Para el poeta italiano Cesare Pavese la poesía es la imagen “clara” de aquello que en la experiencia nos pareció “oscuro”, “misterioso”, “problemático”.
Cesare Pavese (Italia, 1908-1950) sostenía que el mito está en la base de la poesía. Por mito él entendía los misterios, los recuerdos, los ritos, los olores de su tierra en el Piemonte: las colinas, los ancestros campesinos, los viñedos, el vino, la amistad viril, el dolor de la mujer ausente, la luna en verano sobre las acequias, la nostalgia de quien ha abandonado esa tierra y los lamentos de quien regresa después de haber recorrido el mundo.
Esa idea del mito como esencia inspiradora según Pavese incumbiría incluso al poeta actual, profano, descreído, metropolitano, cínico. Claro que para cada uno tendrá una raíz y ramas y fronda distintas: “un universal fantástico que a cada individuo (en esto se diferencia del mito religioso, siempre colectivo) inspira una pasión análoga. (…) ¿Qué otra cosa hace el poeta sino trabajar en torno a estos, sus mitos, para resolverlos en clara imagen y lenguaje accesible al prójimo?”.
Ese materia puede consistir en un tema, en una preocupación filosófica, en una atmósfera musical, en un paraíso perdido; para Pavese se centraba en la contemplación, alejamiento o retorno a sus mágicas colinas. Para Robert Graves radicaría en el culto a la Luna, la Diosa Blanca, cuya veneración legitimaría toda poesía, incluso cuando el poeta moderno sea ignorante de que reviste ese carácter sacerdotal. Para Borges serían los desvaríos y bifurcaciones del tiempo, de la memoria y del destino. Para Pessoa, el infinito rodeo alrededor de una pregunta: “¿Quién es yo?”.
El mito, por un lado. Por el otro, la realidad y la mejor forma de expresarla. En Pavese, gran escritor de cuentos y novelas, su búsqueda formal escapó desde el principio de los solfeos y los ritmos de la métrica poética tradicional. Sobre todo en sus primeros poemas usa versos largos “porque sentía tener mucho que decir y que no debía aferrarme a una razón musical en mis versos, sino satisfacer también una lógica; bien o mal, en ellos ‘narraba’”.
Narrar, ésa es otra clave para entender la poesía de Pavese y quizás de la mejor poesía contemporánea (contrapuesta a la más practicada y divulgada, distinguida por alejarse precisamente de toda lógica).
Para Pavese, poesía narrativa significaba muchas cosas: el uso del habla popular e incluso dialectal; la huida de la retórica habitual en busca de una expresión “adherente, inmediata, esencial”; la creación de personajes, aunque estuvieran diluidos en la voz de un distante testigo que habla en primera persona; la creación de una “imagen interna” sin recurrir a descripción alguna, y una concepción neorrealista y humanista alejada del naturalismo. Lo sintetizaba así: “La poesía es la imagen ‘clara’ de aquello que en la experiencia nos pareció ‘oscuro’, ‘misterioso’, ‘problemático’”.
Narrar, incluso con la poesía, significa para Pavese concebir sus textos como “juicios fantásticos” sobre la realidad. Claro que su manifiesto poético debe integrárselo a la biografía y al carácter de Pavese, una persona que vivió sumida en un oscuro dolor cuya culminación fue el suicidio. Alberto Moravia lo definió “decadente”, por ser “una combinación singular de dolor constante, profundo y acerbo, con caracteres mezquinos, solitarios y casi delirantes de un literato de oficio”. Y más: “Pavese, persiguiendo la idea nietzscheana y decadente del mito, intentó la operación imposible de hacer decir por personajes populares, con un lenguaje popular, las cosas que le interesaban a él, hombre culto, de psicología y experiencia decadentes”. Pavese, concluye polémicamente Moravia, dio origen a una “literatura amanerada, toda igual, en la que se manifiesta la literatura más literaria que existe en el mundo, o sea la literatura antiliteraria”.
