de un auto en una ruta. El poeta, metafísico como un stalker, atraviesa las capas de la cultura, derriba la pretendida erudición de las citas y guiños al lector, para ponerlo de frente a lo que ha visto en su viaje: "Y ahora nos excluyen las galerías de Occidente/ que el capital construye como deidad sin deus / y más allá de él".
ESTACIÓN FINLANDIA. POEMAS REUNIDOS (1974-2011)
Por Jorge Aulicino
Bajo la luna
489 páginas
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