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Texto completo / Corredores en el parque

(Texto completo.
Publicado en 2016 por Barnacle)

Textos de la contratapa

Una y otra vez la poesía de Jorge Aulicino se metaboliza en potencia spinoziana. Acá, en estos versos donde, sobre el final de una poema, un hombre con un remo llega para golpear una puerta, volvemos a escuchar los ritmos fantásticos de esa obra maestra de la poesía argentina que fue Paisaje con autorLeyéndolos, uno no puede dejar de habitar el poema: estamos, por un momento, sentados en ese auto que mira a la gente correr por el parque. Fabián Casas

Jorge Aulicino (Premio Nacional de Poesía 2015) ha escrito este libro recurriendo a un lenguaje que no desmiente el brillo en su parquedad y economía, llevando a cabo hazanas notorias, hasta el punto de hacer que todo parezca posible, de más noble carácter, del lado de arriba de la tierra. Lo que por aprensión no resiste el pulso acaso puede ser recordado: La poesía no es lo sorpresivo sino lo extremadamente /próximoAlberto Cisnero
                                                     


I. Corredores en el parque


Cuando los del FBI pasan corriendo a través de las cocinas

Cuando los del FBI pasan corriendo a través de las cocinas
chinas o de los grandes restaurantes,
en tanto los malos les arrojan carritos y sartenes para
entorpecer su paso, pienso en los grandes procesos,
en los admirables procesos químicos que interrumpen,
las fabulosas obras de la fritura y de las especias
el punto maestro de la salsa.

     El correr con traje de calle a los balazos
inventando tretas contra el contrabando de mestizos
y pactando con carteles y muriendo sobre el pavimento
sólo nos sume en auténtica melancolía inactiva;
pese a los cual los muchachones con traje que desatan
una balacera en el restaurante y luego
corren con trajes y zapatos negros como
futbolistas en ropa de civil, nos despiertan una ternura
ligeramente londoniana; por la inocencia final
del que no es otra cosa que la acción,
y por la volatilidad del traje, que es una prenda cómoda,
contra lo que suele creerse.


Mujeres que cuentan su experiencia

Mujeres que cuentan su experiencia,
el alto tejado ajeno, el regreso
a la casa paterna,
el dentista, los chicos ensortijados, altos ya.
El trabajo alienante las has hecho sentir la distancia
-que en realidad existe- entre lo que se recuerda
y lo que se ve: bolsas negras
para devolver a la tierra
la ropa y el tocador de la madre muerta;
cartas que no se sabía que existían, el dentista,
el plomero, el trastorno de hoy, el auto finalmente
parado en el costado de una calle,
y mirar enfrente a los que corren en el parque.


No importa que ya no oiga el crujido de las naves

No importa que ya no oiga el crujido de las naves
en Bristol, una serenata nocturna, un eco
de cierta eternidad:
he aprendido sobre balandras,
asaltos a cielo abierto, golpes de mar
que nos quitan el alma,
y a diferenciar el bergantín de la goleta.
¿Lo ves, capitán? Más
cerca de las máquinas el hombre se hace lobo.

Enfoca el bauprés hacia el combate.
La tripulación está  contigo
porque en verdad no está con nadie.

Pronto llegará la revolución del pistón.
Nuestros cielos de oro serán piezas de museo.
Nos buscarán en el fondo del mar
y el hueso de tu hombro señalará
campos de marsopas, a lo más.


Fumad la pipa con el dulce tabaco de oriente

Fumad la pipa con el dulce tabaco de oriente
ahumado y el del occidente, rubio y encrespado:
nada más puede daros consuelo, capitán:
allá las naves alineadas: a tu lado el turbante de aquel
primer oficial; lejos el arpa y la dinamita del Eire;
lejos la cruel desesperación de las sentinas;
lejos, lejos, remeros
llevando la chalupa hacia la playa ahíta de coral,
de cuerpos, de latas:
la sucia hermandad de la lluvia y la basura.

