En excelentes traducciones de Jorge Aulicino, vuelven dos poemarios del gran escritor italiano, autor de El oficio de vivir.
Podía considerarse un sobreviviente exitoso. Había atravesado el fascismo, la cárcel, la guerra y la posguerra hasta llegar a uno de los lugares más privilegiados del campo intelectual italiano. Había publicado catorce libros, traducido a varios autores estadounidenses, cofundado la editorial Einaudi y recibido el prestigioso premio Strega en 1950. Pero en verano de ese mismo año se suicidó con somníferos en una habitación de hotel de Turín, la ciudad en la que vivía y que conocía como la palma de su mano.
El gesto final de Césare Pavese corona de un modo tan nítido su obra y trayectoria que es imposible eludirlo y es justamente con la mención de ese gesto que Jorge Aulicino decide iniciar el prólogo a su traducción de estos dos libros en uno. Trabajar cansa fue el primero, escrito entre 1931-35 y publicado por Solaria en Florencia antes de la edición definitiva de Einaudi, en 1943, que incorporó poemas de los años 1936-40. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos fue el último, nacido en la primavera de 1950 (excepto por los poemas de "La tierra y la muerte" escritos en 1945 y "La casa" que es de 1940) y publicado de modo póstumo en 1951.
Entre los versos finales de Pavese se encuentran aquellos titulados en inglés que le dedicara a la actriz neoyorquina Constance Dowling luego de que esta rompiese con él y partiera de regreso a Hollywood, y el par de poemas escritos en su totalidad en esa misma lengua. “To C. from C.”, que podría leerse como “de Cesare a Constance”, refiere a esa “sonrisa manchada/en congeladas nieves/ viento de marzo” que reaparece en “You, wind of march” como “sangre de primavera/ anémona o nube/tu paso ligero/ha violado la tierra”. Y “Last blues, to be read some day”, que canta a aquel amor que para alguien habrá sido solo un “flirt”, un “levante”, mientras otro quedaba herido y moriría sin saber.
En castellano, Pavese fue conocido post-mortem a lo largo de la década del 50, sobre todo por su diario El oficio de vivir, varios libros de narrativa, los artículos de La literatura norteamericana y otros ensayos, y la primera versión de Trabajar cansa y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos por Rodolfo Alonso, con la colaboración de Hugo Gola, en 1957. Estos dos títulos, publicados siempre en un solo volumen primero por Nueva Visión, luego por Lautaro y Alción, se reeditan este año en una versión que no solo aggiorna algunos términos –por citar dos ejemplos, en vez de “El dios-cabro” será “El dios cabrón” y “Gente desarraigada” será “Gente fuera de lugar”– sino que permite leer con fluidez cada instante de esta poética que el texto introductorio analiza como resultado de un cruce de épocas y de culturas: el mundo del trabajo rural y su choque con la ciudad en crecimiento, la Segunda Guerra Mundial y la presencia estadounidense en Italia. Un cruce que Pavese supo elaborar desde su conocimiento de las herramientas de los narradores norteamericanos a los que traducía en esos años: Melville, Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, Sherwood Anderson, entre otros.
Así se habría edificado esta “poesía que también es prosa” y que ha sido con frecuencia calificada de narrativa aunque se dedicara no solo a relatar anécdotas sino más bien a lo que Aulicino llama el “rodeo en torno a instantes extáticos”. Esos momentos únicos en los que irrumpen la mujer que nada sin romper el agua, el chirrido del carro que sacude el camino, el borracho en la calle y las casas perplejas, el viejo que recuerda cuando hizo de perro en un campo de trigo, y las colinas, siempre las duras colinas del Piamonte con sus cimas quemadas que llenan el cielo.
El genio pavesiano habrá sido una presencia providencial para aquellos escritores de los años 60 que intentaban superar las dicotomías entre poesía y prosa, ética y escritura, compromiso y literatura. “Volver a Pavese” escribía Néstor Sánchez desde Roma en 1971 en una antología de ensayos de diez críticos italianos que había traducido para Monte Ávila, “es recuperar un sabor que no puede olvidarse”. Conjeturas: el sabor de la melancolía, el regusto del dolor por deseo y ausencia y por sospecha de que toda palabra es la historia secreta de una carencia.
Pero volver hoy a Pavese, más allá de una lectura desatenta que podría desestimarlo por machista, es vérselas con su sensibilidad extrema ante la orfandad y la desdicha y una épica del sufrimiento que rehúsa doblegarse ante el monótono curso de lo cotidiano. En una semblanza que escribió Natalia Ginzburg, el entrañable misógino Pavese es portador de esa melancolía voluptuosa y distraída del muchacho que todavía no pisa la tierra y que se mueve en el mundo solitario de los sueños: “En ciertas ocasiones estaba muy triste; pero nosotros pensamos, durante mucho tiempo, que se curaría de esa tristeza cuando se decidiera a ser adulto”. En sus últimos poemas es también el eterno adolescente que sufre mal de amores.
Ese muchacho se suicidó un mes antes de cumplir los 42 años. Razones para quitarse la vida nunca hay una sola aunque sí puede haber un tema recurrente. Como dejó escrito en su diario: “Uno no se mata por amor a una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra propia desnudez, miseria, indefensión, nada”.
Trabajar cansa/Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Cesare Pavese. Traducción y prólogo de Jorge Aulicino. Griselda García Editora/Ediciones del Dock/ Cartografías, 200 págs.
