Ana Franco Ortuño - Periódico de Poesía - Número 96 - México - Febrero de 2017
−¡Mira lo que hace!
Como yo no respondí ni levanté la mirada, Mahoni exclamó de nuevo:
−¡Es un viejo chiflado!
−Si nos pregunta cómo nos llamamos, le decimos que Murphy y Smith.
Joyce, “Un encuentro”, en Dublineses
El personaje es una entidad determinada por la naturaleza de la ficción; la persona, para la filosofía trascendental, es la ‘forma sintética y finita’; el individuo está marcado por la búsqueda de su construcción metafísica; nada de eso nos interesa aquí, así que hablaremos de la gente. Gente, sin más noción que su cotidianidad, su inmediatez. Y de la que aprovechamos el sentido de acumulación.
Hay otro elemento importante que quiero sumar: el dónde, el territorio del poema, porque el personaje es propio del teatro o de la narrativa, y el individuo, propio de un mundo en oposición (S-O). Lo poético en cambio puede poblarse de gente y considerarse un terreno en la ‘subjetividad’ que diluye la frontera. Aprovecharemos esto también: Libro poblado; gente en el poema.
Más allá de una realidad trascendental, constituida por “el mundo hormigueante de las singularidades anónimas y nómadas, impersonales, preindividuales” (Lógica del sentido, Deleuze), los libros de Aulicino son esta multitud que integra una mirada −sujeto y objeto al mismo tiempo―, y cada poema es un poblador. Singular y plural coinciden en la acumulación de nombres propios (históricos o anónimos, homenajes o dedicatorias, de manera indistinta) con el testigo de un proceso, posiblemente existencial, de quien vive en la producción de esta escritura −también lectura, recuerdo, reconocimiento.
Jorge Aulicino ha escrito cientos de poemas y cada uno es alguien. Juntos son una ruta, una ciudad, un mundo. El ‘cada uno’ imposibilita la neutralización de éstos en conceptos (o de la literatura o de lo poético); es decir, los libros de Aulicino son acontecimientos: suma entre poemas que es poesía; suma entre ‘cada uno’ que es ciudad o gente.
La ejecución de su actividad (el acontecer) en este cotidiano sería imposible mediante una mera descripción de los hechos, las cosas o el recuerdo; su mecanismo (su activación) se fundamenta en un algo que nos obliga a hurgar en lo asumido. Los Corredores en el parque, como los Dublineses, se mantienen en el día a día (lugares, cosas, pasiones, acciones) en apariencia de lo conocido, lo familiar; esta apariencia es la que los hace estar vivos (y a nosotros, claro).
Luego del poema queda un halo de duda, una sospecha de algo que nos hemos perdido: ¿nos ha(n) tomado el pelo? Cada una de estas gentes abre el pequeño abismo de sí, y su acumulación resulta insoportable; de aquí su fuerza, su vitalidad: la máquina nietzscheana, los pobladores.
En el contexto de la modernidad y sus referencias, si en Joyce son la pre y entre-guerra, los coches o la mente infantil, en Aulicino están “el cálculo general en la estrategia del mundo”, el universo de los embarcaderos, las lecturas o la pintura y la música, el Partido y la historia (toda), el café y el tabaco; en ambos, desde luego, la ironía de lo masculino.
Y ese hueco, esa sospecha de lo desconocido (eso que ignoramos del “viejo chiflado” porque ‘Smith’ no miró; de las "Mujeres que cuentan su experiencia" o del hombre con remo que llama a la puerta), esas pequeñas dudas multiplicadas −constante que abre el abismo existencial de la gente―, son la promesa del mundo intuido y la necesidad de un poema que volveremos a leer, para renovar siempre la duda vital, en contra de un abismo indiferenciado.
4
En la criba, avizoras.
Te quedaste dormido en el parque.
Y como aire áspero han pasado fantasmas
de los maratonistas muertos.
Gotean, desde los árboles, arpías.
Antes de tocar tierra, se elevan.
Vi una hoja seca en el orinal.
(Encontraréis al diablo donde haya herbarios y mecheros.
Es el olor acre de las transformaciones.
Los laboratorios huelen a eso, a formol, a carne seca,
al montón de mantas del encierro.)
10
¿De qué hablás, si aquí no hay mar?
Ibas, bajo el sol, a las nueve de la mañana,
rumbo a la laguna artificial
en el privado bosque de un antiguo colegio.
Es este tu recuerdo: nunca nada fue tan matinal.
Pescaban anguilas.
¿Con quién fuiste?
El cura apareció en la orilla, alguien parlamentó con él.
Vos mirabas desde cierta distancia,
sentado sobre el muelle de madera.
¡Qué fresco sol sobre el agua, el árbol, la sotana!
El cura autorizó la pesca y se fue sonriendo.
Le dijo a tu amigo que no repararía el agujero
en el alambrado por el que habíamos llegado,
siempre que no viniéramos más de dos o tres.
Los domingos. El día de guardar.
Tarde entendiste lo que entendió el cura,
que aquella pesca era una pesca mística.
Que era comulgar y estar en misa.
Y que el hecho se repetiría como un rito
en tu memoria. Como Galilea. Tu Galilea.
Mujeres que cuentan su experiencia
Mujeres que cuentan su experiencia,
el alto tejado ajeno, el regreso
a la casa paterna,
el dentista, los chicos ensortijados, altos ya.
El trabajo alienante las has hecho sentir la distancia
―que en realidad existe― entre lo que se recuerda
y lo que se ve: bolsas negras
para devolver a la tierra
la ropa y el tocador de la madre muerta;
cartas que no sabía que existían, el dentista,
El plomero, el trastorno de hoy, el auto finalmente
parado en el costado de la calle,
y mirar enfrente a los que corren en el parque.
De Corredores en el parque, Barnacle, BsAs, 2016
6
(Abdías: 6)
El silbido de la épica en el mingitorio.
Las cañerías que cantan la dicha suprema
de medir palmo a palmo el silencio
y ponerle suturas maestras al Espíritu Tormentoso.
Atrapado en la red de sus cañerías, el viento
no alivia ya la ciudad de los macaneos.
Ante sus puertas, sus enemigos la entregan a las habladurías.
Y vos estás entre ellos.
La realidad increada
el hombre convierte el caballo en ganso en pez espada
la sombra de su mano
las formas no son infinitas:
la casualidad está sujeta
sólo la cabeza puede naufragar
en una idea llevada hasta el fin
lo cual sería suicidio por alegría:
el hombre convertido por fin en otra cosa
semejante a la nada
y en el aire a pesar de todo
un aire de feliz melancolía
De Estación Finlandia. Poemas reunidos 1974-2011,
Bajo la Luna, BsAs, 2012.
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