¡Ah tardes de ebonita! Luego, la luna
alzada por caballos de nieve muerta.
Y la danza de la odalisca,
y el santuario de Jorge o de Ganesha.
Fumad, dragón ajobachado, sulfuroso
imperio en ruinas, torres.


Visto desde cierto ángulo es como si el musgo interesara 

Visto desde cierto ángulo es como si el musgo interesara
y no la guerra, cuando en realidad llenos de musgo
la cara, los botines, la tropa avanzó por el bosque
/camuflada...

Pero aquello lateral, lo sabés...

El tintineo de una cafetera, el color en la vena de un viejo,
                                     briznas sobre el aeroparque...
Lo indescriptible en la mañana saturada y en el vacío aire.
Un hombre con un remo ha llamado a la puerta.



Detrás de los pinos de artificio un cementerio

                                 Fila tras fila con estricta impunidad
                                 Las lápidas abandonan sus nombres a los elementos
                                                                                                 Allen Tate

Detrás de los pinos de artificio un cementerio
es, dramática, curiosa, irónica y tristemente el
único testimonio vivo de una civilización.
A rachas el sol irrumpe a través de una luz gris caliente,
camino a las playas atlánticas de la República.
¿Quedan los nombres de esas lápidas expuestos a qué?
Contemplan más bien, no exentos de sabiduría,
la lucha circunstancial entre la indiferencia marmórea
del turismo y el lejano campanazo de la muerte.


Luego de haber introducido el realismo en la enología

Luego de haber introducido el realismo en la enología,
patrulló durante años la costa de la inacción;
pues cuando se sabe la dificultad de la metáfora,
el modo en que  los colegas quisieron definir ese sabor de fondo
-lo mismo que mirar el cielo cada día desde la cocina-,
uno entra en catatonía, el teléfono suena sin cesar,
el goteo en las profundas tuberías es el único consuelo.


En la casa aún vacía de mi hija

En la casa aún vacía de mi hija
ni muy nueva ni antigua
de techos altos y muchas habitaciones
la pintura no está bien
y hay detalles de mal gusto
como ciertos círculos de colores
adheridos a algunos vidrios
o la estufa de leños falsos;
pero es enorme y silenciosa,
se oyen los pájaros en el níspero,
el laurel, el limonero, las tejas
Mi hija aprecia esa riqueza
inestimable, ese
monte interior, salvaje
y protector,
ese jardín en el que despertó la especie.

Y el gato joven con su leve maullido que asomó
en una ventana de la galería alta,
          y la conventual luz
               y la eternidad sin muebles
Sólo un ligero gesto de angustia muestra
por los detalles
de una no natural decadencia,
siempre en torno de las epifanías

Hablamos en el auto de cómo quitar las calcomanías
con agua caliente y esponja de plástico


Superman, huérfano del cosmos

Superman, huérfano del cosmos,
tu tierra es tu enemiga, la poción mortal,
el talón de Aquiles que el demonio del caos
ha puesto como baldón sobre el débil reportero
y el muchacho que vuela como poesía futurista
sobre los rascacielos, los bosques y el polo.
Rocas de una identidad que te persigue
y que estoicamente soportás, tu origen:
el universo hecho de subdivisiones y brutales alejamientos.


Así como los merovingios decayeron y degeneraron

Así como los merovingios decayeron y degeneraron
en bebedores, idiotas de ambición, menores,
así la tarde ha pasado de un raro castaño general
a un gris vidrioso y caliente atravesado por insectos
que dan vueltas alrededor de dos luces ahí no más,
en un balcón cuyos bordes están herrumbrados,
y recién me doy cuenta.


Vi que el golfo de Adén ardía

          ...los dioses huyeron disfrazados de animales:
          «Mercurio de ibis, Apolo de grulla, ave tracia, y Diana de gata».
                           Robert Graves, citando a Higinio, La diosa blanca


"Vi que el golfo de Adén ardía
y entonces comprendí que la belleza del mundo es infinita
y la llevamos por túneles y cavernas
hasta el Hades para que de nuevo arda;

y la belleza del mundo es el candor con que llegamos
a ver
el golfo arder;

y aún en las torres de petróleo está el candor
pues son reales y el color trepa por ellas;
y aún en el horizonte pétreo está la belleza
pues esa mancha gris-punzó-verde brillante
dice que es bello el desierto, el fin,
el golfo, la cloaca, el cielo".

