Federico Monjeau - Clarín, 10.3.2018 -
El jueves a la noche se celebró en La Usina del Arte el fin de la lectura colectiva del Purgatorio, segunda parte de la Divina Comedia de Dante, un proyecto desarrollado en Twitter e identificado con el hashtag #Dante2018 (no hay, en verdad, tal lectura “colectiva”; la lectura es, desde luego, individual, pero a la vez en una relativa sincronía y eventualmente comentada en esa red).
El encuentro de la Usina se llamó “Escalera al cielo” (la salida del Purgatorio es la entrada al Paraíso) y comprendió una bien planeada secuencia: Ana Moraitis cantó dos canciones medievales acompañada por Miguel de Olaso en laúd y Hernán Cuadrado en viola de gamba; el filósofo Mariano Pérez Carrasco hizo un comentario sobre el Purgatorio en general y sobre el canto XXXIII en particular; el chef Donato de Santis leyó ese canto en la lengua toscana original; el pianista Leandro Rodríguez Jáuregui interpretó dos obras del más genial de los músicos dantistas, Franz Liszt: Miserere d’apres Palestrina y la versión en piano del segundo movimiento de su Sinfonía Dante, Purgatorio, para cerrar con una versión reducida del Magnificat de esa misma sinfonía, en la que se sumó la soprano Patricia Deleo. Todo fue impecablemente realizado.
“Escalera al cielo” se superpuso con la marcha por el Día de la mujer, lo que evidentemente complicó el traslado a la Usina y la realización misma del encuentro. Pero era mejor correr el riesgo que cambiar la fecha, ya que el jueves 8 era el Día del último canto y la tribu de #Dante2018 de alguna manera vive desde el 1° de enero en un mundo de símbolos, en un universo paralelo. 2018 empezó con la lectura de los cien cantos de la Divina Comedia (33 por reino, más uno introductorio), que finalizará el 10 de abril.
Formo parte de esa tribu, lo que de alguna manera me sigue sorprendiendo, ya que mi intervención en las redes (Twitter) es más bien ocasional y bastante acotada. Pero ¿cómo habría de resistirme a una idea tan simple y tan perfecta, a un comienzo de año tan auspicioso? La idea se la debemos a Pablo Maurette, un profesor argentino que enseña filosofía en Chicago y es autor del extraordinario libro El sentido olvidado, mezcla de ensayo sobre el tacto y tratado estético-filosófico. (Tal vez esa idea haya sido inspirada por Borges, que en su conferencia sobre la Divina Comedia cuenta que empezó a leerla a razón de un canto por día, durante el viaje en tranvía que hacía desde Barrio Norte hasta una biblioteca de Almagro Sur en la que estaba empleado.) En fin, #Dante2018 tiene miles de seguidores en los lugares más remotos. Convocó a dantistas expertos y a dantistas debutantes, como es mi caso. Unos y otros aportan comentarios filosóficos, políticos, históricos, humorísticos, además de las ilustraciones que suben a Twitter diversos dibujantes.
Sigo la versión de Jorge Aulicino. La adquirí ni bien salió por Edhasa en 2015 (ahora parece que se agotó a raíz de esta fiebre), ya que reunía el interés por la obra de Dante con el aprecio que siento por Aulicino, con quien tuve la suerte de trabajar en este diario. Su versión es en verso libre, pero sigue bastante de cerca la forma endecasílaba de Dante (no la rima, aunque hay rimas ocasionales); rara vez se pasa de las doce sílabas o baja de las diez. A veces consulto también la versión de Angel Chiclana, que es en prosa, especialmente en algunos cantos un tanto oscuros o demasiado alegóricos. Chiclana es muy explicativo, a veces demasiado. Aulicino es, ante todo, un poeta. Su proyecto no es contar la Divina Comedia sino transportarla a otra lengua; sus notas al pie, aunque muy buenas, son más bien parcas. Creo además que en los versos de Aulicino hay una condensación y una fuerza estética a la que difícilmente pueda acceder el mayor de los prosistas.
La edición Aulicino tiene la ventaja adicional de su forma en espejo. En la página par está el original; en la impar, la traducción, lo que nos permite leer un poco en paralelo y vislumbrar, aunque más no sea, la hipnótica cadencia de Dante: tercetos de rima encadenada (aba-bcb-cdc...), para cerrar al fin de cada canto con el agregado de un cuarto endecasílabo, a la manera de una coda reafirmada. Su férreo límite es su fuerza; un mundo infinito en cien estrictos cantos, como se ufana cómicamente el propio Dante hacia el final del Purgatorio. Traduce Aulicino: “Si tuviese, lector, más largo espacio/para escribir, yo aún cantaría en parte/el dulce beber que jamás me habría saciado; //pero porque llenos son todos los papeles/destinados a esta cantiga segunda,/ no me deja seguir, con su freno, el arte”.
© Federico Monjeau/Clarín
Imagen: La escalera de Jacob, catacumbas de la Via Latina, s. IV
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