Irene Gruss - Revista Ñ - 8.2.2013
"Es usted lo que ve”, pareciera seguir diciéndonos una y otra vez el autor, como lo hizo en un viejo poema, y más ahora, en esta suerte de comentarios, acotaciones (escolios) sobre distintos puntos que Jorge Aulicino toma a manera de citas. Citas tramposas o escondidas en sí mismas, claves internas en las que el yo no suele involucrarse sino todo lo contrario; esto es huir, huir del eterno e insoportable involucrarse, para mostrar “lo que ve”, lo que el lenguaje, bien lo dijo Paul Valéry, hace. Como esos blancos que su amado Cézanne dejó en sus últimas pinturas, el intento del autor es no decir de qué habla ni a santo de qué; mucho menos se apoya en el consabido bastón de la figura así como evita el puzzle para armar, si fuese ésta la palabra, un sentido. ¿Poesía abstracta?; por qué no. ¿Acaso el que busca ese sentido, el “qué me quiso decir”, no sufrirá los blancos que Aulicino nos deja? Y sin embargo, estos poemas transpiran y convierten el cansancio de un hombre pensante en palabras nítidas, incluso piadosas: “Da Messina: San Jerónimo” Que la arquitectura lleve a uvas. / Que los pasillos abovedados sugieran parras/ y, las cúpulas, celestes siestas (...) / Que el hombre escriba en medio de una habitación/ sin fronteras, que la cueva sea mundo abierto/ capturado en su estar y su fluir, su imantar y su quedar./ Que Dios sea el eco, y que la línea lejana del horizonte/ súbitamente sea atravesada por la lanza del abismo./ Que en la campiña se detenga el herrero y vea que el acero/ está en el golfo de la mirada, tenue, como la nube,/ duro, como la maza./ Y que en la alta construcción que cobija y da entrada,/ se oiga que unos a otros los versículos se llaman.
Es en El camino imperial-Escolios, donde hablan personajes reales: Papas, estadistas, artistas vapuleados por la indecible Historia. Pero dichos personajes hablan después de hora, como quien dice ya es tarde; conversan y, sin embargo, parecieran resistir la burla del ya no hay remedio, apenas un remiendo de lo que cada uno ha hecho; incluso con la Historia, la también vapuleada.
Hay asimismo la apegada cofradía de la mística griega, que en Aulicino toma la forma de Olímpicas; y hay profetas, un Dante venido a menos, una Pascua pesificada; en ellos la sorna es dolor, pérdida pura. Altos y perdidos personajes, muertos en su ley y también en ésta, la de la actualidad. El permanente y afilado contraste entre estas leyes, entre situaciones en las que el pasado fraterniza con el impúdico y patético ahora, crece a medida que el poemario desglosa y va hilando, une, llama versículo a versículo. Lo mismo que entre aquel lenguaje y este, el que algunos hoy trazan mediante una escritura en la cual la pobreza y la orfandad prevalecen por sobre lo que muchos llaman, apenas, vocabulario.
Jorge Aulicino vuelve a descomponer el ritual canónico, incluso a infectar a través de estos nuevos poemas, a modo de antídoto, para buena salud de la poesía.
El camino imperial. Escolios
Jorge Aulicino
Ediciones Ruinas Circulares
Buenos Aires, 2012
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