En Santa Fe, Pavese contó, y seguramente aún cuenta, con fervientes admiradores, en gran parte debido a la difusión que, a partir de mediados del siglo pasado, practicaron algunos profesores y escritores con actividad en nuestra zona , como Hugo Gola, que tradujo con Rodolfo Alonso varios de sus ensayos. Más allá de adherir a esa idea tan firme en Pavese de expresar el propio ámbito, identificaban la resistencia antifascista de Pavese (que lo había llevado a la cárcel) con la que debió operar la izquierda argentina durante el peronismo.
En 1937, Pavese escribía en su diario: “Dos cosas te interesan: la técnica del amor y la técnica del arte”. El desgraciado ejercicio de la primera lo llevó a la muerte; de las composiciones y reflexiones sobre la segunda hay mucho por aprender y gozar en sus libros, sobre todo en su poesía y en sus novelas. Publicó su primer libro, “Trabajar cansa”, en 1936, y recién un año después de su muerte aparecería su segundo libro de poesía: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. En castellano hay varias y algunas muy buenas versiones de esos libros; ahora contamos con una excepcional, que Griselda García Editora acaba de publicar en Buenos Aires, a cargo de Jorge Aulicino.
La Casa
Por Cesare Pavese (*)
El hombre solo escucha la voz calma,/con la mirada baja, casi un aliento/ soplado en la cara, un aliento amigo/ que remonta, increíble, el tiempo transcurrido.// El hombre solo escucha la voz amiga/ que sus padres, hace tiempo, han oído, clara,/ ensimismada, una voz que como el verde/ de las charcas y de las colinas oscurece de noche.// El hombre solo conoce una voz de sombra,/ acariciante, que brota con tonos calmos/ de una fuente secreta: la bebe atento,/ los ojos cerrados, y no parece que la tuviera al lado.// Es la voz que un día detuvo al padre/ de su padre, y a cada uno de su sangre, muerto./ Una voz de mujer que suena secreta/ en el umbral de la casa, al caer la oscuridad.
* Traducción de Jorge Aulicino, en Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Griselda García Editora, Bs. As., 2018
Cesare Pavese (Italia, 1908-1950) sostenía que el mito está en la base de la poesía. Por mito él entendía los misterios, los recuerdos, los ritos, los olores de su tierra en el Piemonte: las colinas, los ancestros campesinos, los viñedos, el vino, la amistad viril, el dolor de la mujer ausente, la luna en verano sobre las acequias, la nostalgia de quien ha abandonado esa tierra y los lamentos de quien regresa después de haber recorrido el mundo.
Esa idea del mito como esencia inspiradora según Pavese incumbiría incluso al poeta actual, profano, descreído, metropolitano, cínico. Claro que para cada uno tendrá una raíz y ramas y fronda distintas: “un universal fantástico que a cada individuo (en esto se diferencia del mito religioso, siempre colectivo) inspira una pasión análoga. (…) ¿Qué otra cosa hace el poeta sino trabajar en torno a estos, sus mitos, para resolverlos en clara imagen y lenguaje accesible al prójimo?”.
Ese materia puede consistir en un tema, en una preocupación filosófica, en una atmósfera musical, en un paraíso perdido; para Pavese se centraba en la contemplación, alejamiento o retorno a sus mágicas colinas. Para Robert Graves radicaría en el culto a la Luna, la Diosa Blanca, cuya veneración legitimaría toda poesía, incluso cuando el poeta moderno sea ignorante de que reviste ese carácter sacerdotal. Para Borges serían los desvaríos y bifurcaciones del tiempo, de la memoria y del destino. Para Pessoa, el infinito rodeo alrededor de una pregunta: “¿Quién es yo?”.
El mito, por un lado. Por el otro, la realidad y la mejor forma de expresarla. En Pavese, gran escritor de cuentos y novelas, su búsqueda formal escapó desde el principio de los solfeos y los ritmos de la métrica poética tradicional. Sobre todo en sus primeros poemas usa versos largos “porque sentía tener mucho que decir y que no debía aferrarme a una razón musical en mis versos, sino satisfacer también una lógica; bien o mal, en ellos ‘narraba’”.
