Desde hace un tiempo, muchas editoriales argentinas, sobreponiéndose a las superstición de que el único género rentable es la novela, descubrieron que la poesía, en ciertas circunstancias, puede vender tanto o más que la narrativa. De ahí a que se produjera algo así como una explosión de obras completas y obras reunidas hubo un paso que, efectivamente, se dio. Se comenzó por los poetas de las generaciones anteriores y, en cuestión de unos pocos años, hubo ediciones de la poesía completa de Jacobo Fijman, Joaquín O. Giannuzzi –acaso el poeta más influyente de las últimas décadas, editado en España por Sibila, de Sevilla–, Francisco Madariaga, Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley, Olga Orozco, Amelia Biaggioni, Juan Gelman, Francisco Urondo, Alejandra Pizarnik, Susana Thénon, Alberto Szpunberg, Héctor Viel Temperley, Hugo Padeletti, Arnaldo Calveyra, Juana Bignozzi, etc. Sin embargo, la lectura de conjunto entraña sus riesgos, porque un libro aislado bien puede ser excelente, pero tal vez llegue a sufrir cuando se lo lea en serie con muchos otros libros iguales o, peor aun, cuando resalta respecto del conjunto de la obra.
Ahora bien, agotada la obra de los mayores, se fue llegando a la de aquéllos algo más jóvenes que, con una producción ya dilatada, también merecen la oportunidad de reunir sus libros en un único volumen. Así, considerando a algunos de los que empezaron a publicar entre mediados de la década de 1970 y principios de los años ochenta, se fueron espigando algunos nombres: Diana Bellessi (1946), la brillante Estela Figueroa (1946-2022), Tamara Kamenszain (1947-2021), Elvio Gandolfo (1947), Arturo Carrera (1948), Irene Gruss (1950-2018), y quien acaso hoy sea el más importante poeta vivo de Argentina: Jorge Aulicino (1949). Por supuesto que esta última afirmación, así de intempestiva, necesita ser argumentada.
La poesía de Aulicino fue reunida en volumen en tres oportunidades. La primera vez fue cuando se publicó La poesía era un bello país. Antología 1974-1999 (2000); luego, en Estación Finlandia. Poemas reunidos 1974-2011 (Buenos Aires, Bajo la Luna, 2012), que, omitidos los dos primeros libros –descartados por el autor por muy sentimentales, ya que, según señala, es lo que le fastidia de la poesía en general–, incluye todo lo escrito hasta mediados del 2011; la tercera, en Poesía reunida (Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2020), que incluye todos los libros hasta 2019. En total, son veintitrés libros: Vuelo bajo (1974), Poeta antiguo (1980), La caída de los cuerpos (1983), Paisaje con autor (1988), Hombres en un restaurante (1994), Almas en movimiento (1995), La línea del coyote (1999), Las Vegas (2000), La luz checoslovaca (2003), La nada (2003), Hostias (2004), Máquina de faro (2006), Cierta dureza en la sintaxis (2008), Libro del engaño y del desengaño (2011; Premio Nacional de Poesía 2015), El camino imperial. Escolios (2012), El Cairo (2015), Corredores en el parque (2016), Mar de Chukotka (2018) y El río y otros poemas (2019). Amarga será la decepción de quienes crean que la cosa terminó ahí porque Aulicino, una vez publicada esta monumental obra de 871 páginas, publicó El libro de los lugares sagrados (2022), último título hasta el momento.
Entiendo que, al hacer referencia a la existencia de la primera antología –que, precisamente, por su carácter antológico, es parcial– y a las dos obras reunidas –mencionando todos los títulos de Aulicino, con el correspondiente año de publicación–, he abusado de la paciencia del lector, pero el propósito es deliberado. Me sirve para dejar en claro, por un lado, el interés constante despertado en los colegas, los editores y los lectores, y, por otro, para señalar la frecuencia y la constancia con que Aulicino ha escrito sus distintos textos, a lo largo casi cinco décadas, desarrollando una poética de una extraordinaria potencia, fundada, entre otras cosas, en una serie de paradojas.
