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Jorge Aulicino: “Reivindico la poesía como suceso colectivo”

XVII Festival de Poesía en la Feria del Libro
Inés Hayes

Aunque su nombre sea sinónimo de periodismo del bueno, la poesía atraviesa la vida de Jorge Aulicino desde siempre marcando la clave en la que suena su mirada. En los 70, integró el grupo y taller literario Mario Jorge De Lellis, donde se formó a poetas y narradores como Daniel Freidemberg, Marcelo Cohen, Irene Gruss, Rubén Reches, Alicia Genovese, Leonor García Hernando, Lucina Álvarez y Jorge Asís. Una década más tarde fue parte del Comité de Dirección de Diario de Poesía. Tradujo a Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini, Guido Cavalcanti, Dante Alighieri, John Keats, Ezra Pound, Marianne Moore y Frederick Seidel, entre otros autores, mientras escribía artículos en la redacción de Clarín, donde fue subdirector de la revista Ñ y editor en las páginas de Cultura, Arte, Sociedad y Ciencia.

Desde 2006, edita el blog de poesía en castellano y poesía traducida Otra Iglesia es Imposible. En 2015 obtuvo el Primer Premio Nacional de Poesía por Libro del engaño y del desengaño, editado por Ediciones En Danza. En esta entrevista con Clarín Cultura habla del XVII Festival de Poesía en la Feria del Libro [de Buenos Aires], de sus trabajos actuales y de la literatura en tiempos de crisis.

–¿Bajo qué objetivos está pensado el XVII Festival Internacional de Poesía en la Feria del Libro?

–No participé de la organización de los festivales de la Feria del Libro, pero leí en varios. Entiendo que están pensados para difundir la lectura de poesía. No es lo mismo escucharla que leerla, me refiero a la poesía contemporánea. Los festivales obran como una prótesis, en algunos casos, reemplazan la lectura, que es una práctica difícil, por la escasa distribución que tienen esos libros. Que este festival tenga por marco la Feria, que es una especie de orgasmo del comercio editorial, me parece una sana reivindicación. La Feria de Buenos Aires es una de las más grandes y tumultuosas del mundo. Participé del Festival cuando lo organizaron Graciela Aráoz, Jorge Monteleone o Miguel Gaya, y lo hago ahora, cuando lo organiza Jorge Fondebrider, porque es una delicia para mí leer en ese “cono de silencio” que es la sala de lectura, en medio de tanto batuque comercial. Leí también en los stands, donde el ruido solo permite que te escuchen los que están muy cerca. Quizá ese sea el mejor retrato y el destino y función de la poesía: ser escuchada desde muy cerca. Tengo que agregar que siempre tuve cariño por la Feria, la cubrí periodísticamente durante ocho años en la década de los ochenta: me acuerdo de la Feria durante la Guerra de las Malvinas, medio vacía pero en la que comenzaban a verse libros hasta entonces prohibidos. La del 83 fue la Feria del destape, del fin de la censura, aunque la dictadura no había terminado formalmente. Todo esto me hizo tomarle cariño a esa reunión comercial de todos los otoños. En medio del ruido, de la enorme variedad, del olor a choripán, como carozo de todo esto, para mí estaba la literatura, llegaran o no a ella todos los visitantes, que desde la recuperación de la democracia se cuentan por cientos de miles.

Este año el Festival está dedicado a conmemorar los centenarios de los nacimientos de José Luis Mangieri y Joaquín Giannuzzi, ¿por qué los eligieron?