Bello el anochecer que cae sobre las plantas
y los ardientes colores en las pantallas de las pc.
La materialidad realista, por irreal, es el perfil
del joven dios convertido en ave tracia.


Las palabras muerte o angustia de las que provienen los versos

Las palabras muerte o angustia de las que provienen los
/versos
no concurren a ellos, no los hacen mejores. Y de ellos están tan lejos
como esa casa pintada por Dora Carrington
al pie de una montaña entre los árboles mágicos.

No por allí hay entrada.
Es sólo la llegada.

Luego, dirás blandiendo el adjetivo imprevisto,
la asociación, el nexo imaginativo,
que las olas rompen junto a la prisión marina
desde la que el convicto tiene, al menos, la visión lunar.


Buscando en lo barato su sabor rudo pero cierto

Buscando en lo barato su sabor rudo pero cierto,
en las albóndigas, en la papa hervida
con su cáscara, te sorprendió muchas veces el gusto incluso
por  la sub-producción industrial:
el tabaco hecho de sobrantes,
grasa y carne arrancados a los huesos,
molidos y aplanados en comida rápida.
Pero no cejás:
el gusto de la comida no imperial,
con su vulgar adobo,
el romero y no las hierbas finas,
la brutal carne brutalmente asada.
Y el tabaco ése, a dos pesos, fuerte al fin,
como el fondo de una bodega.
Y la soledad brutal,
con crepúsculos sobre las sartenes.


Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí

Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí
forman una difusa legión, como ciertas veces
las sombras en el día.
Son, entonces, las cosas realmente importantes
y casi siempre inaccesibles.

Ahora, llueve sobre el río: no hay nada más inútil
/que esta lluvia sobre el agua.
Tal vez nada más fascinante, por otro lado.

Papá se achicó con los años.
Aunque no podía contener su ira natural
y tampoco descuidaba su pelo ni su cara,
hablaba a veces en italiano
/y se mostraba atento a muchas cosas
que para él antes no eran nada.


Sobre una muestra de fotos de George Friedman no se piensa

Sobre una muestra de fotos de George Friedman no se
/piensa
demasiado en creer su imagen de una ciudad que parcialmente  duerme
 /y despierta con nosotros.
Recuerdo y quiero imaginar,
mientras de noche estoy despierto,
que estoy en medio de todo: calles como pasadizos
y oscuras calles vulgares amarillas a la luz de farol;
vías en reposo, tanques de hidrógeno en los hospitales
bajo una luna fría, y  avenidas casi vacías y,
sobre todo, vida oscura en los techos, en las alcantarillas.

Pienso en millones de luces de esta ciudad miradas
desde un avión, ciudades como esta y miles de luces
y demonios que corren como grandes sombras sobre las
/ciudades
vistas desde un avión,
y me digo que uno vive en el fondo de eso,
rodeado de ruidos nocturnos y de insectos, y sabiendo
que a la mañana la manga invernal de un saco
a cuadros en un bar le interesará más
que las galaxias y sus sombras;
       esto porque luces de ignotas colinas se mueven
en el borde sufrido de la manga de ese saco
/sobre el que caen
algunas migas, mientras el hombre
se pierde en la deglución.

-El saco recupera la intimidad, la calle se amortigua,
mudo gesticula el televisor-.


Pongamos que oyeras todos los sonidos como un ciego prodigioso

Pongamos que oyeras todos los sonidos como un ciego
/prodigioso,
como Daredevil, el superhéroe inválido: no serían las voces
sino del dolor, de la ambición, de la villanía, del crimen, de
los despachos y de los galpones,
de las construcciones y los entierros: no serían las voces
ni los sonidos -taladros, sirenas, disparos- de una
civilización que se extingue.