Narrar, ésa es otra clave para entender la poesía de Pavese y quizás de la mejor poesía contemporánea (contrapuesta a la más practicada y divulgada, distinguida por alejarse precisamente de toda lógica).
Para Pavese, poesía narrativa significaba muchas cosas: el uso del habla popular e incluso dialectal; la huida de la retórica habitual en busca de una expresión “adherente, inmediata, esencial”; la creación de personajes, aunque estuvieran diluidos en la voz de un distante testigo que habla en primera persona; la creación de una “imagen interna” sin recurrir a descripción alguna, y una concepción neorrealista y humanista alejada del naturalismo. Lo sintetizaba así: “La poesía es la imagen ‘clara’ de aquello que en la experiencia nos pareció ‘oscuro’, ‘misterioso’, ‘problemático’”.
Narrar, incluso con la poesía, significa para Pavese concebir sus textos como “juicios fantásticos” sobre la realidad. Claro que su manifiesto poético debe integrárselo a la biografía y al carácter de Pavese, una persona que vivió sumida en un oscuro dolor cuya culminación fue el suicidio. Alberto Moravia lo definió “decadente”, por ser “una combinación singular de dolor constante, profundo y acerbo, con caracteres mezquinos, solitarios y casi delirantes de un literato de oficio”. Y más: “Pavese, persiguiendo la idea nietzscheana y decadente del mito, intentó la operación imposible de hacer decir por personajes populares, con un lenguaje popular, las cosas que le interesaban a él, hombre culto, de psicología y experiencia decadentes”. Pavese, concluye polémicamente Moravia, dio origen a una “literatura amanerada, toda igual, en la que se manifiesta la literatura más literaria que existe en el mundo, o sea la literatura antiliteraria”.
En Santa Fe, Pavese contó, y seguramente aún cuenta, con fervientes admiradores, en gran parte debido a la difusión que, a partir de mediados del siglo pasado, practicaron algunos profesores y escritores con actividad en nuestra zona , como Hugo Gola, que tradujo con Rodolfo Alonso varios de sus ensayos. Más allá de adherir a esa idea tan firme en Pavese de expresar el propio ámbito, identificaban la resistencia antifascista de Pavese (que lo había llevado a la cárcel) con la que debió operar la izquierda argentina durante el peronismo.
En 1937, Pavese escribía en su diario: “Dos cosas te interesan: la técnica del amor y la técnica del arte”. El desgraciado ejercicio de la primera lo llevó a la muerte; de las composiciones y reflexiones sobre la segunda hay mucho por aprender y gozar en sus libros, sobre todo en su poesía y en sus novelas. Publicó su primer libro, “Trabajar cansa”, en 1936, y recién un año después de su muerte aparecería su segundo libro de poesía: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. En castellano hay varias y algunas muy buenas versiones de esos libros; ahora contamos con una excepcional, que Griselda García Editora acaba de publicar en Buenos Aires, a cargo de Jorge Aulicino.
La Casa
Por Cesare Pavese (*)
El hombre solo escucha la voz calma,/con la mirada baja, casi un aliento/ soplado en la cara, un aliento amigo/ que remonta, increíble, el tiempo transcurrido.// El hombre solo escucha la voz amiga/ que sus padres, hace tiempo, han oído, clara,/ ensimismada, una voz que como el verde/ de las charcas y de las colinas oscurece de noche.// El hombre solo conoce una voz de sombra,/ acariciante, que brota con tonos calmos/ de una fuente secreta: la bebe atento,/ los ojos cerrados, y no parece que la tuviera al lado.// Es la voz que un día detuvo al padre/ de su padre, y a cada uno de su sangre, muerto./ Una voz de mujer que suena secreta/ en el umbral de la casa, al caer la oscuridad.
* Traducción de Jorge Aulicino, en Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Griselda García Editora, Bs. As., 2018
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