Estructuralmente, podríamos hablar de una alternancia entre lo personal y lo impersonal, algo así como un yo omnisciente –que bien podría asimilarse a los narradores tradicionales de la prosa– y otro que se manifiesta en una primera persona que presencia y vive lo que ocurre en el poema. En uno y otro caso, Aulicino opta por un conato de ficción que le permite desplegar diversos pares de aparentes opuestos: la cultura y la experiencia, la percepción y la reflexión de lo percibido, la observación y la distracción respecto de lo observado, el realismo más chato y la mayor fantasía, la historia y la actualidad más inmediata, la mezcla de lo que tradicionalmente se llama cultura alta con la cultura baja, y, por supuesto, las propias obsesiones. Entiendo que, hablando de éstas, destacan por sobre todas las demás la política y la idea de trascendencia; o sea, las distintas instancias de organización, gobierno y revolución, sin excluir la guerra, y las muchas posibilidades de las distintas religiones. Es posible que en la tensión que presentan esos pares de opuestos mencionados, así como esas dos principales obsesiones, se cumpla lo que, le fuera señalado por Santiago Kovadloff muy al principio de su labor como poeta: la posibilidad de “representar el mundo tal como el mundo se presenta, con dos, o tres… o mil posibilidades de entendimiento”. Y en la misma entrevista de la cual proviene la cita anterior, Aulicino añade que él escribe “para saber qué quiere decir, no para trasmitir lo que sabe de antemano, y que la oscuridad o ambigüedad de las cosas debe ser presentada, paradojalmente, con la mayor precisión”. [1] Pero, en este punto, conviene aclarar que en reiteradas ocasiones señaló que prefiere los enigmas. Y aclara: “‘Enigma’ es una palabra con carga científica o policial. ‘Misterio’ está vinculada al esoterismo, al ocultismo. El universo es ‘enigmático’, pero no ‘misterioso’. […] Me interesa el enigma porque no ha sido develado, porque no lo conozco ni lo poseo. Los esotéricos, en la poesía o fuera de ella, creen poseer el misterio y actúan como los sacerdotes en todas las religiones, oficiales u ocultas: como intermediarios con la divinidad. Cierran el camino. Crean zonas codificadas donde la gente que ingresa puede sentirse contenida. Este no mi caso ni mi necesidad”. [2]
La edición de Poesía reunida, incluye una particularidad a la que quisiera referirme brevemente: el orden de los distintos libros va desde los más recientes a los más antiguos. Se trata de una idea del editor que, no obstante, Aulicino aceptó: “Me pareció bien. Presentamos el poeta hoy, y luego retrocedemos en su bibliografía, descendiendo de libro en libro hacia el comienzo… Creo que cualquier lector que se acerca a un autor prefiere conocer primero lo que está haciendo. En las obras reunidas de autores que conozco poco suelo ir primero a los últimos poemas, que son los más actuales. Son gustos, diría, más que criterios” [3]. Así, el volumen se abre con La lírica, un libro inédito, fechado en 2020.
Para concluir, pese a que ha sido publicado en España (Antología, en Ediciones Liliputienses, de Extremadura, en 2016), Aulicino nunca ha recibido la atención que le hubiese permitido trascender las fronteras de la Argentina, donde efectivamente es uno de los poetas actuales más conocidos. Digamos que, por un lado, no enarbola ninguna de las banderas que abren las puertas a los festivales y ferias del libro internacionales y, por otro, carece de la mundanidad que hace que a uno lo inviten a los eventos literarios más publicitados. A modo de compensación, con el tiempo que se ahorró en esas menudencias, se limitó a escribir un importante número de libros y a traducir poesía, fundamentalmente italiana (las Rimas de Guido Cavalcanti, la Divina Comedia de Dante Alighieri, la poesía completa de Cesare Pavese, diversas antologías de Eugenio Montale, de Pier Paolo Pasolini, de Antonella Anedda, de Biancamaria Frabotta, etc.). También, a realizar antologías de poemas sobre los gatos –una de sus grandes pasiones–, o sobre Ezra Pound o Marianne Moore traducidos por poetas argentinos; igualmente, a administrar desde 2006 el blog Otra Iglesia es Imposible (probablemente el mejor blog de poesía de la lengua castellana) y a trabajar, hasta su jubilación, como periodista profesional. A este último respecto, bastaría decir que, entre los diversos puestos que ocupó, destaca la dirección de la revista Ñ, suplemento de cultura del diario Clarín, de Buenos Aires, que en su época llegó a tirar más de cien mil ejemplares semanales. En síntesis, tuvo muy poca disponibilidad para las relaciones públicas. Sin embargo, quizás ya va siendo hora de que los lectores de otras latitudes se enteren de su existencia.
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[1] José Villa. “El poeta es un nómade en su poema”, entrevista con Jorge Aulicino en https://www.opcitpoesia.com/tag/jorge-aulicino/
[1] Jorge Fondebrider. “El universo es ‘enigmático’, pero no ‘misterioso’”, entrevista con Jorge Aulicino en La poesía era un bello país. Antología 1974-1999, estudio preliminar por Marcelo Cohen, entrevista por Jorge Fondebrider, Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2000.
[1] José Villa. “El poeta es un nómade en su poema”, op. cit.
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