Poco tiempo
atrás, durante algunos meses de 2017, Jorge Aulicino publicó en su
facebook unos 19 poemas bajo el título “Mar de Chukotka” / work in progress. (*)
Nunca
había comentado un libro que estuviera escribiéndose. Éste me atrajo
precisamente por su carácter derivante y
escribir sobre los efectos de esa lectura se convirtió, para mí, en la
construcción documental de mi llegada a un texto en ciernes, a sabiendas de que
iba a ser corregido, acrecentado, desvariado por su autor. La lectura que me
propuse fue en paralelo a la escritura del texto; los rasgos de esa lectura
debían –deben-ir plasmando un paratexto al modo de una carta de marear: leería
“Mar de Chukotka” como quien ingresa a un relato de viaje consiguiendo perderse
en él.
Entonces:
* Voy a desplazarme
en torno a este texto, Mar
de Chukotka, de Jorge Aulicino considerando las siguientes premisas:
-- “la literatura como lente, máquina,
pantalla, mazo de tarot, vehículo y estaciones para poder ver algo de la
fábrica de realidad”.
Josefina Ludmer.
-- “La política de Dios es política pura. Crea toda clase de
lazos pero ninguno es de sangre”
Kafka, El híbrido.(**)
* Voy a pensarlo en
movimiento (propio; ajeno). No olvidaré que las palabras nacen en lo separado
del cuerpo. Circulan por fuera de los cuerpos hasta que alguien las pronuncia y
parecería que el verbo encarnara pero lo que sucede es el aprendizaje de un
habla que discurre por fuera de nosotros, nos modela de afuera a adentro,
establece entre el cuerpo prematuro y los otros, ciertos y determinados
vínculos, algunos “de sangre”. Entraré, saldré, recapitularé. Se trata de un
work in progress. En ese sentido voy a abordarlo. Yendo y viniendo. De él hacia
él.
* Chukotka es mi
primera entrada a este texto.
Un
mapa es el documento que permite verificar la existencia de algo, ese punto o
una trama de puntos, en la superficie terrestre: Chukotka. Desde este mapa
pretendemos asir una naturaleza que en el libro “Mar de Chukotka”, está hecha
de palabras que constituyen un poema. Lo que destaca esta escritura es algo que
no hay. Lo que no hay aquí son lazos de sangre. La estética de “Mar de Chukotka” - work in progress-
propicia una política de lo increado. Lo humano que resuena es la voz de los
mitos, aquello que ha de ser inventado a partir de apenas unos restos, lo
civilizatorio fenecido:
“en las costas
de Chukotka herrajes, autos oxidados,
asientos reventados,
manchas oscuras en la piedra”.
de Chukotka herrajes, autos oxidados,
asientos reventados,
manchas oscuras en la piedra”.
* “Dios es una política”
es mi segunda entrada a este texto.
Entro, escucho canto de pájaros sobre el cemento que amanece.
Esos pájaros no dejan de acompañarme. Donde vaya, ellos están y cantan. En la política de Dios hay una pureza inadmisible. Esos
pájaros ensordecedores que cantan dentro y fuera del tiempo, van a ser, en el
work in progress , atributos no consanguíneos. La política pura de un Dios
impide cualquier lazo de sangre.
* “Decí palabra por
palabra”, es mi tercera entrada.
Se me está hablando a mí que me ofrezco como lectora. Entonces
algo de la crónica de viajes se trasunta, no solo por el mapa y la ubicación de
una geografía en el cosmos. Todo me remite a ese ordenamiento de la sintaxis
del poema: “Decí palabra por palabra”. Entradas y salidas; recorridos hacia o
desde un lugar denominado Chukotka:
“un pájaro oscuro en la gravedad de un hueco
en un baño o entre las ramas
tiene profundidad de historia aquí o en el Ganges,
o entre los mohicanos y los chippewa”
en un baño o entre las ramas
tiene profundidad de historia aquí o en el Ganges,
o entre los mohicanos y los chippewa”
La historia. El descubrimiento de una ensenada que alguien
evocaría. “El claror de una ensenada”, dice el poema para ser más precisos. El
invento de Freud, la peste dada al mundo como si un dios asomara su palidez a
una terraza fresca y la dejara caer en bandeja: el inconsciente. Tal vez todo
remita a esas ruinas abandonadas en las orillas de un mar congelado. Ese mar
como la sombra del viajero y como la sombra del viaje.
