Juan Arabia - Perfil - 6.12.2020 -
Este extenso volumen reúne toda la obra poética del Premio Nacional de Poesía 2015, Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949), hasta la fecha. Un poeta que, desde sus primeros libros, ha forjado un proyecto consecuente, radical en su forma, emergente (en tanto formación) y que a la vez recupera una específica tradición del género.
A diferencia de Joaquín Giannuzzi, que seguramente ha influido en la tranquilidad y soltura de sus páginas, Aulicino es un poeta dialógico: conversa con Dante, Cavalcanti, Ezra Pound, Pavese y los trovadores occitanos, y con disímiles temporalidades como la dinastía Tang. Aunque conversa anclando su mástil a una poesía estrictamente local, en tanto forma, ritmo y escenarios, es decir, optando por la introducción de elementos vernáculos.
Hay un elemento muy presente en toda la obra de Aulicino, una adhesión ideológica, que se hace evidente en sumo grado en su último libro, La lírica (2020), que se presenta en este tomo por primera vez: más allá de ese límite pusieron unos abuelos sus palos godos (...) / se forjó una clase obrera descendiente del campesinado europeo.
Ese sentimiento de clase, muy reconocible además en los poetas que admira y traduce (recordemos que Aulicino es traductor nada menos que de La divina comedia, monumental obra escrita en lengua vulgar), explica cierta reconciliación inicial que diluye las fronteras de la escisión en la historia de la literatura argentina (hablamos de civilización y barbarie, campo y ciudad): Para mí, allí donde se ve el cielo de Buenos Aires se ve la pampa. / El cielo está lleno de pampa.
Al igual que Borges, Jorge Aulicino es capaz de situarse tanto en el centro como en la periferia, y anclar sus poemas en el barrio de Flores así como en las escaleras de la Dogana. Y lo hace a partir de una condensación elíptica y prudente, combinando los límites de una poesía hermética y a la vez experiencial: Sentiste el mar y sus múltiples negocios, / la imposibilidad de enumerar ventas y pájaros; o: Los helechos que alzan sus hojas en la vereda del bar nocturno / no crecen desde ninguna de nuestras grietas.
Aulicino ya había fijado su postura en diversas ocasiones, como en el diálogo que mantuvo con Arturo Carrera en el número uno de la revista 18 Whiskys, en 1990: “Está la ley de hacerse entender. Es la primera ley que respeto”.
Y esto habla, con toda certeza, del proyecto inicial de Aulicino. Un poeta que, inmerso en la tradición que lo verifica (hijo de inmigrantes italianos), forja sus versos a partir de su herencia vernácula, y por tanto argentina, alejada de modas y eslóganes políticos.
No existe otra política, y por tanto otra literatura, sino aquella que se hace vidente en las contradicciones fundamentales.
Jorge Aulicino se ha alejado de ciertos elementos de la poesía social de los años sesenta (hoy representada en la “izquierda” latinoamericana en nombre de la reproducción de autores que imitan la poesía social de Juan Gelman), así como también de ciertas tendencias neobarrocas y neorrománticas, evidenciando por un lado una adherencia estética hacia el objetivismo, así como respaldando ideológicamente una tradición silenciada desde 1902 y condenada por la Ley de Residencia, cuyo objetivo era expulsar a los inmigrantes anarquistas de Argentina: La Revolución no había ocurrido nunca. / Francia era la cuna del art nouveau, / que aquí se metamorfoseaba en gótico. / Gótico de la capital de la pampa. / Ese hilo de oscuros entramados se extiende por las fachadas desde el barrio norte a la Boca cuyas nieblas londinenses no huelen mejor que en Londres cuando el Támesis no había sido despojado del barro de siglos de fajina portuaria. Ese hilo que hila titanes, camafeos, borlas, búcaros sobre edificios y casas de escaleras anchas en Barracas, en Montserrat, en San Telmo (…), y hoy apretujados inquilinatos cuyas ventanas tapan cortinas verdosas.
Poesía reunida,
Jorge Aulicino,
Ediciones en Danza,
Buenos Aires, 2020
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