José Villa - Revista Ñ - 18.8.2012
La publicación de Estación Finlandia permite la mirada retrospectiva de una obra que, salvo en los dos o tres libros primeros, he leído a medida en que fue apareciendo. Pero no sé si he leído en tiempo, no sé, diría el poeta, si he oído en tiempo. O bien, si, recordando a Girri, he prestado atención al texto o al que lee. Cuando tuve la oportunidad de recorrer sus dos primeros libros, después de haber leído Paisaje con autor (1988), pensé que habían sido invalidados por la obra de ese poeta que todo lo que hacía era evolucionar. La relectura de esos libros iniciales me permite entender que allí había una música que continúa su desgranamiento, y que se resuelve en ideas, imágenes y palabras que van declinándose hasta perderse como una playa en su obra ulterior.
Además, la poesía de Aulicino es una lectura de los hechos, del paso de la existencia política, del resbalón político, hasta alcanzar el rumor de un poema que da cauce al proceso de la Historia. Puedo identificar a un poeta de trazo analítico, que está dentro de la escena y que, como un paisajista, a la vez observa el principio corruptivo de la civilización y la persistencia de la naturaleza intervenida; ese procedimiento crea personajes y lugares específicos, lo distancia de una poesía abstracta. Situaciones urbanas, o ramificadas y antepuestas como una urbe, dan lugar a la narración de un diálogo en la voz de un relator de paradojas que este advierte pero que no explica, lo que también puede ser su modo de reformular el enigma del objetivismo y de poner allí, en el lugar de la cuestión poética, a la realidad. Esa lírica de la Historia es la historia del individuo contemporáneo de la mayor incertidumbre, con Dios, la libertad y la paz en la corrupción de por medio.
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