* “Ningún
indicio de movimiento representaba otra cosa
que no fuera la dinámica de la sombra y la luz,
como en una lentísima máquina transparente”, es mi siguiente entrada.
que no fuera la dinámica de la sombra y la luz,
como en una lentísima máquina transparente”, es mi siguiente entrada.
Escuchemos cantar a los jilgueros en los patios ahora que la voz
del poema se pregunta cómo sería oírlos. (Como lectora me incluiré en la
Égloga. En este juego donde se juega el azar en los encuentros fortuitos que no
producen vínculo, comprendo el alto precio que ha de pagarse por lo que se me
anticipa:
”donde
cayese la luz, el espacio atemporal inundaba todo
y flotaban todos los sentidos
abandonados a su sola inteligencia”).
Sin relaciones claras de parentesco –poniendo en duda cualquier
lazo de sangre-, ¿sería posible especular que determinadas características de
las epifanías y también de los cortes en el poema serían producto de la materia
híbrida con la que se hace un dios? La política que esta poesía produce, genera
esta dificultad: crea toda clase de lazos no consanguíneos (política de un
Dios). Lazos fósiles en una realidad extinta. La dificultad reside en intentar
traducir (leer) una paleontología en escritura.
* “Soy lo que me rodea. /
Las mujeres comprenden esto. Nadie es duquesa a cien yardas de un carruaje. / Estos,
entonces, son retratos: un vestíbulo negro, un alto lecho protegido por
cortinados. / Estos son tan sólo ejemplos.
Wallace Stevens, por Alberto Girri”.
(La cita anterior iba a
ser el epígrafe que Aulicino luego retiró. Entonces, lo que ahora sigue en mi
lectura, ocurrió hace muchos meses
atrás, cuando el epígrafe le era funcional al libro en tanto se escribía).
Es por aquí donde quiero moverme para
volver a entrar.¿Qué es lo que comprenderíamos las mujeres? ¿Que el coche hace
a la marquesa? ¿Que la marquesa hace al coche? ¿Que el hábito, en definitiva no
hace al monje y viceversa? Sin embargo, esa marquesa, a 100 yardas de su coche,
se ha vuelto evanescente. Trastabilla su condición –y acaso y asimismo, la
condición del coche y del cochero sin marquesa que transportar-.
Pero, ¿evanescer no consiste en una especie de trance donde el sujeto
está atravesándose a sí mismo para llegar a un nuevo lugar de sí más acogedor y más consistente que aquél que se
está abandonando? ¿Como cambiar de piel las víboras y emerger mariposas de
crisálidas? ¿Acaso el epígrafe citado por el libro “Chukotka” va poniendo al
desnudo su propia evanescencia, se manifiesta capaz de exponer los jirones de
cuero rojo y negro bajo una piel de apariencia serena?
“Un vestíbulo negro, un alto techo
protegido por cortinados” son sí retratos de lo fenecido. Ectoplasmas; y
pronto, sus fósiles. Las mujeres de las que hablan Stevens & Girri saben
que una marquesa que solo supiese decir “Soy la marquesa”, tanto lejos como
cerca de su carruaje, habría perdido desde todo punto de vista, la cordura.
Nadie en su sano juicio persistiría en su máscara. Para eso está el teatro de
los mitos que Chukotka y sus varias entradas habilitan (“la calma voluptuosa de
los dioses”. / “El Polo como el muslo de la diosa”).