Te bastan voces y los sonidos del pasillo. Son los mismos.
El don sería oír los pasos de una lagartija en tu cuarto.
Podrías decir entonces que oís el corazón del universo,
su din-don, su campana, su mecanismo racional o carnívoro.
Pero lo que sube al cielo es de la obra, la marcha,
 /la estridente sinfonía
en un vacío donde no ululan los vientos
ni cazan murciélagos.


La muerte que te embiste con reflejos de plata
(a un soldado español caído en el combate del 3 de febrero de 1813)

La muerte que te embiste con reflejos de plata
y acero se nutrió de tus olivos y lleva su color.
Pero son de ella la soledad de estos ríos,
los ríos que no cambian aunque Heráclito soñó
/lo contrario.
La soledad de los ríos y las reses, el opaco lomo del agua,
el temblor  untuoso y socavado entre los pastos ,
un temblor, una sombra gótica en cualquier bajío,
la microscópica amenaza: insectos negros
armados como torres.

Su acero fulge en aras de un horizonte sin Borbones,
aun con los colores de su escudo.
Qué inextricables sin embargo, para vos, sus motivos,
                         
              este desierto duro y tenue, los sauces,
la canción de la pampa llena de entrelíneas,
la paz hosca del ladrillo,
la cal de sus siestas, que sella todo.




II. El mar de Galilea



1

La cara resplandeciente con que dijiste “nadie”
hace por un momento que la imaginación se tranquilice
ante un vacío acogedor, un vacío de los signos,
un cielo en el que las constelaciones suenan
como la música cóncava de un órgano
pero sin resonancias afectivas.

El maestro ha dicho “nadie”, en cuanto al quién de la
/Creación, y
ese nadie se convierte en Nadie, un radiante e infinito
/hueco.
De ese modo, querido maestro Ateo, con tu voz muchachil
has encendido de nuevo la Presencia, has activado las
mayúsculas, los entes, las geografías,
los trasgos, los humores, los elementos (cuatro),
los elementos del clima también, los elementos periódicos,
y el carbono, la respiración de las plantas, el alelí abatido
por la lluvia y no sé cuántos jardines, Maestro. Has lavado el
misterio de Dios. Y en tu “nadie” suena el Nadie de todas
las iglesias góticas y romanas.

Me has hecho dormir tranquilo, protegido por Nadie,
en el sordo rechinar nocturno, ese silbido urbano, la cabeza
sobre la presta almohada que recuerda aún
el ululante desierto, el salar, los palos despintados.


2

Los residuos de fierro de la historia, unas manchas en la
/sábana,
los pasos en los techos, los palacios de azufre y de hielo
en los que se encierran los santos inocentes, los que aun
trazan letras en el aire, escriben un código, descifran una
puerta, sienten en sus propios alvéolos silbar caliente o frío
el aire del infierno -“la tiniebla eterna, hielo y fuego”-.

¡Alaska, mi corazón, mi edén, mi exilio!

O la página no escrita del Sahara.
El orín empero enturbiando
las paredes cristalinas de la fe,
de las noches de abrigo,
de los úteros nutricios, el regreso,
la vieja bahía que al fin viste en sueños
-en la que entraban plácidos navíos, flotaban algas,
 las noches eran caminos a la luna por sobre el agua-.

No guardianes: sólo especuladores no rendidos,
sentados sobre el suelo o en cuclillas, como
veteranos de los manicomios, políticos sin tropa,
generales con el saco al revés.


3

No vengas con la camisa cosida de lanzazos árabes
a persuadirme de que el heroísmo pulula en los viejos
/salterios,
en los negocios de muebles viejos, en orinales.

Del heroísmo estoy seguro: lleno el ojal
de tomillo, poblado el oído de dianas y cuernos.