Podía considerarse un sobreviviente exitoso. Había atravesado el fascismo, la cárcel, la guerra y la posguerra hasta llegar a uno de los lugares más privilegiados del campo intelectual italiano. Había publicado catorce libros, traducido a varios autores estadounidenses, cofundado la editorial Einaudi y recibido el prestigioso premio Strega en 1950. Pero en verano de ese mismo año se suicidó con somníferos en una habitación de hotel de Turín, la ciudad en la que vivía y que conocía como la palma de su mano.
El gesto final de Césare Pavese corona de un modo tan nítido su obra y trayectoria que es imposible eludirlo y es justamente con la mención de ese gesto que Jorge Aulicino decide iniciar el prólogo a su traducción de estos dos libros en uno. Trabajar cansa fue el primero, escrito entre 1931-35 y publicado por Solaria en Florencia antes de la edición definitiva de Einaudi, en 1943, que incorporó poemas de los años 1936-40. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos fue el último, nacido en la primavera de 1950 (excepto por los poemas de "La tierra y la muerte" escritos en 1945 y "La casa" que es de 1940) y publicado de modo póstumo en 1951.
Entre los versos finales de Pavese se encuentran aquellos titulados en inglés que le dedicara a la actriz neoyorquina Constance Dowling luego de que esta rompiese con él y partiera de regreso a Hollywood, y el par de poemas escritos en su totalidad en esa misma lengua. “To C. from C.”, que podría leerse como “de Cesare a Constance”, refiere a esa “sonrisa manchada/en congeladas nieves/ viento de marzo” que reaparece en “You, wind of march” como “sangre de primavera/ anémona o nube/tu paso ligero/ha violado la tierra”. Y “Last blues, to be read some day”, que canta a aquel amor que para alguien habrá sido solo un “flirt”, un “levante”, mientras otro quedaba herido y moriría sin saber.
En castellano, Pavese fue conocido post-mortem a lo largo de la década del 50, sobre todo por su diario El oficio de vivir, varios libros de narrativa, los artículos de La literatura norteamericana y otros ensayos, y la primera versión de Trabajar cansa y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos por Rodolfo Alonso, con la colaboración de Hugo Gola, en 1957. Estos dos títulos, publicados siempre en un solo volumen primero por Nueva Visión, luego por Lautaro y Alción, se reeditan este año en una versión que no solo aggiorna algunos términos –por citar dos ejemplos, en vez de “El dios-cabro” será “El dios cabrón” y “Gente desarraigada” será “Gente fuera de lugar”– sino que permite leer con fluidez cada instante de esta poética que el texto introductorio analiza como resultado de un cruce de épocas y de culturas: el mundo del trabajo rural y su choque con la ciudad en crecimiento, la Segunda Guerra Mundial y la presencia estadounidense en Italia. Un cruce que Pavese supo elaborar desde su conocimiento de las herramientas de los narradores norteamericanos a los que traducía en esos años: Melville, Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, Sherwood Anderson, entre otros.
Así se habría edificado esta “poesía que también es prosa” y que ha sido con frecuencia calificada de narrativa aunque se dedicara no solo a relatar anécdotas sino más bien a lo que Aulicino llama el “rodeo en torno a instantes extáticos”. Esos momentos únicos en los que irrumpen la mujer que nada sin romper el agua, el chirrido del carro que sacude el camino, el borracho en la calle y las casas perplejas, el viejo que recuerda cuando hizo de perro en un campo de trigo, y las colinas, siempre las duras colinas del Piamonte con sus cimas quemadas que llenan el cielo.
El genio pavesiano habrá sido una presencia providencial para aquellos escritores de los años 60 que intentaban superar las dicotomías entre poesía y prosa, ética y escritura, compromiso y literatura. “Volver a Pavese” escribía Néstor Sánchez desde Roma en 1971 en una antología de ensayos de diez críticos italianos que había traducido para Monte Ávila, “es recuperar un sabor que no puede olvidarse”. Conjeturas: el sabor de la melancolía, el regusto del dolor por deseo y ausencia y por sospecha de que toda palabra es la historia secreta de una carencia.
Pero volver hoy a Pavese, más allá de una lectura desatenta que podría desestimarlo por machista, es vérselas con su sensibilidad extrema ante la orfandad y la desdicha y una épica del sufrimiento que rehúsa doblegarse ante el monótono curso de lo cotidiano. En una semblanza que escribió Natalia Ginzburg, el entrañable misógino Pavese es portador de esa melancolía voluptuosa y distraída del muchacho que todavía no pisa la tierra y que se mueve en el mundo solitario de los sueños: “En ciertas ocasiones estaba muy triste; pero nosotros pensamos, durante mucho tiempo, que se curaría de esa tristeza cuando se decidiera a ser adulto”. En sus últimos poemas es también el eterno adolescente que sufre mal de amores.
Ese muchacho se suicidó un mes antes de cumplir los 42 años. Razones para quitarse la vida nunca hay una sola aunque sí puede haber un tema recurrente. Como dejó escrito en su diario: “Uno no se mata por amor a una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra propia desnudez, miseria, indefensión, nada”.
Trabajar cansa/Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Cesare Pavese. Traducción y prólogo de Jorge Aulicino. Griselda García Editora/Ediciones del Dock/ Cartografías, 200 págs.
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