* Una
pipa africana.
He aquí otra entrada.
Es un ingreso tórrido, éste; no epifánico; sí cortante: “Una que es como se
muestra: / objeto y apariencia”. (Por el contrario, la marquesa era a la vez
apariencia de marquesa y sujeto pasible de evanescer). A la sólida pipa,
“trabajo humano condensado: / a la vez industria y lejanía”, se la puede
rotular sin que su “ser en sí” logre modificarse (una pipa es una pipa es una
pipa es una pipa).
* Mi siguiente entrada a este libro -a la deriva de una escritura o, a la manera
del I Ching, siendo leída por él-, dice:
(…) “y uno camina como arrastrando 'unas garras
en el fondo del mar' y se refugia en las arcadas de
las despintadas recovas donde un olor dulzón carcome”.
en el fondo del mar' y se refugia en las arcadas de
las despintadas recovas donde un olor dulzón carcome”.
La lengua del poema, hasta donde ha llegado –no olvidemos
que estoy conjeturando acerca de un work in progress -, es o aparenta ser el
registro documental de la muerte de un mundo. La muerte del mundo en un libro
en ciernes. Bering, la Roma
del imperio, La Habana
en Cuba –esa perla de la corona española conseguida, con la fe de un traficante,
por Cristóbal Colón-.
Y la sal. La sal que
todo lo cubre como un mar de hielo calcinante.
Una sal que
“quemó conspiraciones, hubo muertos, hay sombras
y gemidos y deseos detrás de las ventanas. Y edificios torre
frente al mar, y restos de la gran guerra fría,
la guerra
de los espías”.
y gemidos y deseos detrás de las ventanas. Y edificios torre
frente al mar, y restos de la gran guerra fría,
la guerra
de los espías”.
(Escrito durante el
primer semestre de 2017).
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(Primer trimestre de
2018. / Continuación.)
Retomo
hoy, la lectura escrita de este poema, “Mar de Chukotka”, guiada por los
indicios brindados por la siguiente cita:
“En
el centro, observando –un centro nómade, como el de la camarita de registro del
auto de Google Maps que pasa en un trayecto de El regreso – está la voz de este
libro. Un cuerpo que avanza y mira y dice lo que ve. Una máquina viva, con sus
algoritmos en ejercicio.” / Valeria
Tentoni, acerca de El regreso, de Ezequiel Alemian.
Hoy
es ayer y también mañana. Circulan por este hoy, otras lecturas conectadas
secretamente entre sí. Entre todas ellas, la de poetas traducidxs por el propio
Aulicino. Chukotka se comportará, ahora, como mi “centro nómade”, una máquina
viviente, un cuerpo “en reversa” que parece
hablar de una gestación: la del pensar. (Pensar como habitar).
* Y la ciudad es
pensamiento y cálculo:
una cuarta parte herreros y artesanos,
un octavo comerciantes,
dos cuartas partes magistrados y soldados;
muy poco, pero decisivo porcentaje
de filósofos y aedos, porque es este el alimento
del líquido amniótico que nos contendrá cívicamente
y en el que nos moveremos como peces.
Es, en efecto y de esta guisa, útero la ciudad.
Nunca así seremos extranjeros.
una cuarta parte herreros y artesanos,
un octavo comerciantes,
dos cuartas partes magistrados y soldados;
muy poco, pero decisivo porcentaje
de filósofos y aedos, porque es este el alimento
del líquido amniótico que nos contendrá cívicamente
y en el que nos moveremos como peces.
Es, en efecto y de esta guisa, útero la ciudad.
Nunca así seremos extranjeros.
La entrada anterior me implica, como lectora,
en cierta gestación, la de una política in útero: la ciudad aristotélica (u
otras, indistintas ciudades). Y de un desorden menstrual: el infinito
antojadizo y perenne de las mitologías narradas por un tapiz tejido en la
cocina de las madres.