Soy diáfano como monaguillo, como aceitunado paladín.
Llamo fama a la fama, gloria a la gloria, Dios a Dios,
pero cuando se descubre, el objeto es mito.
El otro mundo que yace por aquí
en subsuelos, destila sangre. Cazo vampiros yo también.
Todos ellos traen signos.

Y volamos como ellos en sueños
hacia lugares donde vimos
barcos de verdad, arena “de verdad”, pedrusco
-su sonido oímos, de juego: piedra contra piedra-.
Las imágenes están cribadas de signos.


4

En la criba, avizoras.
Te quedaste dormido en el parque.
Y como aire áspero han pasado fantasmas
de los maratonistas muertos.
Gotean, desde los árboles, arpías.
Antes de tocar tierra, se elevan.

Vi una hoja seca en el orinal.

(Encontraréis al diablo donde haya herbarios y mecheros.
Es el olor acre de las transformaciones.
Los laboratorios huelen a eso, a formol, a carne seca,
al montón de mantas del encierro.)


5

Pasaste días bajo la manta con la misma ropa,
conocés el olor de esa protectora y siempre a tiempo
/detenida descomposición.

Esto son unas estancias, los lugares nuestros,
la propia propiedad donde andamos en pijamas,
así esté en decadencia: la cafetera trajinada sobre la mesa,
papeles, el amontonado confort de la guarida.

¿Cómo lo llamarías? ¿Patria?


6

Sí, la decadencia es tránsito, pero se ordena.
Plácido es mirar los objetos cargados de sí,
transformados por el uso, y por el uso mismo
lentamente descartados.

Morirán.
También la patria.

Si la pensáis, pensad esos cielos oscuros
que solían ser la patria.
Surcados por moradas nubes que son Morada.
Pensad en el trabajo exacto del radar.
y en el navío en la borrasca.

En los extremos patrios pensad.
Polos que están en vuestros latidos:
el hielo y el desierto, el cactus, el pingüino muerto.

Os acompañan sitios y animales, claro.
Os acompaña el gato, el matadero,
ese olor a afrecho que es igual al olor de la manta.
El vaciadero y la gallina.
El empedrado y la casa de atrás.


7

Los bárbaros habitaron los sitios que se abandonaron o
/cayeron.
Godos, alanos, oscuros de piel clara.
Nítido no era su pensamiento, pero sí estructurado.
No traían nuevas, no portaban herrajes ni retórica,
contra su oscuridad combatieron.

El vampiro los siguió; el buitre y el pirata.
Miraron la cruz con santo miedo.
Con el mismo miedo que inspiró en el rancho.

Bárbaros y romanos, cristianos e impuros,
andamos ahora por las mismas cloacas.
Las ciudades provocaron horror, luces y traspatios.
Entendemos vagamente que hay un mapa
que Aquél diseño sobre la tierra: una red
de ciudades y subsuelos. ¿Pero quién es Aquél?
¿Él? ¿Su mano izquierda?

Ya sabés a qué hay olor aquí.
Y sabés que hay fantasmas entre los canteros.


8

En el inquieto lodazal de la casa andan los fantasmas.
Te gusta cierta luz sobre el pantano.
Tampoco sabrías decir si son fantasmas.
Lo seguro es que hay un mundo tras la línea de olor acre.
Es mundo toda frontera, todo límite.
La línea de fortines, las tierras de nadie,
los últimos gallineros, la enconada luz del poniente en
/sangre.


9

Lavadoras, paredes y puentes que se descascaran.
Eran viejos al nacer, en esas fotos viejas.
Puentes grandiosos habrán sido bajo el sol;
lo son sobre estas paredes, en las fotos;
son sucios y lo eran.
Habría suciedad y ajetreo cerca de ellos.
¡Eran ya puentes de anticuario, daguerrotipos,
hace cien años! Conjuros del mar.

(La máquina de lavar se puso a andar sola.
El mecanismo es eficiente.
Se siente el calor de la secadora.
Todo está más o menos ordenado.
Hay humedad. Te dan un ticket.)


