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Comentario / El corazón, la palabra lavada

Pablo E. Chacón -  Ñ - 20 de noviembre de 2004. Hay en la última colección de poemas de Jorge Aulicino un efecto que se sustrae inevitablemente a su persona. Sucede desde el principio, desde el primer verso: “No contabas los muertos entre aquellos cuyos perfiles de tormenta daban siempre el par”. Es una voz hipnótica, repetitiva, que va de la primera a la tercera persona o se ausenta, presente en síncopa de fin del mundo. Es una cuestión de silencios más que de palabras, la conciencia de una respiración sin sujeto. El poema despoja el momento, lo reduce a cosas que naturalmente es imposible percibir; redondea en forma de contrapeso una calma en completa inmovilidad, cada vector de fuerza se equilibra con otro, compone una pausa en la agitación de las identidades inquietas. Esto, por fuera de los contenidos. La tendencia acaso es notoria desde "La línea del coyote" y "La luz checoslovaca". Se repite en esos libros y en éste una suerte de tesis: la vida es demasiado c