Como lectora, aun debo decidir el origen,
seminal, del Cálculo.
Hay en Chukotka un registro panóptico del
orden de lo no humano que opera como recurso mimético (no representativo), determinado por saltos temporales y entrechocar de capítulos,
escolios o fragmentos:
* Preveo, sí, el barro del
Támesis, los cadáveres del Destripador,
-un destripador aristotélico, si cabe, un lector de Política-,
las favelas de Río de Janeiro, las Fábricas de Muerte del Reich,
los telares animistas del Sudeste Asiático, los decapitados
en la frontera de México… Para, stop.
En medio de ello, también Marx verá sus esferas,
su aparato delicado que se desarma
y arma sin perder aceite ni agua,
y es, aun de sangre manchado, ecuánime:
-un destripador aristotélico, si cabe, un lector de Política-,
las favelas de Río de Janeiro, las Fábricas de Muerte del Reich,
los telares animistas del Sudeste Asiático, los decapitados
en la frontera de México… Para, stop.
En medio de ello, también Marx verá sus esferas,
su aparato delicado que se desarma
y arma sin perder aceite ni agua,
y es, aun de sangre manchado, ecuánime:
Multiplicidad de procesos que acontecen sincrónicamente, capa a
capa pero discontinuas, separadas por geologías cercanas y remotas que el poema
resuelve en porciones de memoria sintética:
* Lo
público: un desgastado lustre marcial y recoleto,
largos pasillos vidriados con vidrio opaco,
las firmes vetas de capas de pintura superpuestas,
olor a cloro, ruda limpieza.
Es el antiguo edificio del parque Chacabuco bajo una neblina
casi lechosa alta,
largos pasillos vidriados con vidrio opaco,
las firmes vetas de capas de pintura superpuestas,
olor a cloro, ruda limpieza.
Es el antiguo edificio del parque Chacabuco bajo una neblina
casi lechosa alta,
Chukotka, “palabra por palabra”, escribe su santuario al unísono
de otras cosas
sucedidas a la vera de su propia temporalidad: una máquina.
sucedidas a la vera de su propia temporalidad: una máquina.
* y la máquina escribirá,
hará trajes, destilará petróleo,
extraerá estaño y sílice:
todo, debajo de la virtualidad,
es máquina, los apuntes son sobre la
máquina
cuyos fallos están previstos;
la máquina tal vez incluso mueve la
sangre
de bosques y montañas.
Y si no es así, de nada vale cantar
los bosques
porque no tienen ni promueven ni
desean
ni los acercan palabras
ni trazos de pintura sobre la tela,
ni la máquina de una partitura los
penetra.
En
Chukotka, contra toda apariencia, se estudian y cincelan sentidos en su justa medida.
Se transhumanan sentidos, cabría decir. Pienso “transhumanar” (arcaísmo procedente de Dante Alighieri, que significa
"trascender lo humano"), como equivalente a poetizar – leer/escribir
Chukotka-. El poema trascendería,
entonces, las apariencias del lenguaje, de las citas de las fórmulas, de las
precogniciones. Sería posible decir de él que, tras sus apariencias, requiere
ser descifrado: política pura de un Dios, escribió Kafka (“El híbrido”). “Crea
toda clase de lazos pero ninguno es de sangre”. (**)
* No tienen intermediarios
y muchas veces no sabemos si traen el
éxtasis o la imbecilidad
y caen, de todos modos, bajo la
máquina.”
El
poema (Chukotka) se abre en nosotros como una fruta maquínica comida por
pájaros verdaderos.
Nos
toca, a lxs lectorxs, atravesar su nieve conceptual.
---
(*) Mar de Chukotka, de Jorge Aulicino,
Buenos Aires, op.cit., 2017
En formato ebook. Prólogo de Diego Colomba.
© Alicia Silva Rey
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