10

¿De qué mar hablás, si aquí no hay mar?
Ibas, bajo el sol, a las nueve de la mañana,
rumbo a una laguna artificial
en el privado bosque de un antiguo colegio.
Es este tu recuerdo: nunca nada fue tan matinal.
Pescaban anguilas.
¿Con quién fuiste?
El cura apareció en la orilla, alguien parlamentó con él.
Vos mirabas desde cierta distancia,
sentado sobre el muelle de madera.
¡Qué fresco sol sobre el agua, el árbol,  la sotana!
El cura autorizó la pesca y se fue sonriendo.
Le dijo a tu amigo que no repararían el agujero
en el alambrado por el que habíamos llegado,
siempre que no viniéramos más de dos o tres.
Los domingos. El día de guardar.

Tarde entendiste lo que entendió el cura,
que aquella pesca era una pesca mística.
Que era comulgar y estar en misa.
Y que el hecho se repetiría como un rito
en tu memoria. Como Galilea. Tu Galilea.


11

Una vez más querrías sentir aquel olor
de la cama revuelta y del encierro,
tan viejo, tan tenue, tan humano.
Pero no es posible: como barcazas se alejan
aquellas escenas, y los olores son otros,
otro el encierro, otra la cama.

La verdad está en el flash, te dijo el fotógrafo.
La luz que arroja es lo único que se crea en la escena,
dijo sin ironía,  sin retórica, ni intentar la más honesta
comparación. La luz del flash es allí  la única cosa nueva.
Y en rigor lo único que podés crear.


12

A la pesca de la anguila en lo que se diga.
A la pesca de lo que se desliza frío y patinando.
A la pesca en lo que se dice y no en lo que se calla,
porque en lo que se calla está lo que se dice.
A la pesca del dragón que viene de la anguila.

A la pesca del contradictor.
A la pesca del fuego en el agua.

La tierra, el fuego, el agua y el aire
estaban en aquella laguna que acaso no existió,
aquella mañana, luego de un viaje en bicicleta por
aquel andurrial, entre edificios fabriles silenciosos,
un sábado, un domingo, más allá de una feria.
más allá de una ruta, una avenida, un parterre,
más allá de las casas con techos de tejas.
Primero el ruido y la luz de la compra-venta,
luego el silencio oscuro y duro de la fábrica.
Más allá estaba la laguna, los cuatro elementos,
la pesca mística, el flash, el silencio verdadero.


13

Porque después de la luz está el silencio
y aureolados o cribados por la luz
    se presentan los objetos.

Pero en lo que murmuraba el corredor ensangrentado
había asimismo algo de sentido:

no creas en la palabra “atisbo” ni en la palabra “rancho”.
Las palabras correctas son chabola y rastro.


14

Está la historia de los yelmos y de las espadas,
y está la historia del embozo y de la intriga.
Preferías una a la otra.
Hoy te das cuenta que van juntas
y en unas y otras actúan los mismos.
Sólo que el músculo es feroz, mientras la intriga
cortesana hiere las mucosas
como el olor del cardo o de otra maleza dura;
y el espía calla, fuma, no usa el músculo sino la capa,
pero es incoloro, y desliza suave la mano, el código.


15

Razón no tenían los surrealistas pero estaban cerca.
La poesía no es lo sorpresivo sino lo extrañamente
     próximo,
                   “vinculante”.
Un ministerio más allá de las palabras que se mueven.
Un objeto.

En su minuciosa busca Fijman cuántas carillas llenó,
con el membrete del manicomio y caligrafía excelente.
Sólo obtuvo caminar a cinco centímetros del piso
sin que se diera cuenta nadie.


16

El objeto de poder de Eleguá es el garabato.
El instrumento de labranza pero también lo informe
/o disperso.
Elegúa afronta los caminos, cualesquiera sean.
Entra en ellos con la azada y baila sobre el asfalto.
Está en la luz roja de los semáforos,
en el alquitrán y la pizarra.
El objeto de poder de Eleguá es el garabato.