–José Luis Mangieri fue un editor “mítico” como se dice ahora. Por cierto, tiene su leyenda. Pero fue el creador y distribuidor de dos importantes editoriales de poesía: La Rosa Blindada, que editó asimismo una revista del mismo nombre y que en los sesenta publicaba no solo poesía sino también libros políticos, como El hombre y el arma, del general vietnamita Vo Nguyen Giap, y a partir de los noventa, Libros de Tierra Firme. El catálogo de Libros de Tierra Firme es una antología de la poesía producida en los sesenta y setenta –además de la reedición de libros de Raúl González Tuñón–, y de la que se estaba produciendo en todos esos años, incluidos poetas recién llegados a la edición. Mangieri publicó, por ejemplo el primer libro de Fabián Casas. En cuanto a Joaquín Giannuzzi, está reconocido como uno de los maestros de la poesía argentina. Ha sido descubierto tardíamente por mi generación y luego muy leído por los que siguieron. Joaquín tuvo su gloria en los ochenta y los noventa. Fue un poeta extraño, entre la revista Sur y el peronismo, al principio, marginado tal vez por los primeros, o porque fue un gran poeta existencial, capaz de tratar la lengua con gran belleza; contemporáneo y clásico, cuando todo en la poesía iba hacia el coloquialismo, que implicaba hablar de la revolución con las palabras de todos los días. Creo que Giannuzzi pensaba que el compromiso estaba en otra parte. Ojalá encuentren en esta Feria su poesía completa, que publicó hace unos años Ediciones del Dock.

–¿Qué tienen de mágico las lecturas colectivas en estos tiempos de aislamiento e individualismo?

–Como suceso colectivo y de valoración de la poesía como un acto social –lo es, en el fondo–, las reivindico. Yo no leo ya. Solo ocasionalmente, en la Feria, por ejemplo, por esas razones, por el valor que tienen las lecturas como marcas colectivas. En los finales de la dictadura, organizamos, con el fallecido Daniel Chirom, Poesía Abierta, entendiendo que las lecturas tenían valor político. Ahora, lo siguen teniendo, en otro contexto: recuerdan que la poesía es también comunicación, pensamiento, un hecho de humanidad.

–¿Qué autores estás leyendo ahora?

–Leo mucho para mi blog, que es una especie de antología personal que vengo haciendo desde hace 18 años, y por eso leo a los saltos, como lo impone el medio digital. Pero mi finalidad es periodística: dar a conocer la poesía que hoy se publica, sobre el fondo de la poesía de todos los tiempos. También estoy releyendo y traduciendo poetas italianos, Pavese en primer lugar, toda su poesía inédita, de la que ya salió un tomo de poesía juvenil en la editorial Barnacle; Montale, el ítalo argentino Rodolfo Wilcock; Pasolini, sobre todo, del que quiero traducir entero el que fue prácticamente su último libro, Transhumanar y organizar. También empecé a traducir –y no a pedido, soy un aficionado– la también “mítica” novela de Carlo Emilio Gadda, Quer pasticciaccio brutto de via Merulana.

–¿Qué creés que aporta la poesía en estos momentos de crisis tan agudos?

–Creo que la poesía hay que leerla con la convicción de que no aporta nada y no resuelve nada. Después de años en que se preguntó por la “función” de la poesía, creo que esa es su función: que nos entreguemos a ella sin esperar otra recompensa que no sea la de leerla. La poesía, eso ya lo sabemos, no resuelve ni mitiga las crisis. Sería genial que pudiera hacerlo. Pero en momentos de crisis y en otros momentos, más tranquilos o estables o prósperos, también nos remite a nuestra condición, al hecho de que somos soma (con perdón por el juego de palabras) e individuos, seres humanos, de piel y huesos, sentimientos y necesidades metafísicas o religiosas. Esto es, que somos sujetos fuera de la alienación, fuera de lo general, fuera de la nómina y el registro. Para mí, la poesía es naturaleza pura. En tiempos de crisis, quizá más que nunca conviene volver a su total gratuidad, su sin sentido último, como el que no tiene el amor. Con Giuseppe Ungaretti, podríamos sentir esto:

Una noche entera /tirado cerca /de un compañero /masacrado /con su boca /rechinante /vuelta al plenilunio /con la congestión /de sus manos /metida /en mi silencio /he escrito /cartas llenas de amor /No estuve nunca /tan / aferrado a la vida.
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Foto: Mariela Cirer

Comentarios

Anónimo dijo…
"Somos soma..." Qué bueno recordar la gracia de escribir (leer) poesía, sin recompensa, aferrados a la vida. Gracias! Abrazo grande, Alfredo

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