Llueve, en tanto. Vampiros
y lobizones corren por el parque.
Del otro lado, el otro mundo, el underground, el Hades,
la paralela realidad es en muchos aspectos un comic.
Centralmente, corre una línea amarilla o blanca.


17

La consistencia de la musa
es la de los fantasmas corredores
en el parque; la musa pierde la consistencia
al ritmo de la disolución de los fantasmas;
la musa necesita los cuerpos;
necesita desafiar la continencia
y la pertinencia de los cuerpos
y encender ciudades en ellos como un mapa aéreo.
La musa necesita el recorrido eléctrico
de los pensamientos, la inmaterialidad
que hará materiales las incorpóreas trasmisiones;
aquello que se da del uno al otro;
aquello que produce breve  convulsión, la catatonia
pasajera: “Canta, oh Musa, la cólera del Pélida
Aquiles” que sembró males llevado por Amor;
esto es, trasmisión de La musa, la única que canta:
sin empuñar el instrumento canta en él,
legitima las transacciones, aun las comerciales;
pone arrobo en la tez,
cristaliza el negocio, facilita la circulación de los humores.
Ahora pierde consistencia,
se han blindado las ciudades, no las asedian.
Corre por un parque entre plátanos, pinos, fresno y sauce.
Ejercita el lento circular de lo inmaterial,
como río, entre hombres que querrían ser inmortales
sólo para correr y tomar jugo de naranja.


18

¿Se arrojarán sobre el espejismo?
Ya no. Ya no, pues desarrollaron múltiples facultades,
usinas de células cerebrales;
todo lo cual les permite ver con mayor claridad
            /el color de las veredas;
con precisión quirúrgica lo que es real.

El espejismo, Galilea, no los confundirá ya más.
No somos héroes, se repiten al apartar de sí la sábana,
el cubrecama, redescubrir cada mañana sus piernas;
ir a los subterráneos y garajes; poner en marcha todo,
absolutamente todo lo real: oficinas, televisores,
deflectores, vínculos neuronales.
Se han cerrado y creen que para siempre.
Viven en lo indivisible de sí. Aman casi sus pantorrillas
              /tensas, recién nacidas en la cama.

No advierten, no pretenden advertir,
la claridad de los signos.
La remota claridad de los cuerpos perdidos, la
impenetrabilidad auténtica
del desierto y las ciudades amuralladas:
el lugar donde por Él agitaron hojas
de palma abriendo el otro mundo a su vaivén.
Derribando el Templo,
que era entonces la “verdadera realidad”.


19

          -Che paese è questo?
          -Un paese di merda.
               I compagni, Mario Monicelli

Pero estamos a la altura, tíos, amigos,
ex camaradas.
Todo es consistencia, y de tan sólidos, irreales
los cuerpos.
Achuras al mediodía,
sopas de noche,
comida industrial,
alimentos solubles:
da lo mismo; es materia en mutación,
es sangre o fibra.
Permítase una sola trasgresión a la ciudad: la feria.
Permítase una sola surgente del color y del desorden.
El resto ha de ser gris, fantasmal, lejano.
Con lejanos atletas
en los parques lejanos, y un movimiento suave
de las hojas.
Con comida emitida –en luz azul filas de paquetes, códigos de barras-.
Más advertid la materialidad de las cloacas, de los túneles.
La materialidad del hospital,
la violencia con que llega el subte.
     Y cuán lejos estáis, los que cuidáis vuestro cuerpo,
su integridad,
de la materia, del otro mundo y de este.
En rigor no sois fantasmas.
Temed, más bien, al vampiro neurótico
y todo lo que ocultan los parques.


20

Una vez más querrías sentir aquel olor
de la cama revuelta y del encierro.
El olor de esa protectora y siempre retenida
descomposición. Era una mujer a tu lado.
Años de enfermedad y de auténtico glamour.
Un mundo de otro siglo y de persianas descascaradas.
Un mundo que no era el de aquí.  Que te perdonaban.
Te lo permitían porque ibas a tu empleo,
reconocías los rostros,
a todos tratabas con educación.
Te dieron amor, ¿por qué negarlo?
Ellos también, a su manera.
Rostros de la calle, de la oficina.
Pero vos no estabas aquí. Eras poco consistente.
En tu cuarto habitaba un olor a polvo de los Cárpatos.
Y tal vez la certeza de que húmedos pasadizos
conectaban con tu ropero. Y más: otra dimensión,
el cielo sexto o quinto de la cuántica; el borboteo
del crisol alquímico, un país de sangre que olía a tu cama.

Corran, corran, corran. Nadie recuerde
la agonía de lo indistinto.
Corran, salven la idea intacta
que tienen de ustedes mismos.
Cuerpos sin desván. Cuerpos irreales y perdidos.
Cuerpos sin cloacas. Cuerpos cuyo huevo jamás fue roto.


21

Por herencia –pues una te pedirán-
dejarás el paraíso de la cocina, el amor aun por los objetos
/viles.
El vislumbre al sesgo de unas fotos en la lavandería.
Y todas las palabras con que pueden decirse esos objetos.

Tuviste autos y pipas y una jabalina.
Amaste los lugares que ellos no aman
-cada calle en la que viviste, cada paso dado por ellas,
el traspatio de una iglesia, un techo hundido, la lona
y ese balde de material plástico rebosante de jabón
que viste esta mañana en alguna vereda-.
Te gustan las cosas… Oh clérigo objetivista.
Ni porque son ni porque no son nosotros.
Sólo porque no supuran, de hinojos ante sí no se postran.


22

Mirá qué gótico el parque ha devenido.
En él no caben dudas. Sólo sombras lo rondan.
Sobre él se alza una ventana cuya luz se encendió en 1971.
Otra donde titila un candil de 1796.

¿Cómo explicarás tus tratos con el Mal?

No te importa si es el precio por pasar la línea.
Por reunirte con los fantasmas y sus sangrientas batallas
o sus vidas apacibles. Seres que quisiste. Una figura,
tormentosa en vida, que ahora mueve una rueca.

Cielos anaranjados entre los árboles en invierno.
Un camino jalonado de colmillos.
Un palacio oscuro en la colina. Graznidos.
Todas estupideces leídas en los libros.

23

El tacto de la lana, de la madera, de la carne.
El calor de la hornalla, el frío en las rendijas.
Arañas. Libros comidos por los ácaros.
Una lanza de tacuara que tuviste en la mano.
Un guiso. Una ciudadela asediada. Una guerra.
Tabaco y porcelana. Cementerios y vitrales.
Aquella granizada que rompió un ángel de yeso.
La calle Sarandí. El Emporio de la Loza.
El hombre cuyos escasos pelos estaban en desorden
Los chalecos. El dedo amarillo de un fumador.
Tal el aleph que contemplaste en verdad.
En el que de verdad todavía respirás.


24

Aquél mar, qué raro, vuelve en invierno a tu mente.
Es un mar en un desierto.
Y sobre él andan falanges armadas y beduinos.

El Mysterium Cosmographicum: la mente sostenida
por arquitrabes y movida por juegos de roldanas.
Gótica y compleja. Justa y científica.

Una tarde caminaste por un parque
entre estatuas comidas de orín.

Una mañana pescaste en una laguna
en medio de un bosque.

Son cosas para siempre. Ciertas pero manipuladas
por los fantasmas de tu propia química cerebral.
El cerebro, un sótano lleno de plantas pálidas,
de construcciones de vidrio, de objetos de porcelana
que evocan paseos por un parque. La pesca
desde un puente. Una merienda en el césped.

Y las paredes están recorridas por cables,
y hay en las paredes interruptores, enchufes
y palancas. La cal de las paredes ha caído. Colonias
de hongos avanzan entonando el Himno Nacional.

La bandera azul y blanca te recuerda una tarde fría
   /en Ciudadela,
provincia de Buenos Aires, la Argentina.



© Barnacle, Buenos Aires, julio de 2016







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